‘Selftape’: la venganza de las hermanas Vilapuig contra la perversión de la fama, los abusos y el ninguneo tras ‘Pulseras rojas’
La serie de Filmin mezcla realidad y ficción para explorar la herida de dos actrices precoces que emocionaron hasta a Steven Spielberg pero cayeron en el olvido
“¿Salías en la serie esa?”. “¿Eres anoréxica?”. “¿Qué haces aquí si ganaste tanta pasta?”. En una escena de Selftape, la serie autobiográfica que se estrenó esta semana en Filmin y que coescriben y coprotagonizan las hermanas Joana y Mireia Vilapuig, una adolescente ridiculiza a Joana por haber montado un taller de teatro en su instituto años después de haber sido la niña más famosa de Cataluña. Todos saben que Joana protagonizó Polseres vermelles, la ficción de TV3 sobre un grupo de chicos hospitalizados por diferentes motivos, desde los trastornos con la autopercepción y la imagen corporal (TCA) a la leucemia. Un fenómeno sin precedentes entre 2011 y 2013 y no solo en territorio catalán. Sus capítulos alcanzarían los tres millones de espectadores en su salto a Antena 3 como Pulseras rojas y emocionaron hasta Steven Spielberg, que compró los derechos para su adaptación al mercado estadounidense para crear Red band society (2015), una versión del canal ABC que tuvo a la oscarizada Octavia Spencer en su reparto.
Esa incómoda secuencia en ese centro educativo, como buena parte de lo que acontece en los seis capítulos de 30 minutos dirigidos por Bàrbara Farré y producidos por Filmax con el sello Filmin Original, sucedió tal cual en la realidad. Porque en Selftape se explora precisamente eso. Qué queda después de que dos hermanas prodigio de Sabadell se hagan tan famosas como para no poder coger el metro con sus padres sin agobiarse. Qué pasa cuando, una década después, ya no hay ni rastro de aquella efervescencia e interés y se tengan que ver compitiendo entre ellas por un papel. Y, sobre todo, qué ocurre cuando sientes que “le has robado el sueño de ser actriz a tu hermana [Joana]” y, de repente, los directores (hombres) te prefieren a ti (Mireia).
Ficción y cintas de vídeo
Con una narrativa que mezcla realidad y ficción, donde se incluyen clips reales de su archivo mediático o los VHS familiares de su infancia, Selftape —que es como se llama a la auto grabación de casting a distancia que permite a los directores hacer una primera selección sin tener que organizar uno presencial—, parte de una anécdota real que ocurrió en 2015 a estas hermanas que ahora tienen 28 años (Joana) y 25 (Mireia). “Nos vimos grabándonos la una a la otra por un mismo papel tras mucha sequía después del bum de Polseres. Ahí ya bromeamos con que solo con eso teníamos material para una serie, pero hasta 2019 no nos lo tomamos en serio”, explica Joana, sentada junto a su hermana en las oficinas de Filmin en la zona alta de Barcelona tras una intensa jornada de promoción y unos días después de presentar la serie en el festival de Málaga.
Fue mezclar su archivo doméstico con sus entrevistas en televisión en su apogeo de fama y estas hermanas hicieron el clic para lanzarse a contar su historia: “Montar ese puzle nos impresionó muchísimo. Fue la primera vez que vimos el paso de la felicidad infantil a convertirnos en un personaje público. Revisar todas esas entrevistas terribles en las que solo teníamos ganas de salir corriendo y en las que siempre poníamos cara de ‘qué coño me estás preguntando’ para pasar directamente al corte de la selftape de ‘hola, no tengo curro y estoy aquí vendiendo mi moto a una cámara’ nos hizo entender que era un material muy potente para una serie”, resume Mireia. Su historia, efectivamente, daba para una.
Hermanas y rivales
Joana sabía que sería actriz desde que tiene memoria, pero tuvo que presenciar cómo su hermana pequeña, a la que le daba igual el mundo artístico, triunfaba en un casting en el que participó con casi otras mil niñas catalanas. Fue Mireia quien, a los diez años, se hizo con el papel de Cristo en Herois (Héroes), la película de Pau Freixas escrita por Albert Espinosa que homenajeaba a Los Goonies y Cuenta conmigo narrando la amistad de un grupo de niños en un verano que marcaría su vida.
De ese casting prodigioso, en el que Mireia era la única niña del grupo, salió el elenco de chicos que conformaría Polseres vermelles con el mismo equipo en la dirección y guion. Solo que, esta vez, Mireia era demasiado pequeña para el papel de Cristina. Joana, ahora sí, sería la elegida. También le tocaría sufrir el síndrome de la pitufina: fue la única chica en aquel grupo de chavales que triunfó en plena explosión hormonal y paso a la adolescencia. Joana pasó a ser la famosa (Mireia llegaría a participar en la serie) y el destino hizo que aquella promesa de éxito no se sostuviera para ninguna de las dos, más allá de participaciones en series y películas como Cuéntame o Palmeras en la nieve.
Esa rivalidad latente, esa comparación y enfrentamiento constante en un espejo deformado por el vínculo familiar es el motor emocional de la serie. Uno que expone, sin complacencia, una acritud relacional (muy verosímil) entre las hermanas. “Mireia tiene lo que no tiene Joana y Joana lo que no tiene Mireia. Ambas tienen que alejarse para reencontrarse y entender que funcionan como el ying y yang”, aclara Joana. Y Mireia añade que su hermana no estaba actuando cuando le dice en un episodio “me he dado cuenta de que a tu lado no soy feliz”. Ya estaba preparada para escuchar ese reproche. “Cuando grabamos, ya sabíamos a lo que íbamos. Antes del rodaje hicimos un trabajo muy emocional. Hablamos muchísimo de nuestra relación para entendernos la una a la otra, para saber qué nos provocamos y poder interpretarlo de forma realista y sincera”, cuentan las dos, con una capacidad innata para acabarse las frases la una a la otra.
La herida de los abusos
Aunque parte de la trama familiar está construida en la ficción —“todo lo que se refiere a nuestros padres y el entorno de amigos no es real, necesitábamos protegerlos en esta exposición tan bestia de nuestra intimidad”, cuenta Joana—, Selftape es una delicada e inteligente evidencia en forma de autorretrato de los estragos de una cultura audiovisual en la que se explota a las actrices, incluso cuando son menores, aludiendo al mito de un genio creador para legitimar el abuso.
En la serie nadie sale indemne: directoras de casting que te preguntan si has abortado y qué aprendiste en caso de hacerlo, aunque esa experiencia no tenga nada que ver con el papel que vas a interpretar. Directores que en los ensayos te exigen desnudos y performar un falso erotismo que nada aporta a la narración o que te echan un día antes de empezar a rodar porque no eres “lo suficientemente sensual” o “segura de ti misma”. Seguir con tu carrera asumiendo la pesadilla de que una de las escenas sexuales que rodaste en una película se sube sin descanso a las plataformas porno como si aquello fuera un vídeo sexual.
Heridas que se complementan con abusos fuera del mundillo como el stealthing (el retiro de condón de forma no consensuada durante el acto sexual). “Todas las mujeres, en cierta medida, hemos vivido este tipo de situaciones. Nosotras, como actrices, hemos sufrido mucho la mirada masculina. Muchas veces nos hemos sentido muy títeres y muy vulnerables frente a estos creadores que solo quieren vampirizar tu dolor y tus heridas. Queríamos enseñar lo hostil que todo esto puede llegar a ser”, dice Joana. Mireia la apoya: “Ahora es otro mundo gracias a los coordinadores de intimidad, pero nosotras llevábamos mucho tiempo rodando y asumiendo un tipo de fórmulas de escenas de sexo en las que hemos estado desprotegidas”, explica.
Los clips en los que se las entrevista de niñas son tan incómodos de revisar que hasta uno de los guionistas que ha participado en Selftape, Ivan Mercadé, que fue productor de Polseres Vermelles, llegó a revelar en la presentación del proyecto cómo se le quedó el cuerpo frente al archivo mediático de aquel trato a las que solo eran crías: “Me sentí culpable”.
La cárcel de la “serie de chicas”
Inspirándose en mujeres creadoras como Michaela Coel con Podría destruirte (HBO) o Siri Seljeseth con Young & Promising (disponible en Filmin) y con una estética “muy intimista y europea”, las Vilapuig lamentan que su serie sufra esa profecía que, pese a facturas y significaciones totalmente opuestas, las encierra en “la misma caja” de series como Cardo o Autodefensa.
“Somos tres series totalmente distintas, ¿por qué nadie nos compara con Nacho, que también parte de las experiencias y vivencias de un actor?”, se pregunta Mireia. “Me molesta mucho vivir dentro de esta caja de las mujeres, como si solo pudiese existir una serie. Es como a Young & Promising, que la vendieron como el Girls noruego. Pero si todo es Girls, nada es Girls”, dice.
Tras estos seis capítulos ambientados en Barcelona y Olso y en los que se oyen catalán, castellano e inglés, las dos hermanas siguen sin trabajo. Mireia acaba de hacer un selftape sin muchas esperanzas. “A veces me lo tomo como: ‘va, quítatelo de encima y hazla ya’”. Joana no descarta ponerse con una nueva serie de episodios: “Igual de aquí a una década, con los 40. Ahí seguro que volvemos a tener selftapes la mar de interesantes”.
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