Metralla fina
En una secuencia, relativamente temprana, de esta película irresistible y desvergonzada, John Travolta y Jonathan Rhys Meyers -en los respectivos papeles de un experto en trabajos sucios y un chófer de embajada con pluriempleo en los subsuelos de la CIA- suben a la Torre Eiffel en hora de máxima afluencia. Cargan con un espectacular jarrón de porcelana china relleno de cocaína. La circunstancia de estar rodeados de turistas no les inhibe de meter ocasionales zarpazos para el indelicado consumo de la indiscreta sustancia. Desde París con amor es una de esas películas que enervarán a todo espectador que necesite aferrarse a la verosimilitud para entrar en una ficción. El resto tendrá alicientes a granel para pasárselo en grande.
DESDE PARÍS CON AMOR
Dirección: Pierre Morel.
Intérpretes: John Travolta, Jonathan Rhys Meyers, Kasia Smutniak, Richard Durden, Yin Bing.
Género: acción. Francia, 2010. Duración: 92 minutos.
Quien no necesite la verosimilitud para entrar en un filme lo pasará en grande
En su faceta como productor, Luc Besson, uno de esos creadores hacia los que resulta razonable sentir amor y odio en equilibrada proporción, lleva tiempo facturando el equivalente multisalas de la vieja película europea de género -¡y de batalla!- que antes tenía su destino natural en los cines de barrio. Sus productos intentan armonizar el espíritu eurotrash de sus precedentes naturales con las exigencias de un cine espectáculo de última generación que, en sus formas, se mira en el modelo estadounidense, con puntuales interferencias de algunas modulaciones orientales -en especial, el siempre mucho más estilizado cine de acción de Hong Kong de los ochenta-.
La secuencia de créditos de Desde París con amor podría ser, en cierto sentido, toda una declaración de principios estética: esta historia arranca cuando lo que, tiempo atrás, fue voluntad de estilo ha degenerado en metralla expresiva... sin que el proceso de erosión afecte a la fundamental satisfacción de los bajos instintos del espectador, a través de la violencia grotesca y de un humor que salta sobre los códigos de la camaradería viril para zambullirse, directamente, en lo gañán, en una sensibilidad cafre que espantaría a un hooligan. Junto a las sucesivas entregas de la serie Transporter (2002, 2005 y 2008) -en cuyas dos primeras entregas, Pierre Morel, director de Desde París con amor, ejerció de director de fotografía y operador de Steadicam-, esta película merece ser considerada una de las joyas de la corona en el catálogo Besson de placeres (no necesariamente) culpables.
John Travolta, que disfruta cada segundo de su reformulación en bestia parda, inyecta una buena sobredosis de carisma a esta historia cuyo título acaba siendo menos irónico de lo que parece: una improbable trama contrarreloj en la que el aparente acoso al narcotráfico acaba cediendo su lugar al pulso con el terrorismo islámico. De lejos, cualquiera podría tomar la película de Morel por un thriller de acción made in Hollywood del montón: de cerca, la incorrección política, el trazo de aguafuerte, un sentido del humor bestia y sangriento y la dosificación de contundentes -incluso brutales- golpes de efecto marcan la diferencia y no dejan lugar a dudas. Aquí Europa no está emulando lo peor de Hollywood: lo está corrompiendo.
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