Indepedence boy
El atolladero de Hollywood no ha cocinado nada digno para la pelea de sus oscars y cuatro de las cinco películas movilizadas para su farsa primaveral son ajenas. Pero queda la quinta (única suya) y resulta que es una caricia al hueso del gusto académico conservador, que puede dar votos a esta nueva pócima de ombliguismo, que también va -con la agravante de que simula lo contrario- de elogio de la caverna.Parece raro que la jeta de cemento armado de la Academia californiana -¿acaso no coló a Apolo XIII, globo de celuloide que envejece a razón de siglo por año?- dejase fuera a Independence day, pero aquí está. el sublime héroe cívico Cruise- que olvidó que es actor, se hizo aspaventero de guiñol y da una penosa exhibición de gesticulador de parvulario- hecho todo un Independence boy. Y ya nada impide una nueva barrida de basura bajo la alfombra.
Jerry Maguire
Dirección y guión: Cameron Crowe.EE UU, 1996. Intérpretes: Tom Cruise, Cuba Gooding, Renée Zellweger. Madrid, cines Callao, Velázquez, Cid Campeador, Bristol, Luchana, Vaguada, Cristal, Albufera, Ciudad Lineal, Liceo, España, Plaza Aluche, Colombia y (V.O.) Ideal.
He leido que un crítico estadounidense echó un cable a los pies de barro de Jerry Maguire y trajo a colación como precedente los filmes donde Frank Capra fustigó hace medio siglo con látigos de caramelo a la canalla del stablishment de su país. Capra era un agitador social de seda, pero también un cineasta forjado en hierro, y convertir su pellejo en puente de oro para el plumero del tramposo directorcito-guionista Cameron Crowe sería obsceno si no fuera ridículo.
Capra, ferviente liberal rooseveltiano, cuando zurraba lo hacía con ideas (candorosas, pero ideas) y no con cosméticos. Y cuando combatía un comportamiento opresor lo hacía desde otro comportamiento no, opresor y tanto este como aquel eran existentes, reconocibles. Pero el modelo de comportamiento bueno que Crowe propone como alternativa al malo es éste último no caricaturizado. De otra manera: se saca de la manga unos malos inverosímiles para así dar verosimilitud a su bueno (Cruise, faltaría más), lo que es una variante de la chusca forma de demostrar la existencia de Dios inventando una reata de ateos tontos.
Crowe dice combatir el culto a la ganancia que convierte al mundo de los ejecutivos de empresa en una jungla, y para ello se saca de la manga una colección de tan rastreros ejecutivos obsesos de ganancia, que ningún ejecutivo real (por malnacidas que sean sus tripas) se reconocerá en ellos, mientras verá un delicioso y balsámico espejo donde autocontemplarse en el contrapunto a aquellas alimañas: el ejecutivo -perdedor- arcángel Cruise, faltaría más.
Y esta películucha embaucadora y degradante, atestada de amaños y trampas de caza de la lágrima boba, disfraza la caverna de primavera y en sus praderas sacramentales el beatífico saltarín San Cruise (Crowe es cobarde: Capra tenía hígados para ponerles alas a personajes así, recuérdese (¡Qué bello es vivir!) ensalza el vertedero moral que aparenta hipócritamente combatir.
Babelia
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