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Columna
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Qué es el cine? El apartamento

Vuelvo a sentir un orgasmo anímico con la película más hermosa, compleja, agridulce, de la historia

El apartamento, de Billy Wilder
Jack Lemmon y Shirley MacLaine en un momento de 'El apartamento'.
Carlos Boyero

¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? Era la pregunta inquietante del borracho Raymond Carver en uno de sus más perturbadores cuentos. Y yo me vuelvo a preguntar en una de mis preguntas certeras: ¿de qué hablamos cuándo hablamos de cine?

Lo tuve claro en mi infancia, en mi adolescencia, en mi juventud, o en el ocaso eremita de una vejez en la que ya no importa casi nada, excepto un telón antiguo alejado del sufrimiento, emparejado a la felicidad. Y sobrevivo, en mi caso, de recuerdos, algunos muy felices, pero también del cine. De las inmensas alegrías que él me ha proporcionado.

Y un amigo, con tantos defectos como yo, pero que tiene el don inmenso y generoso de regalar cosas impagables a la gente que quiere, me donó hace muchos años un muñeco de papel, igual que mi altura, que representaba a Bogart. También una fotografía ampliada de un bebé maravilloso, encabronado en su gesto, adorable, alguien que representa mi eterna actividad ante la vida, entre el gozo y el rechazo, con el que hablo todas las madrugadas y las noches.

Y este amigo me lleva a ver en una pantalla grande El apartamento. En el Palacio del Hielo. Rodeado de gente mayoritariamente joven, incluidos algunos que comen palomitas, pero sin hacer ruido.

Y vuelvo a sentir un orgasmo anímico con la película más hermosa, compleja, agridulce, de la historia del cine. Y me sigo estremeciendo, aunque la haya visto doscientas veces, cuando Lemmon observa que el espejo de la mujer que ama está roto y que ella se siente aún peor que él. Con el retrato genial que hace Wilder de los poderosos y de sus víctimas, aunque ellos sean muy trepas. Ese señor, que algunos describieron como alguien que tenía cuchillas de afeitar en el cerebro y en la lengua, era tan sarcástico como secretamente romántico. Y vuelvo a sentir un orgasmo cuando, acompañada de una música maravillosa, la señorita Kubelik abandona la fiesta de Nochevieja con su amante y va corriendo al apartamento del patético señor Baxter. Y él le dice: “La amo”. Y ella le responde: “Siga jugando a las cartas”.

Y yo regreso feliz a la soledad de mi casa. Y me pongo El buscavidas. Y le cuento mis sensaciones al bebé Matías. Y duermo relajado. Y me repito: Qué grande es el cine. O sea, el que me gusta a mí.


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