Cine necesario
Hacía falta esta película. En medio de la oleada, que viene de años atrás y que no cesa, de cine que hace (con frecuencia nauseabunda) estética de la violencia, hacía falta un punterazo tan certero como el que nos da entre los ojos Funny games, en la que la representación de la más atroz violencia no crea emoción alguna ni transmite calor de aventura, sino una fría y áspera incomodidad que permite al espectador entender, y por ello repudiar, lo que está viendo y lo que le hacen ver con regodeo de juego divertido los Stone, McNaughton, Rodríguez o Tarantino de turno, peste del cine déspota, jugueteo fascista de la violencia por la violencia.Hacía falta que la navaja que emplea Michael Haneke para destripar la pústula del descerebrado señorito neonazi en la confortable Europa actual hurgase donde hurga Funny games, empleando imágenes que juegan a un juego no sólo no divertido, sino asustante, asqueante y aterrador. Nunca, que yo recuerde, se ha hecho una película tan brutal y tan dura como ésta y, sin embargo, pocas veces de tanta brutalidad y dureza ha surgido un cine tan limpio y clarividente, tan noble y apaciguador. Funny games nos mete en el vértice de un infierno de este mundo -de ahí al lado, de aquí mismo- y nos prohíbe divertimos con su divertido juego, una espeluznante variación (aquí bien conocida) asesina del juego del rol. Hacía falta un puñetazo de seriedad irónica, como el que este cineasta austríaco mete entre ceja y ceja al funny game por excelencia, el gozoso juego de la caza del hombre por el hombre, sanguinaria aventura que empacha y encanalla las pantallas del mundo.
Funny games (Juegos divertidos)
Dirección y guión: Michael Haneke.Fotografía: Jürgen Jürges. Austria, 1997. Intérpretes: Susanne Lothar, Urich Mühe, Frank Giering, Arno Frisch, Stefan Clapczynski. Madrid: cine Alphaville (V. 0. S.).
Miseria
Y hace falta tener mucha claridad en las ideas, mucha firmeza en las convicciones morales y mucho dominio de los códigos y mecanismos que gobiernan la zona oscura de la imagen cinematográfica para embarcarse en una expedición como la que Haneke emprende en Funny games. Cualquier imprecisión podía haberle arrastrado dentro del sumidero que combate. Porque Funny games es una película de combate, una ficción comprometida contra lo que narra. Haneke nos hace compartir una mirada severísima a nuestro alrededor, en busca de la miseria que se oculta bajo la alfombra de nuestra opulencia. Por abordar lo que cuenta en forma de representación ritualizada -hay gran teatro, de la estirpe de Bertolt Brecht, en la recámara corrosiva de Haneke- Funny games es una película con fuerte carga política indirecta, que da un timbrazo de alarma ante algo impreciso y amenazante que se está cociendo en el subsuelo de Europa y que de vez en cuando emerge a la superficie en forma de brotes, en el territorio de lo cotidiano, de lo infernal.Lo que hay dentro de este infierno está ahí, al alcance de la vista, y Funny games, filme premonitorio y con emulsión de antídoto contra la atrocidad que anuncia, lo delata. La precisión e intensidad de su desarrollo es de cuando en cuando enfriada por regates de calculado alejamiento del espectador, que quitan de la pantalla las fuentes de la pasividad y sustituyen a éstas por otras fuentes de signo opuesto, las de la alerta. La fuerza de convicción de los cinco intérpretes, el pudor con que Haneke captura gruesas y feroces turbulencias del comportamiento, y el hecho de que éstas son reconocibles como desórdenes originados por el orden instalado ahí fuera, son paradojas que nos sitúan al borde de una náusea que Funny games no deja cumplirse en vómito gracias a un despliegue, a lo largo del asqueante suceso, de grietas de ironía y humor oscuro, que resquebrajan el armazón del juego y desmontan sus mecanismos.
Que la violencia nazi está ahí fuera, de vuelta, es un hecho; y que puede dejar de estarlo si nos atrevemos a descifrarla y arrojarla de nuestra cotidianeidad es otro hecho. Y esto es lo que susurra bajo sus evidencias la inteligencia de esta obra de cine estimulador del desvelo, e incluso del insomnio, en las sociedades dormidas, como las europeas de ahora.
Babelia
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