Mozart entre trincheras
Kenneth Branagh fracasa en su intento de trasladar al cine la famosa ópera de Mozart 'La flauta mágica'
Kenneth Branagh asegura que el cine y la ópera sólo encajan a medias. Lo dijo con voz suave y exquisitas maneras en un templo de la lírica, el teatro del Liceo, en una fugaz visita a Barcelona para presentar su versión cinematográfica de La flauta mágica, de Wolfgang Amadeus Mozart, que se estrenó el pasado miércoles en las salas españolas. Tiene mucha razón.
La ópera en cine funciona sólo en algunas ocasiones. Lo consiguió Ingmar Bergman con su genial adaptación de la misma obra. También lo logró Joseph Losey con su sofisticada lectura de Don Giovanni, otro título mozartiano de cabecera. Son excepciones, porque conseguir el beneplácito unánime de cinéfilos y amantes de la ópera es la cosa más difícil del mundo. Lo habitual en este resbaladizo terreno es irritar a uno de los dos bandos, aunque existe una posibilidad mucho peor: acabar aburriendo a unos y otros, que es lo que consigue Branagh.
El actor y director irlandés traslada la acción a la I Guerra Mundial
El bajo René Pape y la soprano ligera Lyubov Petrova son lo mejor del reparto
El actor y director irlandés traslada la acción a la I Guerra Mundial, con Tamino convertido en un soldado que luchará por el amor de Pamina y la paz universal. La cosa promete y el filme tiene un arranque espectacular, en plenas trincheras, con la batalla a punto de comenzar. Para modernizar la acción, el libreto original en alemán de Emanuele Schikaneder -actor, empresario, amigo y compañero de logia masónica de Mozart- ha sido convenientemente podado, traducido al inglés y adaptado a la situación bélica por el actor Stephen Fry y el propio Branagh.
No funciona mal. Aunque oír cantar Mozart en inglés no es plato del gusto melómano, hay que reconocer que en obras como La flauta mágica, que es un singspiel, es decir, una obra con partes habladas y cantadas, es una opción sensata para hacer más comprensible la obra fuera del área germánica. No es ése el problema. Tampoco falla por el lado musical, pues la deliciosa partitura se salva en una meritoria versión bajo la batuta de James Conlon, al frente de la Orquesta de Cámara de Europa.
El filme naufraga por otros motivos. Cuando adapta Shakespeare al cine, Branagh cuenta con un rico bagaje como actor y director a sus espaldas. En la ópera, como él mismo reconoce, es un recién llegado: "La ópera es algo nuevo y excitante para mí. Incluso me han ofrecido montar en un coliseo lírico títulos como Otello, la 'obra escocesa' y otros basados en Shakespeare, pero necesito ver y escuchar mucha más ópera, es un mundo que no conozco bien y me intimida".
Normalmente, los directores que no dominan el lenguaje operístico se asustan cuando vienen arias, dúos y concertantes en los que la acción se detiene y, lógicamente, toda la fuerza expresiva pasa al canto, porque los compositores siempre hacen teatro con medios musicales. Una ópera no es una sucesión de aires, y Branagh cae en el error de tratar cada pieza canora como si fueran videoclips. Sin pulso narrativo, el filme cae en una tediosa banalización que evita los elementos masónicos de la obra y reduce la filosófica lucha entre el bien y el mal, entre la luz de la sabiduría y las tinieblas de la ignorancia, a una vulgar pelea entre Sarastro y la Reina de la Noche, amantes en el pasado y ahora enemigos a muerte.
El viaje iniciático de Tamino queda reducido a un ingenuo y trillado "chico busca a chica para salvarla del peligro" que pierde fuelle a medida que avanza un largometraje de dos horas y cuarto de duración. Por si fuera poco, algunos efectos visuales dan grima por su torpe ingenuidad: los vuelos de la Reina de la Noche recuerdan peligrosamente a los de Mary Poppins, y los sueños de Papageno en busca de una mujer -el filme, por cierto, carga demasiado las tintas misóginas- están más cerca de la estética de Pippi Calzaslargas que del rústico humor que caracteriza al personaje más divertido de la ópera.
Dice Branagh que su filme "es ideal para que la gente que nunca ha visto una ópera se introduzca en el género". También asegura que "es una buena opción para que los amantes de la ópera vayan al cine a ver sin prejuicios una adaptación de una obra que conocen bien". Lo malo es que, por falta de imaginación y fantasía visual, el filme se queda en tierra de nadie, lastrado además por la inexperiencia como actores de los cantantes protagonistas.
La noble, bella y profunda voz del bajo René Pape, uno de los Sarastros de referencia en la actualidad, y el aplomo de la soprano ligera Lyubov Petrova haciendo frente a la espectacular pirotecnia vocal de la Reina de la Noche, son lo mejor de un reparto mayoritariamente joven -el tenor Joseph Kaiser (Tamino), la soprano Amy Carson (Pamina) y el barítono Benjamin Jay Davis (Papageno)- dignos en lo vocal, pero muy verdes y poco expresivos como actores.
Babelia
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