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Reportaje:CINE DE ORO

'La quimera del oro'

EL PAÍS ofrece mañana, por 8,95 euros, una película esencial de Charles Chaplin

Los niños del siglo XXI aún no conocen a Charles Chaplin. Quizá un día averigüen que se trata del ser humano que más hizo reír a sus padres, a sus abuelos y a sus bisabuelos. Una época también se define por la gente que más le hizo reír. Yo debo pertenecer a la última generación que se ha reído con Chaplin. Una tarde, a mediados de los setenta, en el cineclub de la Universidad Laboral de Cheste, vi una sesión de cortos de Charlot. Tenía 12 años y era la primera vez que me retorcía de risa en el cine. Eso es imposible de olvidar.

Chaplin nació en 1889 en Londres, en un barrio de mala muerte. Era hijo de un par de actores de music-hall. Su padre abandonó a la familia poco después de nacer Charlie y, devorado por la bebida, murió a los 37 años. Su madre perdió la voz y luego perdió la cabeza. Eso les arrastró a la miseria y a unos tiempos atroces de orfanatos, noches al raso y días sin comer. Alguien habrá insinuado ya que la infancia de Chaplin parece un plagio de una novela de Dickens. Charlie y Sydney, su hermanastro, lograron sobrevivir a la catástrofe y se emplearon en la compañía de Fred Karno, con la que Chaplin hizo varias giras por Europa y Estados Unidos. En Broadway le descubrió Mack Sennett, su hada madrina, el productor de sus cortos cómicos desde 1914 y el que animó la gran creación de Chaplin: Charlot, el vagabundo, un personaje que, a principios de los años veinte, era tan popular como Napoleón.

En Una mujer de París (1923) Chaplin decidió olvidar a Charlot y figurar sólo como director. El resultado fue un brillante melodrama que no encontró la respuesta esperada. Chaplin interpretó la señal que le había enviado el público recuperando a Charlot en La quimera del oro (1925). Un día, en el rodaje de esta película intervenían cientos de figurantes. La mayoría de ellos eran vagabundos reales. Cuando Chaplin apareció caracterizado de Charlot, los vagabundos le saludaron con una gran ovación. Chaplin pensaría que había vuelto por el buen camino. Chaplin se inspiró en dos hechos reales para escribir el guión. Uno, la epopeya de los miles de aventureros que entre 1896 y 1910 se abandonaron a la búsqueda de los supuestos filones de oro escondidos en las heladas zonas entre Alaska y Canadá, la llamada "fiebre del oro". El otro, la terrorífica peripecia que en 1846 padecieron los miembros de la expedición Donner, unos inmigrantes que, en su lucha por llegar a California, se vieron atrapados por la nieve en una sierra cercana al lago Tahoe. Muchos murieron y el resto, para sobrevivir, llegaron a comerse sus zapatos, sus perros y hasta los cadáveres de sus compañeros. Parecía una paradoja que sucesos y sensaciones tan espantosas -el hambre, el frío, la desesperación- provocaran una comedia tan delirante. Pero Chaplin era un consumado experto en convertir la tragedia en materia de risa. La secuencia que abre la película muestra cómo una hilera de exploradores escala penosamente una montaña en busca del oro. Todo parece más o menos convencional hasta que por allí aparece Charlot -siempre fuera de sitio- seguido por un oso pardo. A partir de entonces, cualquier cosa es posible.

Chaplin estaba loco de amor por Chaplin, pero también su amor por el perfeccionismo y su debilidad por las adolescentes han entrado en la leyenda. El larguísimo rodaje de La quimera del oro fue más agitado de lo previsto. Al buscar a la protagonista, Chaplin cayó rendido al encanto de Lita Grey, una cría de apenas 16 años que, a los 12, había encarnado al ángel de El chico (1921). En medio de una escena, Lita -¡Lolita!- sufrió un desvanecimiento. Estaba embarazada. Para tratar de impedir el escándalo, Chaplin huyó con Lita a escondidas y se casó con ella en una aldea de México. No tuvieron mucha suerte. Un reportero les siguió y aireó el asunto. El feroz puritanismo de la sociedad norteamericana se cebó con Chaplin. Louella Parsons y demás comadres de la prensa chismosa de la época lo machacaron. Lita fue reemplazada por Georgia Hale, que volvió a filmar las escenas ya rodadas por la primera. El día del estreno en Nueva York de La quimera del oro, en junio de 1925, Chaplin sufrió una crisis de nervios. Demasiadas tensiones. Se asustó tanto que, esa misma noche, quiso hacer testamento y pidió que llamaran a su abogado pero éste estaba de viaje en Europa.

En La quimera del oro Chaplin confirmó su endiablada eficacia para disparar los instintos más elementales de la gente -la emoción y la risa- y, al mismo tiempo, ser considerado un gran artista. La película contiene algunos gags irresistibles como aquél en el que Charlot, muerto de hambre pero con total naturalidad, cocina y se zampa una de sus botas, con los cordones figurando unos espaguetis y los clavos haciendo de huesecillos. Para interpretar eso con tanta gracia es preciso haber pasado mucha hambre de niño en un suburbio de Londres.

Chaplin sintió que había logrado algo genial. Luego confesó que ésta era la película por la que le gustaría ser recordado. Cualquier creador tiene un sueño: seducir a todo el mundo con una obra que quede para la eternidad. Gracias a La quimera del oro, Luces de la ciudad o Tiempos modernos, Chaplin rozó ese cielo en mayor medida que casi nadie. Es verdad que Chaplin transmitía la antipática impresión de no admitir ninguna duda acerca de su condición de "ser superior". Pero para alguien como él, que nos hizo reír tanto, por favor, siempre lo mejor.

Un rodaje de 16 meses

La quimera del oro se realizó en 1925. Sus intérpretes principales fueron: Charles Chaplin, Mack Swain, Tom Murria, Georgia Hale, Malcolm Waite, Betty Morrisey, Henry Bergman, Rita Carece y Harry Myers.

Guión, montaje y dirección: Charles Chaplin. Fotografía: Rolland H. Totheroh y Jack Wilson. Decorados: Charles D. Hall.

Fue la segunda película de Chaplin para la United Artists, la productora que creó en 1919 junto a Griffith, Mary Pickford y Douglas Fairbanks. Se rodó en Truckee, Sierra Nevada, y en espectaculares decorados que recreaban el pueblo de la película. La filmación duró 16 meses, entre enero de 1924 y mayo de 1925, y en ella Chaplin invirtió dos millones de dólares. Él se podía permitir algo así. Uno de los gags más celebrados, el del baile de los panecillos, era una superación de otro idéntico interpretado por Fatty Arbuckle en 1917.

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