"El odio viaja en nuestra genética"
Como el fiscal acosando al acusado y el carcelero al reo, Marjane Satrapi (Rasht, Irán, 1969) acosa al periodista desde unos ojos negros que tienden al infinito. La vocación escrutadora se extiende a su voz cuando arranca a hablar. Se diría que, pese a llevar 13 años viviendo entre la efervescencia de la frívola París, se le agolpan todavía muchas deudas pendientes de las épocas oscuras, de cuando era adolescente en el Teherán de los ayatolás, allá por los ochenta.
Dicho de otro modo: la chica se las trae y es lo que suele llamarse todo un carácter. Un carácter que sobrevuela las historias de Persépolis, la película de animación que mañana abrirá en Valladolid la 52ª edición de la Seminci, y que está basada en su propio cómic del mismo título.
"Yo vivo en Europa y vivo en paz, pero soy consciente de que eso es un lujo"
"Esta historia, en manos de los estadounidenses, no sería buena idea"
Persépolis fue la película de la que más se habló y escribió durante el pasado Festival de Cannes. No sólo por razones cinematográficas -se hizo con el Gran Premio del Jurado-, sino también extracinematográficas. Los responsables culturales del régimen de Ahmadineyad la situaron a la altura de la herejía y protestaron ante las autoridades francesas por su presencia en La Croisette. Al Gobierno de Teherán no le hizo gracia que la denuncia del fundamentalismo islámico que Satrapi narra en clave autobiográfica adquiriera una dimensión internacional.
La interesada lo recuerda con cierto tono de sorna: "El Ministerio de Cultura de Irán envió una carta de protesta al agregado cultural de la Embajada francesa en Teherán. Y el Ministerio de Asuntos Exteriores francés contestó diciendo que la presencia de Persépolis en Cannes no era una decisión política, sino estrictamente artística. Eso es todo lo que pasó".
Hija única de unos padres progresistas y tan críticos con el régimen del sha como con la tiranía de los mollahs, Marjane Satrapi dibujó y rodó Persépolis aferrándose a lo que siempre le enseñaron sus progenitores: la tolerancia como lema de vida: "Como soy una demócrata convencida", explica, "veo normal que pueda haber gente en Irán que se haya sentido indignada por la película. Pero la vida es sólo un punto de vista. Yo tengo el mío, tú tienes el tuyo, él tiene el suyo. Todos son aceptables. El problema llega cuando pensamos que tenemos el monopolio de todo, incluido el monopolio del sufrimiento".
Satrapi se esfuerza en explicar que el abanico temático de su historia excede de lejos lo político: "Trata de muchas cosas, de cómo nuestra existencia puede bascular terriblemente cuando se producen cambios que no esperábamos. Y es una película sobre el exilio, y también sobre el amor, en fin, que mi intención no fue hacer un panfleto político, sino un relato que tocara la fibra de la gente a través de esos temas universales. Yo odio los panfletos".
En todo momento de la conversación, Marjane Satrapi da la sensación de querer hablar más de ideas y principios universales que de secuencias y diálogos cinematográficos. Se le habla de la película, pero no hay modo. El cine pasa a un segundo plano, casi. Y todo está bien. Ella quiere soltar su mensaje de tralla, y no hay quien la pare.
"Si pienso en la historia de Persépolis, caigo en la cuenta de que el hombre es un animal muy extraño. La verdad es que el odio viaja en nuestra genética. Por eso hay guerras entre los hombres, pero no entre los cangrejos o entre las vacas. Porque los humanos tenemos algo que se llama memoria, y los animales no. Y la historia no es más que la repetición de algo que se hace y se vuelve a hacer hasta el infinito. Mire, le pongo un ejemplo. Julio César se puso al frente de las legiones romanas, se marchó a las Galias y dijo: 'Si no les aniquilamos, nos aniquilarán a nosotros'. Bueno, pues es exactamente lo mismo que ha hecho Bush con Irak".
Cuando se le pide a la dibujante y realizadora una comparación entre su adolescencia iraní y su madurez francesa (lleva 13 años viviendo en París), responde casi a a bote pronto: "Mire, yo vivo en Europa y vivo en paz, y soy consciente de que eso es un lujo. Pero eso de la civilización occidental es el mayor bluff que nos han contado. No hay civilización. Tú te vas a París, y todo es maravilloso, la ciudad de la luz, del amor, de la alegría. Vale. Pero si cortas la luz en toda la ciudad, y los supermercados y los hospitales se quedan a oscuras y sin funcionar, ya verás lo que tarda la gente en matarse entre sí. O sea, que si todo va bien no es porque la gente sea civilizada, sino sencillamente porque no tiene hambre".
¿Su futuro como cineasta? En todo caso, no parece que pase por Hollywood, aunque ya ha escuchado sus cantos de sirena. Satrapi ha tenido sabrosas ofertas para ceder los derechos con vistas a una versión estadounidense de Persépolis. No parece que la cosa le seduzca demasiado: "Cuando escribes una historia como ésta, eso conlleva una responsabilidad, no se puede tomar a la ligera. Y si yo les doy este material a los estadounidenses, ¿qué harían? Una versión con algún que otro iraní simpático suelto por ahí, eso es todo. No, no, eso no. Yo creo que esto en manos de los estadounidenses no sería una buena idea, así que mejor no lanzarme a la aventura, ¿no?".
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