El nuevo reto viral: que se muere el mono
Habrán visto ustedes en qué estado se encuentran Simón Pérez y Silvia Charro, más conocidos como “los tipofijos”, que andan mendigando en Kick por dinero


No hay mes en el que no se produzca alguna defunción fruto de a saber qué nuevo reto viral proveniente de TikTok, YouTube o Twitch. Lo que antes se generaba en el patio del colegio o en los soportales del bloque, se quedaba entre los cafres habituales y se solía saldar, como mucho, con un brazo escayolado, cuando no con una bronca de algún adulto que pasara por allí. Pero entonces, antes del siglo XXI, los adultos no querían ser adolescentes a toda costa. El fenómeno debió de empezar en los noventa, pero eso ya que lo estudie otro. Nuestras tonterías no las grababa nadie, y por tanto, tampoco había ninguna cámara de resonancia para que se hicieran más grandes.
Algo más constante ha sido lo de reírse del tonto del pueblo, del discapacitado, del mariquita, del raro, del borracho, o del solitario. “Las feas no tenemos honra”, decía Irene la Guindilla en El camino (el de Delibes, claro). Hay gente a la que, por su posición en la escala social, no se le presupone ni la humanidad. A veces de nacimiento, a veces por propia renuncia.
Habrán visto ustedes ya en qué estado se encuentran Simón Pérez y Silvia Charro, más conocidos como “los tipofijos”, que andan mendigando en Kick por dinero. Hacen retos que les proponen sus espectadores. El más suave que he visto, tirar la impresora por la ventana a cambio de 30 euros. Todo va a parar a la droga. El fin de semana pasado les cortaron la luz. En paralelo, hay problemas en la pareja (como para no). Y entre los habituales están pidiendo que no se les dé dinero para droga porque un día se van a morir y va a haber problemas (sic). Otros señalan que, de morir Simón, se acaban las risas. Simón pasó tres días y tres noches solo a base de “bocadillos” y un donut (este sí, de los de verdad), sin ducharse ni beber otra cosa que bebidas energéticas. Ahí, alrededor del mono, se reúnen críos y jóvenes a gastarse el dinero en hacerle bailar sin importar las consecuencias. Cuando nadie quiere ser adulto, nadie quiere hacerse responsable de nada, ni de sus propias decisiones, ni de las decisiones que hace tomar al que no está en plenitud de facultades. El día en el que se mate el mono, ni los contribuyentes ni las empresas patrocinadoras –—que las hay— admitirán que han sido ellos los que han apretado el gatillo.
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