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Quinta Temporada
Columna
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Una serie para el finde: ‘El tercer día’, una isla tan inquietante como real

Jude Law aparece desquiciado entre vecinos huraños, ritos celtas y un aislamiento total. Osea es un lugar inaccesible cuyo pasado auténtico da pie al misterio

Jude Law, en una escena de 'El tercer día' ('The Third Day'). En vídeo, tráiler de la serie.
Ricardo de Querol

Todo es extraño en esa pequeña isla de Inglaterra, que apenas llega al kilómetro y medio cuadrado. En una escena de El tercer día, dos de los personajes se pegan un viaje de LSD pero lo que vemos antes y después es igual de alucinógeno. Vecinos huraños, una religión sincrética entre el cristianismo y antiguos ritos celtas, macabros sacrificios de animales y quién sabe si humanos, apariciones y desapariciones, una densa niebla y, sobre todo, la incomunicación de un lugar sin cobertura en el móvil y al que solo se llega por una estrecha carretera llena de baches, obra de los romanos, que está inundada 23 horas al día.

Dice la letra de Hotel California, la canción de los Eagles: “Puede usted dejar la habitación cuando quiera, pero nunca se podrá ir”. La miniserie británica El tercer día (The Third Day, en HBO) es angustiosa, tiene límites confusos entre acción y ensoñación, y logra su propósito de hacerte pasar un agradable mal rato. Los protagonistas son antagónicos: Jude Law, desquiciado y enigmático, y Naomie Harris, la única con los pies en el suelo. Entre los dos se reparten el protagonismo de dos historias de tres capítulos cada una.

Se rodó además un especial de 12 horas como “experiencia inmersiva”; un extraño experimento —no disponible en la plataforma, pero sí, en dos partes, en Facebook— solo apto para los que se hayan enganchado mucho a esta extraña atmósfera, con el gancho de la participación de la cantante Florence Welch como una especie de sacerdotisa. No es imprescindible ese metraje adicional e incontenido para entender la serie, que por otro lado deja más preguntas que respuestas: la trama se mueve por sorpresa entre lo agresivo y lo místico, entre lo erótico y lo puritano, entre lo festivo y lo siniestro.

El sitio parece irreal y no lo es. Existe esa isla de Osea, en el estuario del río Blackwater, y esa antigua calzada romana transitable solo a ciertas horas —aunque, por supuesto, sus vecinos tienen barcas, los de la serie no—. Y, como se menciona en estos capítulos, fundó la comunidad en 1903 un tal Charrington, miembro de una familia de industriales cerveceros, que montó un centro de rehabilitación en un entorno libre de alcohol. Hoy el dueño de la isla es el productor musical Nigel Frieda; se cuenta que paró allí Rihanna para trabajar en uno de sus discos; antes que eso estuvo Amy Winehouse en la clínica para curar adicciones, que reabrió en 2004 pero fue cerrada en 2011 por la autoridad sanitaria, y donde una semana de tratamiento costaba la friolera de 10.000 libras. Frieda ha convertido su isla en destino para músicos y recinto perfecto para fiestas privadas: se recuerda la del aniversario de Island Records y el único concierto de The Weeknd en Reino Unido en 2015.

Los pocos vecinos de Osea, no serán más de unas decenas, participaron en la serie que no les deja muy bien. En todo caso ha sido un gran negocio para el turismo de quienes quieren apartarse de todo: hay allí un hotel de cuatro estrellas (ese caserón que aparece en cada capítulo), un puñado de casas disponibles para alquiler en Airbnb y un restaurante. La hostilidad de los lugareños, no tengo duda, es ficticia. Pero no sé yo si dormiría tranquilo allí.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

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