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Robinson

Ver el fútbol en la televisión con esos estadios vacíos me provoca una notable indiferencia y un ligero sopor. Sería más llevadero si los comentara Michael Robinson, oírle era un lujo

Carlos Boyero
Michael Robinson, fotografiado en enero de 2019.
Michael Robinson, fotografiado en enero de 2019.Samuel Sánchez

Desde hace tiempo me percato de que estando en el campo de fútbol puedo desconectar del partido durante prolongado tiempo. Pensar en mis movidas aunque sean ensordecedores el ruido y la pasión que me rodean. Por supuesto, eso no me ocurriría jamás si en el césped estuvieran jugando Messi, Zidane, Maradona, gente así, hipnótica y genial. Si esa involuntaria capacidad de abstracción me ocurre viendo el fútbol en su ambiente natural, imagínense lo que me pasa cuando es televisado en estadios vacíos. Lo que he visto hasta el momento me provoca una notable indiferencia y un ligero sopor. Es probable que a los jugadores también les ocurra algo extraño. Supongo lo que deben de sentir los actores representando obras en teatros sin público.

Y te preguntas por las razones de que el distanciamiento que nos exigen a los mortales para burlar al monstruo no exista en el permanente contacto físico que marca el fútbol. Alguien me respondería aquello tan antiguo y obvio de: “Es la economía, estúpido”. O sea, el negocio colosal que supone para algunos. No creo que los dirigentes hayan perdido el sueño pensando en la adicción de los futboleros, sino recordando los multimillonarios contratos con las televisiones.

Estoy seguro de que estos rarísimos partidos serían más llevaderos si los comentara Michael Robinson. Oírle suponía un lujo. Por su conocimiento, su sentido del humor, su distinción, su gracia. Este admirable señor sabía mucho de muchas cosas, imprimió su inconfundible sello en modélicos programas deportivos, era un placer impagable beber con él (algo que solo hay que hacer en buena compañía o en soledad), repasar lo humano y lo divino al lado de su talento narrativo, su ironía, su elegancia interna, su muy peculiar lenguaje, su experiencia en tantas batallas. Bendito seas, Michael. La vida y el tratamiento del deporte siempre tendrán una deuda contigo.

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