Fallece a los 91 años el galleguista Isaac Díaz Pardo
Isaac Díaz Pardo, fallecido esta mañana en A Coruña, nació hace 91 años en esa misma ciudad, en la Rúa das Hortas. Era casa familiar, taller artístico de su padre, Camilo Díaz Baliño, y sede de encuentro para sus amigos y correligionarios galleguistas, muchos de ellos los que figuran en los libros de historia en el lado de las víctimas, muertos o exiliados. En julio de 1936, Camilo Díaz fue paseado y su hijo tuvo que esconderse unos días hasta que pudo salir de Santiago. Hace poco, en una entrevista para la Comisión da Memoria Histórica, recordaba como el coche de línea que lo llevaba a A Coruña paraba cada poco porque había muertos atravesando la carretera. "No los dejaban en las cunetas, los ponían a la luz para meter más miedo a la gente".
Aquella condición de superviviente marcó su vida con una misión: recordar a los muertos y llevar a cabo los sueños por los que los mataron. Por eso, con 28 años, después de estudiar arte en Madrid y Barcelona, dio por terminada la prometedora carrera pictórica que había iniciado cuando volvió a Galicia. Era competir con aquellos que habían perdido la vida o su país y había cosas más urgentes que hacer, venía a decir, en traducción aproximada de lo que eran sus respuestas, evasivas e irónicas, cuando se le preguntaban las razones. Igual que el que sería su socio, Luis Seoane, quien puso todo su talento al servicio del activismo galleguista y de izquierdas, Díaz Pardo se impuso la tarea de, como decía Feijóo, preservar, fortalecer y reconstruir la cultura y la memoria de Galicia. Acometió a la vez las facetas de empresario cultural, diseñador industrial, escritor, editor, promotor y mecenas de proyectos. Llevó a cabo todas, con éxito notable, salvo -como lamentó él mismo en varias ocasiones- la de crear el periódico Galicia.
Era un hombre de una austeridad y una humildad proverbiales, como hacía patente con el encogimiento de hombros y los murmullos - "soy un limpiamierdas y un soplagaitas", se autodefinió varias veces- con los que sobrellevaba/agradecía los numerosos homenajes que le hicieron. En uno de ellos, hace varios años en Ourense, le impidieron la entrada, y Díaz Pardo se dio la vuelta sin aclarar que él era el homenajeado, hasta que lo rescató ya en el exterior, in extremis, uno de los organizadores. Sin embargo, su accesibilidad y buena disposición a colaborar en los muchos proyectos que le llegaban -decía que llegó a editar más de 1.500 libros sobre la memoria histórica- no eran incompatibles con un considerable olfato empresarial. "¿Sabéis que hay un tipo en Coruña que logra fabricar bajo demanda, sin tener que almacenar?", recuerdan colaboradores suyos oírle comentar con admiración, antes de que fuese público el fenómeno de Inditex.
La humildad, la ironía y el olfato empresarial también eran compatibles con una determinación no demasiado proclive a negociaciones o sugerencias. La ruptura con los que fueron sus socios o subordinados en las empresas cerámicas durante décadas tuvo su origen en una de esas decisiones sobre el futuro del grupo. En los últimos cinco años, Díaz Pardo fue perdiendo todas las batallas y con ellas el control de la docena de empresas que constituían su complejo empresarial, ya en declive. Los argumentos morales, la solidaridad del mundo de la cultura y las promesas de ayuda de las instituciones pesaron menos que las razones legales.
Con 85 años, Isaac Díaz Pardo volvió a los orígenes. A lo que habían sido las caballerizas del pazo en O Castro (Sada, A Coruña) de la familia de su mujer, Mimina Arias, que su suegro le había dado para que comenzase su experimento industrial-artístico-empresarial. Allí, pocos metros enfrente de lo que era el complejo de O Castro, centro de toda su obra, primero se dedicó a afrontar los litigios judiciales y después, cuando acordó ceder su importante legado artístico y documental a la Cidade da Cultura -otra decisión que causó polémica en su entorno-; a preparar y archivar todo el material, otra de sus obsesiones. Para vivir -ni siquiera estaba afiliado a la Seguridad Social- vendía cuadros y dibujos que había hecho antes de clausurar su carrera de artista.
El pasado 22 de diciembre, ingresó en el Hospital San Rafael de A Coruña a causa de una neumonía. Pedía a las enfermeras que alejasen las visitas cuando eran muchas ("¿Y cómo hago?", le preguntó una. "Repártelas", respondió) y a los médicos que le diesen "pastillas para morir, que las que me dan son para vivir". Desde hace varios años, confesaba como si tal cosa en las entrevistas: "Tócame morrer. Xa están a morrer todos, xa non queda ninguén". Desde hoy a las 8.30, ya ni él.
Babelia
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