A nuestra generación todavía nos daba vergüenza matar
‘La línea invisible’ explica al detalle, mediante la serie y el podcast, el método y origen de ETA
Es una suerte que Àlex Monner interprete tan bien a Txabi Etxebarrieta, primer asesino de ETA, con esa cara de ensimismado coleccionista de versos y envuelto en mística, y que la historia de la banda tenga, por intereses comerciales, su crimen fundacional en Melitón Manzanas (Antonio de la Torre), torturador franquista y excolaborador nazi. La línea invisible, la serie de Mariano Barroso que ha estrenado Movistar +, relata los meses de maniobras en la clandestinidad de Etxebarría y su hermano para hacerse con el control de ETA y dirigirla a la “lucha armada”, la irresoluble ecuación de “patria o muerte”. Y tras eso, y estudiar al detalle el primer objetivo terrorista, Etxebarría pierde la cabeza pasado de centraminas en un control de tráfico y mata por la espalda a José Pardines, un chaval de 25 años emigrante de familia pobre, en cuya casa coruñesa de Malpica hubo que elegir quienes estudiaban y quienes no. Qué bien hace la serie en detenerse en Pardines y gastar metraje en él, y qué papeles tan brillantes hacen en esa historia dentro de la Historia Xoán Fórneas y Alba Loureiro, la novia a la que regala una paloma para que la guise. Ellos dos, ajenos a todo lo que estaba ocurriendo en 1968, son la línea invisible que cruza ETA; el precio de matar a Manzanas era matar a un inocente del mismo modo que, según todo fue cogiendo forma, el precio de liberar al pueblo vasco era atentar contra él.
Que el asesinato lo cometiese un idealista en el sentido más criminal del término explica lo que había detrás del accidente Pardines y del premeditado asesinato de Manzanas. Una idea tan seductora de voluntades y con tal determinación religiosa de sacrificarse por ella que, con el paso del tiempo, sofisticó un concurso popular envenenado: que se discutiese, como en un concurso de la tele, quién merecía morir más o menos, evitando el debate del asesinato en sí. Si en Sin Perdón William Munny decía que matar a un hombre es quitarle todo lo que tiene, y lo que podría llegar a tener, matar a Manzanas era hacer creer que se podía matar a cualquiera, tuviese o no el pedigrí fascista del jefe de la Brigada Político-Social. La serie no esquiva esos debates, presenta las aristas pertinentes y, si acaso, se deja en el tintero dos hechos relevantes: la crueldad inhumana de Manzanas y la celebración en el País Vasco en cuanto corre la noticia de su muerte (“se acabó el champán” y “la plaza de Zarautz estalló en una ovación” se dice, con insoportable nostalgia, en el podcast de La línea invisible, el reportaje que hay que escuchar antes o después de ver la serie: un documento impactante de varias horas sobre el origen de ETA). Aún matando a un monstruo, ¿crece una sociedad con buena salud festejando asesinatos?
Impresiona el personaje del hermano de Etxebarrieta (Enric Auquer en permanente estado de gracia) en tanto que pone el dedo en la llaga en el sufrimiento de los familiares —la madre de ambos— que de un día para otro tienen que ver, y en otros casos defender, como su brillante hijo con destino a Oxford acaba fundando una banda terrorista. Impresiona, también, el papel de Anna Castillo (Txiki), y las palabras premonitorias con las que abre y cierra la serie. Y sale, por descontado, muy bien parada la dictadura y su represión como detonante imprescindible de la ira primero y la justificación de ETA después.
Con todo, la mejor frase de La línea invisible no se dice en la serie sino en el podcast que dirige Pablo González Batista para Movistar + con Conchi Cejudo de reportera y treinta entrevistados, salvo la hija de Melitón Manzanas (“recibí su carta y no responderla es mi respuesta”) y su asesino, al menos que se sepa. Nadie de ETA, nunca, ha dicho quién fue el autor de los disparos que mataron a Manzanas en la Operación Sagarra [Manzana]. Todos los rumores que apuntaron a este o aquel nunca se han demostrado. El podcast, un larguísimo reportaje periodístico de los que marcan época, entrevista a exetarras desligados unos y afines otros a la banda (Antton Karrera, Ander Landáburu, Eugenio del Río, Kepa Akixo, Izko de la Iglesia…) que dicen, cito cronológicamente, “no lo sé”, “eso no se va a saber”, “ni lo sé ni me ha preocupado mucho, ETA nunca va a decir quién mataba porque la cuestión era a quién tocaba matar, a veces por sorteo”, “no lo sé y lo he preguntado, seguro que hasta lo he preguntado a quien lo ha hecho”. ¿Usted participó en el asesinato?, le pregunta Cejudo a Kepa Akixo Zigor. “ETA participó en la Operación Sagarra. Todos, ETA. No te puedo decir. Ese tipo de cosas son secretas”. Hasta que llega Teo Uriarte, condenado a muerte en el proceso de Burgos por pertenencia a ETA e intelectual posicionado desde hace años frente al mundo abertzale: “Yo tengo una teoría de por qué nadie lo cuenta, y es que a nuestra generación todavía nos daba vergüenza matar".
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