Genocidio armenio
Hubo un tiempo en el que Paolo y Vittorio Taviani formaban parte de la vanguardia del cine europeo. Habituales de los mejores festivales, obtuvieron la Palma de Oro de Cannes por Padre Padrone, en 1977, y el Gran Premio del Jurado por La noche de San Lorenzo, en 1982. Su activismo político circulaba en paralelo a sus influyentes trabajos, mientras anarquismo, marxismo y lucha de clases ejercían de símbolos de sus historias. Sin embargo, tras el fracaso de la ambiciosa Good Morning, Babilonia (1982), ninguna de sus posteriores películas han tenido la repercusión de sus primeras obras. De hecho, después de ésta, sólo Las afinidades electivas (1996) logró estrenarse en España. Con la tan interesante en lo temático como vetusta en lo artístico El destino de Nunik, los Taviani vuelven a las salas nacionales gracias a la participación financiera de la productora Sagrera y al papel estelar de Paz Vega.
EL DESTINO DE NUNIK
Dirección: Paolo y Vittorio Taviani.
Intérpretes: Paz Vega, Moritz Bleibtreu, Arsinée Khanjian, Ángela Molina.
Género: drama histórico. Italia, Francia, España, 2007.
Duración: 120 minutos.
Fieles a sus ideales, los casi octogenarios Taviani siguen mirando hacia los lados más desfavorecidos de la sociedad y de la Historia, y en este último ámbito el genocidio armenio a manos de los turcos durante la I Guerra Mundial desempeña una de las más negras páginas del siglo XX, sobre todo por su parcial reconocimiento internacional (sólo 21 estados lo han aceptado oficialmente). Al igual que El pianista (Roman Polanski, 2002), pero cambiando a los judíos por los armenios, El destino de Nunik se divide claramente en dos partes: una primera, en la que se presenta la situación político-social del pueblo que va a ser masacrado, a través del retrato de una familia representativa; y una segunda, en la que se escenifica el horror perpetrado por el ejército otomano. Sin embargo, ninguna de los dos segmentos acaba de funcionar.
La mitad inicial, en la que el lugar común de la chica armenia quebrada por el amor a un oficial turco y la fidelidad a su pueblo puede tener cierto perdón, se ve perjudicada por el empeño de los autores en adelantar acontecimientos mediante indignas trampas de guión (las visiones sobre la masacre de uno de los niños, los risibles delirios de la mujer del mandamás turco...).
Por su parte, el segmento dedicado a las matanzas resulta más sangriento que doloroso, más explícito que dramático. Las decapitaciones, violaciones y castraciones se suceden, pero la rancia puesta en escena (ni rastro de la austeridad y el rigor dramático de Padre padrone) devalúa su supuesto poderío sentimental. A diferencia del Holocausto judío, y en paralelo a su menosprecio político, el cine apenas se ha ocupado del genocidio armenio, y en ese sentido la película posee una clara virtud. Pero no hay más remedio que terminar acordándose de Ararat (2002), en la que Atom Egoyan supo plasmar tanto la masacre como la amnesia política.
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