‘Blue Lights’, tan pequeña y tan inmensa
Tal vez la problemática del Ulster no sea universal, pero la falta de recursos para enfrentar las consecuencias de los problemas de salud mental o la dificultad para superar un trauma se entiende igual en Belfast que en Oviedo o en Barranquilla


Imagino que Blue Lights no estará en muchas listas de lo mejor del año porque Movistar Plus+ la estrenó a finales de noviembre y las series que frisan el fin de año tienen más difícil colarse en estos rankings. Deduzco que tampoco encontraremos en ellas la recién estrenada segunda parte de la gozosa Fallout ni mucho menos Verdades ocultas, que llegará a Disney+ la última semana de 2025 y viene precedida de críticas extraordinarias. La premura por ofrecer estas listas, que no obedece más que a nuestra ansiedad por leerlas cuanto antes, provoca que muchas veces no hablemos realmente de lo mejor del año, sino de lo mejor de 11 meses. Nacer en determinada fecha puede ser una desventaja. Como soy de finales de junio, recuerdo a los niños que cumplían años durante el curso lectivo siendo reyes de la clase por un día con sus caramelos y el cumpleaños feliz a cuarenta voces que yo nunca tuve. Me daban tanta envidia que me planteé fingir que había nacido en marzo, pero luego habría tenido que pasarme la vida actuando como una piscis.
La serie de Declan Lawn y Adam Patterson sigue el día a día de tres policías, cada vez menos bisoños, en una zona de Irlanda del Norte en la que la jornada laboral empieza hincando la rodilla en el suelo para comprobar los bajos del coche. Una profesión de riesgo. Pierde algo de vuelo cuando centra su arco en grandes conspiraciones homelandescas que obligan a buscar un malo malísimo en cada entrega, en este caso Cathy Tyson —que se mantiene tan elegante como cuando la descubrimos en Mona Lisa— regentando un club que parece sacado de Eyes Wide Shut.
Es en la cotidianidad donde se eleva Blue Lights, cuando ayudan a un anciano desorientado o visitan a un hombre con problemas mentales. En esos dos capítulos desarmantes apetece besar las comisuras de sus guionistas. Qué sencilla hacen que parezca una serie tan inmensa. Qué fácil parece hacer televisivamente lo que hacen los británicos, pero solo les sale a ellos. Tal vez la problemática del Ulster no sea universal, pero la falta de recursos para enfrentar las consecuencias de los problemas de salud mental o la dificultad para superar un trauma se entiende igual en Belfast que en Oviedo o en Barranquilla. Si aún no la conocen, hay tres temporadas disponibles; es el mejor regalo de Navidad que puedo hacerles.
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