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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Ciudadanos americanos

Javier Ocaña

Una madre soltera mexicana que trabaja como ilegal en una atestada fábrica. Una adolescente musulmana que se atreve a defender en el instituto los ideales de los terroristas del 11-S. Otra joven musulmana con demasiada tendencia a dejar abierto el escote de la blusa. Un inadaptado chaval de origen coreano que flirtea con las mafias. Una australiana aspirante a actriz que se prostituye para conseguir la green card. Un británico que se finge judío ortodoxo para poder trabajar en un colegio. Vidas cruzadas. Sin papeles. Sin presente. Sin futuro. A Territorio prohibido, desmesurado drama sobre el desarraigo en territorio estadounidense, le pierde el exceso de ambición. Abre tanto el abanico que parece la película definitiva sobre la inmigración. Pero con un tema tan polémico no se puede ser tan tajante. Y Wayne Kramer, su director y guionista, lo es. Quizá encuentre la lágrima fácil del espectador al que no le gusta cuestionarse las cosas, al que le encanta que le den las respuestas. A ese público al que le emocionó Crash, aquella epopeya de existencias cruzadas dirigida por Paul Haggis, que llegó a ganar el Oscar a la mejor película, con la que Territorio prohibido comparte estructura dramática y localización: Los Ángeles.

TERRITORIO PROHIBIDO

Dirección: Wayne Kramer.

Intérpretes: Harrison Ford, Alice Eve, Ray Liotta, Jim Sturgess,

Alice Braga, Cliff Curtis.

Género: drama. EE UU, 2009.

Duración: 113 minutos.

El problema del relato es que no hay cuestionamientos sobre el problema. Solo una teoría, expuesta y verbalizada en la secuencia culminante, la de la ceremonia de naturalización, el paso final para convertirse en ciudadano de Estados Unidos: si alguien está allí es porque quiere ser de allí. Lo ha elegido y lo demás sobra. Es la apoteosis del orgullo de ser americano. El elogio de la ciudadanía. Nada que objetar, si no fuera porque el discurso empleado huye de los grises; solo hay blancos y negros, buenas personas y malas personas, víctimas y verdugos. Ni rastro de un posible debate sobre el multiculturalismo. Aunque sea para acabar desechándolo. Aquí solo vale la asimilación. Y si alguien, como en el momento más risible de la película, osa moverse durante la escucha del himno, es que merece un par de esposas.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.
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