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Crítica:JAZZ
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Clarke, mucho más que cuatro cuerdas

El mundo se divide en dos bloques muy diferenciados: están los adoradores del bajo eléctrico (que los hay y son legión) y los demás. Para los primeros, lo que sucedió anoche en la barcelonesa sala Razzmatazz fue como maná caído del cielo durante la larga travesía del desierto. Todos los demás, como no acudieron, probablemente no se enteraron de nada. Así, unos y otros quedaron contentos, pero sobre todo los primeros que sin duda todavía se están frotando los ojos para cerciorarse de que lo que acababan de ver era verdad y no una pura ensoñación.

Los tres bajistas eléctricos más importantes de las últimas décadas, tres leyendas con mayúsculas, se encontraron sobre el escenario sin ánimo de revancha o disputa. Al contrario: sumando fuerzas, apoyándose unos a otros y dejando que siempre fuera el compañero el que acabara luciéndose. ¡Increíble!

S. M. V.

Stanley Clarke, bajo y contrabajo. Victor Wooten, bajo. Marcus Miller, bajo, saxo alto y clarinete bajo. Federico Peña, teclados. Derico Watson, batería. Razzmatazz 2, Barcelona. 29 de octubre.

Tres bajos eléctricos acompañados sólo por un teclado y una batería podría parecer una propuesta descabellada abocada a la exhibición circense. Sin embargo, ayer no ocurrió nada de eso: hubo exhibición técnica, por supuesto, pero no hubo circo sino mucha música, trepidante, contagiosa y cambiante a pesar de la uniformidad instrumental. Un concierto que podría haber satisfecho incluso a los que nunca han visto el bajo como instrumento solista.

Los tres bajistas son muy distintos y lo dejaron más que claro en sus respectivos solos: exuberante Wooten, tremendamente musical Clarke y danzante Miller que, para romper la posible monotonía, desempolvó en algún momento su saxo y su clarinete bajo. Uno de los momentos más bellos de la larga y caliente velada fue precisamente cuando ese clarinete bajo sonó estremecedor sobre el contrabajo acústico de Clarke, como llevando la contraria y demostrando que sobre el escenario había bastante más que doce gruesas cuerdas.

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