La ciberpelícula
Una interesantísima propuesta, casi suicida en su concepto, que ha tardado seis años en aterrizar en la cartelera: Tomás está enamorado, filme belga avalado por el Premio de la Crítica en el Festival de Venecia y el Méliès de Oro a la mejor película europea de cine fantástico en 2000, llega a un par de cines de Madrid y Barcelona gracias a la loable iniciativa de recuperar producciones de calidad que, por culpa de caprichos de la distribución, no habían tenido la oportunidad de exhibirse. El belga Pierre-Paul Renders ambienta su historia en un futuro quizá no demasiado lejano en el que se podrá hacer (casi) cualquier cosa desde el teclado de los ordenadores, armados con una cámara cada vez más precisa en su definición: hablar por teléfono, comprar la comida, recibir la visita del médico de cabecera o del psicólogo, adquirir un seguro, buscar pareja, relacionarse con la familia, abrir la puerta de la vivienda y hasta hacer el amor (o mejor dicho en este caso, disfrutar de un polvo virtual). La gran novedad, y de ahí su alto índice de riesgo, es basar la película única y exclusivamente en las imágenes que el protagonista ve en su pantalla. Nada más, salvo la voz en off del personaje. Así, no es que el espectador se pueda identificar con éste, es que se va a convertir literalmente en el tal Tomás, sufriendo sus decepciones, adquiriendo sus fobias y regocijándose con los adelantos técnicos. Su pantalla es la nuestra.
TOMÁS ESTÁ ENAMORADO
Dirección: Pierre-Paul Renders. Intérpretes: Benoît Berhaert, Magali Pinglaut, Aylin Yay, Micheline Hardy. Género: drama. Bélgica-Francia, 2000. Duración: 97 minutos.
Con una mezcla de imágenes reales y animaciones por ordenador, la película se inicia con una bomba: un sorprendentemente excitante juego sexual entre Tomás y una muñequita, culminado en el orgasmo de los dos contendientes con un intervalo de 0,5 segundos. Porque aquí todo está medido, desde las emociones hasta el precio de un paquete de comida. A partir de ahí, y a través de numerosas conversaciones con amigos, vecinos y telefonistas varios que nunca se sabe si son seres humanos o máquinas, se va descubriendo la agorafobia del protagonista, razón por la cual lleva ocho años sin salir de su habitación.
Renders y su guionista, Philippe Blasband, van dejando caer ciertos toques filosóficos que, lamentablemente, quedan en eso, en simples bosquejos que apuntan al estoicismo y acaban convergiendo en el romanticismo. Es entonces cuando el riesgo de la propuesta se hace más plausible y, a partir de la primera hora de película, la historia se atranca un tanto. La tiranía de la duración comercial, estandarizada en alrededor de 90 minutos, no siempre es la ideal para determinados productos. Como Tomás está enamorado, que no hubiera necesitado mucho más de una hora para llegar a la misma conclusión: que la comodidad de los adelantos tecnológicos está bien para un rato, pero que donde se ponga el roce verdadero del cariño, la compasión o la amargura con la persona amada que se quite el cibersexo.
Babelia
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