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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Tartamudez en gran angular

Javier Ocaña

Aunque el poder político no siempre esté asociado al poder de la palabra (pensemos en la voz aflautada de Franco), la garra en la oratoria y el convencimiento vocal ayudan para embarcar al pueblo en viajes de dudoso término. Por eso resulta tan incierta la existencia de un rey tartamudo en tiempos de arengas patrióticas o libertarias. Como el que tuvo Reino Unido en los prolegómenos de la II Guerra Mundial: Jorge VI, padre de la actual reina Isabel, afectado desde niño por la imposibilidad para el diálogo fluido.

Con semejante base dramática, de inmensas posibilidades, el guionista David Seidler y el director Tom Hooper, guiados por el espíritu empresarial de los hermanos Weinstein, productores ejecutivos, han construido con El discurso del rey otra muestra de lo que se dio en llamar el milagro Miramax: una película creada para alcanzar la carrera de los Oscar, con lo que conlleva de empuje para la taquilla, presidida por la emoción, ambientada en el pasado, que mezcle bien la trascendencia de su temática con la levedad de su engranaje narrativo, con la que nadie se sienta excluido, ni el cinéfilo exigente, ni el espectador medio, un producto de calidad, en fin, de primoroso acabado, aunque en ocasiones más aparente que solvente. El paciente inglés, Shakespeare in love, Las normas de la Casa de la Sidra, Chocolat, Chicago, Cold mountain, Descubriendo Nunca Jamás, El lector... Así, salvo sorpresa de última hora, los Weinstein, fuera desde hace años del sello Miramax pero con compañía propia, volverán a sentarse en lugar privilegiado durante los Oscar, además de tener casi en la mano el galardón de mejor actor para el sensacional Colin Firth por un papel muy del gusto de los académicos, pero que probablemente merece: componer un tartamudo patente, aunque leve, un papel que oscila, en apenas segundos, entre la comedia y la tragedia, resulta harto más complicado que el típico rol de impedido que no va mucho más lejos de la máscara (Mi pie izquierdo, Forrest Gump...).

EL DISCURSO DEL REY

Dirección: Tom Hooper.

Intérpretes: Colin Firth, Geoffrey Rush, Helena Bonham Carter.

Género: comedia dramática.

Reino Unido, 2010.

Duración: 118 minutos.

El discurso del rey lo tiene todo para triunfar: una historia de superación, excelentes diálogos, personajes secundarios de lujo (de Winston Churchill a la Reina Madre), un periodo histórico apasionante, ironía, delicadeza, emoción, ligereza. Y, sin embargo, puede que por miedo a conformar uno más de esos productos británicos de exquisito acabado pero de rígida quietud, más académicos que clásicos, el director rebaja sus prestaciones finales por una incomprensible decisión técnica: la abusiva utilización del gran angular fotográfico, un objetivo que conlleva un efecto distorsionador de la imagen por los extremos del plano, cercano al llamado ojo de pez, ideal para secuencias oníricas o para abarcar gran cantidad de elementos a corta distancia, pero cuya motivación en El discurso del rey se escapa. Ya empleado por Hooper en algunos momentos de The damned united, su anterior trabajo, ambientado en el fútbol de los años setenta, allí tenía una lógica: abarcar las escenas de vestuarios, diminutos y llenos de futbolistas y preparadores. Aquí, sobre todo al utilizarse del mismo modo en secuencias de palacio y de interiores reducidos, parece un simple capricho.

Colin Firth como Jorge VI, en <i>El discurso del rey.</i>
Colin Firth como Jorge VI, en El discurso del rey.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.
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