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Crónica:
Crónica
Texto informativo con interpretación

Chayanne con ritmo

El cantante puertorriqueño Chayanne puso broche de oro al verano de la capital con un concierto brillante y colorista, en el que, como no podía ser de otro modo, abundaron los tópicos de la latinidad. En el Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid, lleno a rebosar, hijas, madres y hasta abuelas gozaron hasta la extenuación de los sinuosos movimientos, llenos de sensualidad y picardía, de este cantante. Desde el minuto uno Chayanne enseñó sus cartas, que no son otras que la propia conciencia de un irresistible sex appeal, que evolucionaba sobre un escenario que tenía el look de esas tiendas de ropa de prêt-à-porter, pretendidamente juvenil, en las que se confunde el glamour con el exceso de bombillas. No estaba solo en sus bailes: seis bailarines daban brincos a su alrededor en unas coreografías explosivas y un tanto ramplonas. La música la ponía una banda de instrumentistas que tocaban tan bien, tan bien, que a veces daba la impresión de que sonaban instrumentos de más. Coros, fijo.

En dos horas de actuación, Chayanne apeló al largo rosario de sus éxitos musicales, canciones que, desde luego, no van a pasar a la historia de la elaboración melódica o del riesgo estético. Son sota, caballo y rey, lo latino de toda la vida, con su pellizquito pop anglosajón. A veces incluso las guitarras sonaban de más, porque Chayanne puede ser muchas cosas, pero la verdad es que el rock no entra en su registro. Abundó la balada, de esa que pone a las chicas los pelos como escarpias, les hace suspirar y gritar a todo cuello unas letras en las que, más que destilarse, se suda el amor: Y tú te vas, Si nos quedara poco tiempo, tema de su último disco, Mi tiempo y Dejaría todo serían tres buenos ejemplos de lo que Chayanne hizo en este campo estético. Pero la parte del león se la llevaron en este concierto los temas más movidos, ritmos directos e infatigables, y estribillos que se adhieren como el pegamento, y que no existe nadie, o casi nadie, con dos orejas que no haya oído alguna vez en torno a él: Salomé, Boom, boom, Baila, baila o Torero, archiconocida canción con la que cerraba su actuación antes del bis.

En tres pantallas de vídeo el público, que lucía aún el bronceado estival en todo su esplendor, podía admirar de cerca el irresistible encanto de este intérprete que, si bien no tiene una voz excesivamente carismática, lo cierto es que en sus más de veinte años de carrera musical Chayanne ha cogido más tablas que una carpintería. Domina la escena, se saca partido como bailarín y, de vez en cuando, amaga con quitarse la camisa, en medio del consiguiente delirio femenino generalizado. Un artista de nuestro tiempo: claro, esquemático y que no se anda con contemplaciones.

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