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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Hijos y amantes

No se sabe por qué, quizá por razones comerciales, los realizadores italianos que trabajan para América, es decir, para el gran mercado cinematográfico, se inclinan últimamente por el melodrama, olvidando otros géneros. Se dirá que a Bertolucci se debe Novecento, pero esta luna que inspira y señorea su último filme se halla tan lejos del anterior como de sus otras buenas historias, desde La estrategia de la araña, a Ultimo tango en París, aunque pretende seguir la huella de éste.Sin embargo, a la hora de afrontar el melodrama es preciso llevarlo a cabo con todas sus consecuencias. ¿Por qué razón un creador de cine rico en ideas, inconformista como su filme primero, con un estilo brillante y experimentado, con toda clase de medios a su alcance, puede naufragar o al menos equivocarse? La razón es muy simple: por un mal guión, por culpa de una historia que sólo convencerá a sus devotos, algo, en fin, fabricado a la medida de todos y que por ello en muy pocos momentos consigue acercarnos a una lejana sombra de la vida.

La luna

Guión de Giuseppe Bertolucci, Clare Peploe y Bernardo Bertolucci. Fotografía: Vittorio Storaro. Intérpretes: Jill Clayburg, Manhew Barry, Tomás Millán, Alida Valli, Roberto Benigni, Franco Cilli, Renato Salvatori, Laura Belli. Italia.Dramático. 1979. Local de estreno: Cine Paz.

El balance de las películas frustradas en los últimos tiempos acumula, entre las razones de sus fiascos, muy principalmente, la manía de echar mano de Freud y su no menos famoso psicoanálisis. Esta manía funesta de explicar más que contar, de ilustrar antes que conmover, lleva en la mayoría de los casos a dejar a los personajes en los más puros huesos esquemáticos.

A fuerza de intentar meterlo todo en dos horas y media se acaba por no afrontar nada, acumulando antes que analizando, combinando situaciones y personajes en un juego de inútiles variantes. Incesto, droga, complejo de Edipo, amagos de velado lesbianismo, todo pasa ante los ojos del espectador, que no se explica bien cómo uña historia tan complicada, llevada adelante, sobre todo al final, a fuerza de golpes de efecto y secretos revelados, puede acabar simplemente con una intervención del padre, incógnito hasta entonces, sacado de la sombra tan oportunamente.

Desde antiguo sabemos que la Luna simboliza todo el sueño inquietante de la noche, su poder de sugestión y fantasía más allá de la mirada real del Sol. Su nombre, su condición eterna y femenina, ha servido y servirá siempre, aun hollada y conocida, como símbolo de todas las pasiones, sobre todo de aquellas que arrastran consigo la impronta de la carne. Tampoco es un hallazgo para nadie lo que en el mundo actual la droga supone como liberación y a la vez como aniquilamiento; por todo ello, si nuestro astro más cercano aguanta, mal que bien, su papel de amante y madre, el desenlace del muchacho alejándose del pinchazo habitual, gracias a la providencial bofetada de su auténtico padre, resulta por lo menos discutible.

Tan discutible como su relación con la madre, tal como viene expresada, no por razones más o menos edípicas, sino porque se abandona simplemente cuando se piensa puede llegar a ofender al respetable público americano. Tal sucede también con el encuentro del protagonista con el bujarrón, que no nos dicen cómo se resuelve, a no ser que la censura privada haya entrado en acción para salvar el trance.

En el cine actual nadie se asusta ya de nada, ni siquiera en los filmes donde hijos y madres comparten cuerpo y cama. No hay sino recordar El soplo en el corazón, de Malle. También allí una madre libre, alegre y sensual acababa en los brazos del hijo, a lo largo de un excelente estudio de humanidad y humor que en Bertolucci brillan por su ausencia.

Todo el resto está bien: realización, fotografía de Storaro, una Jill Clayburg a ratos teatral, un Matthew bastante antipático, Parma, Roma, Verdi y un equipo de altura, pero no un doblaje que, aun en versión original, no llega a superar las diferencias de lenguaje.

Tan pronto se habla castellano que se supone inglés como se dicen frases en italiano, para recordarnos que estamos en Italia, aunque después de todo las palabras cuentan poco en una historia tan sofisticada, rematada con un final feliz, digno de empeños francamente comerciales.

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