Un reportero en la Guerra de África
Un libro describe la visión de Pedro Antonio de Alarcón de la contienda colonial
La evolución ideológica de Pedro Antonio de Alarcón es una de las grandes disyuntivas que se presentan a la hora de estudiar su biografía. La construcción del mito de un Alarcón católico, conservador y militarista no se relaciona muy bien con el joven personaje que se negó a concluir sus estudios en un seminario y que marchó a Madrid en busca de una carrera literaria que le acarrearía grandes contratiempos a causa de sus ideas revolucionarias.
Alarcón, uno de los granadinos más universales, comenzó a colaborar con la revista El Látigo nada más llegar a la capital. Se trataba de una publicación de carácter satírico que se hizo muy popular gracias a sus ataques contra la reina y contra cualquier otra autoridad. Allí, bajo el pseudónimo de El Zagal, Alarcón publicó artículos incendiarios que le ganaron muchas enemistades en la ciudad, pero también el reconocimiento y la admiración de los que profesaban su misma ideología.
A principios de enero de 1855 Alarcón alcanzará la dirección de El Látigo, puesto que desempeñó por poco tiempo. Su renuncia llegará a causa de un desafío entre el accitano y García Quevedo, un periodista de El León Español con el que se había cruzado graves acusaciones. Tras errar Alarcón su disparo, García Quevedo, pistolero experimentado, soltó un balazo al aire perdonándole la vida. Este hecho, como señalaría el propio Alarcón en alguno de sus textos, provocó que estuviera nueve años sin escribir sobre política y que se replantease su posición ideológica.
Con el propósito de derribar ciertos mitos incómodos que circulan en torno a la obra de Pedro Antonio de Alarcón, y muy especialmente a su relación con la guerra de África, un grupo de investigadores ha publicado en la editorial Anthropos el libro Pedro Antonio de Alarcón y la Guerra de África: Del entusiasmo romántico a la compulsión colonial. Bajo la dirección de José Antonio González Alcantud, han colaborado con la edición Víctor Morales Lezcano, Vicente Moga Romero, Manuel Lorente Rivas, Antonio Lara Ramos, Amelina Correa y Antonio Enrique.
En el libro se nos descubre que tras esta primera etapa en la que Alarcón se enfrentaba a cualquier forma de poder, aparece la figura del joven que busca satisfacer su vanidad literaria en medio de una ciudad como Madrid, que sin duda tiene muchas cosas que ofrecerle, y en la que va logrando un prestigio considerable hasta convertirse en el hombre de moda.
Alarcón no dudó en alistarse en el ejército para defender al país dentro de esa tendencia imperialista que supuso la guerra contra los marroquíes. Se trataba de una buena oportunidad para alcanzar la gloria y además viajaría como cronista de El Museo Universal.
Como describe Antonio Lara Ramos en un artículo que se incluye en el libro, "el Alarcón que se lanzaba a la empresa africana, en su doble cometido de cronista y soldado, era un hombre que se aprestaba próximo a los veintiséis años y que había sufrido una transformación en su pensamiento, valorando ahora otros elementos que consideraba más beneficiosos para el equilibrio de una España de difícil conjunción política".
Las crónicas enviadas desde el frente por Alarcón no escatimaron detalles de primera línea y trazaron retratos patrioteros de los soldados que allí lucharon. De más que marcado tono épico, en sus notas describía a O'Donnell como "el hombre público más digno de consideración y respeto", y a Ros de Olano, que se encontraba afectado de cólera, no ya como un general para sus tropas, sino como un padre.
Éxito de las crónicas
Con el clima nacionalista que se vivía en España, las crónicas de Alarcón consiguieron un éxito inigualable. El joven periodista recibió desde muchos puntos del país más de 20.000 cartas. Pero la verdadera cumbre de su popularidad llegó al publicar Diario de un testigo de la Guerra de África, del que se agotó en pocos días una primera edición de 50.000 ejemplares, lo que propició una venta de hasta cuatro millones de reales que le proporcionaron una importante despreocupación económica.
Tras las victorias de Castillejos, Tetuán o Wad-Ras la intervención de Inglaterra obligó a España a retroceder posiciones y a renunciar a gran parte de las aspiraciones que albergaba en el norte de África. En 1860 se concedía al soldado Alarcón licencia provisional y regresaba a España, encontrando ya pocas razones por las que permanecer en el continente africano. "Hoy creo o, por mejor decir, hace mes y medio que creo que nuestra misión en África está terminada por ahora; que la continuación de la guerra no tiene objeto; que será una calamidad para mi país; que el espíritu público está extraviado en España; que la prensa de la corte, poderosa palanca que agita a su placer la opinión, empuja a nuestro ejército hacia un abismo", escribió Alarcón.
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