‘Pluribus’: todos para una
Mientras veía la producción de Vince Gilligan, recordaba la última serie que retrató una invasión alienígena para hablar de lo que nos hace humanos. Fue ‘Braindead’ (2016), de Michelle y Robert King

Oh, Carol. Me hago cargo de que la versión más conocida en español de la canción de Neil Sedaka es la del Dúo Dinámico, pero en la que cantaba Karina, con otra letra, hay un verso que bien se le podría aplicar a Carol (Rhea Seehorn), la protagonista de Pluribus: “Mira cómo el mundo no se acaba”.
En la serie de Vince Gilligan, de la que ya hay disponibles tres episodios en Apple TV, la humanidad tal y como la conocemos se termina y, a la vez, el mundo sigue, que diría Fernán Gómez. Carol sobrevive con su libre albedrío intacto a una invasión extraterrestre que convierte a todos los seres humanos menos ella (y otro puñado más, desperdigados por el planeta) en uno solo, sin anhelos, sin libertad, sin emociones. A la vez sin guerras, sin crímenes, sin conflictos. Un enjambre solo desestabilizado por los ataques de ira de Carol, que provocan millones de muertos. Por eso, el objetivo de esta manada homogénea, cuyo único imperativo parece la perpetuación, es que Carol sea feliz. Y Carol, un poco por la cabezonería y la desolación propias de quien conserva su individualidad frente a la masa uniforme, otro poco por la pérdida de su mujer, se resiste.
Mientras veía los episodios disponibles, recordaba la última serie que retrató una invasión alienígena para hablar de lo que nos hace humanos. Fue Braindead (2016), de Michelle y Robert King. En ella unos insectos extraterrestres devoraban los cerebros de la fauna de Washington DC con objeto de polarizarla para finalmente destruir el corazón político de Estados Unidos. Pluribus va casi al lugar opuesto: no es la confrontación extrema lo que acaba con aquello que nos hace humanos, sino el consenso absoluto que nace del pensamiento único y la ausencia de libertad individual.
El título, por supuesto, remite al “E pluribus unum” estadounidense (De muchos uno, en latín), pero a mí me ha llevado a recordar un ensayo que escribió David Foster Wallace titulado “E unibus pluram”, sobre la influencia de la televisión en los escritores norteamericanos de su generación. En él, Foster Wallace atribuye la devoción por la televisión de sus colegas y de él mismo a una combinación que puede resultar paradójica, pero no lo es: el voyeurismo y la misantropía. Algo de esto hay en Carol, que no por casualidad es escritora, y cuando quiere aislarse del nuevo mundo hostilmente diplomático que la rodea, se encierra en su casa a ver Las chicas de oro. Pocos planes mejores para el fin del mundo.
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