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Mitos, falsedades, bulos y realidades sobre el VIH 40 años después

Hace cuatro décadas que se detectó en España el primer caso de VIH/sida. A los grandes éxitos clínicos que han cronificado la infección se suma una desinformación generalizada que, socialmente, ahonda en prejuicios de todo tipo. ¿Qué sabemos realmente sobre el VIH? A continuación, 10 preguntas y sus respuestas para salir de dudas

La terraza del edificio de la Casa Milà-La Pedrera, Barcelona, iluminada de rojo durante el Día Mundial del Sida.
La terraza del edificio de la Casa Milà-La Pedrera, Barcelona, iluminada de rojo durante el Día Mundial del Sida.© Marcel·lí Sàenz


Alrededor del VIH se han levantado dos muros. El primero es el clínico, cada vez más infranqueable, consistente en una investigación que ha conseguido que la infección se cronifique. El segundo, mucho más pequeño, endeble y lleno de fugas, es el social. En estos 40 años desde el primer caso detectado en España, el VIH sigue siendo esa enfermedad que muchos ni se plantean que les pueda afectar a ellos; que casi todos los que la sufren la ocultan; que, como apenas se habla de ella, parezca que no exista; y, por ello, que continúe marcada por los prejuicios, la desinformación y distintos mitos, falsedades y medias verdades que han favorecido un caldo de cultivo en el que el VIH se ha convertido en una enfermedad social: la del estigma y la discriminación.

Como muestra tanto de los avances como de las dudas que aún persisten, estas son algunas de las cuestiones más importantes que interesa tener claras tanto en torno a la transmisión como a los tratamientos y a la vida con VIH. ¿Cuánto sabemos realmente hoy sobre ello?

El término ‘contagio’ hace referencia a las infecciones que se pueden adquirir por contacto o por proximidad con la persona afectada, como la gripe, la tuberculosis o la covid-19. La medicina moderna introdujo el término ‘transmisión’ para aquellas infecciones que, como el VIH, la hepatitis C y otras infecciones de transmisión sexual (ITS), precisan de vías específicas para penetrar en el organismo. Estas infecciones, explican desde la organización Apoyo Positivo, “solo pueden transmitirse por contacto directo entre el cuerpo de una persona y de otra a través de un intercambio de fluidos entre la persona sana y la infectada. En el caso del VIH, estos fluidos se reducen a sangre, semen, secreciones vaginales y leche materna”.

Es importante, además, desmentir el mito de que hay grupos de riesgo en el VIH. Como explica Alejandro Bertó, gerente de Sevilla Checkpoint, un centro comunitario de detección del VIH y otras ITS, “se ha hablado demasiado de grupos de riesgo y se ha perdido la percepción de que, en nuestros días, el VIH se transmite mayoritariamente por relaciones sexuales sin protección. Seas hombre o mujer”.

A ese tercio de infecciones se une que más de la mitad de ellas no se descubre hasta años después de la transmisión. Es una de las consecuencias de haber considerado a esta enfermedad como una amenaza que solo afecta a los mal llamados colectivos de riesgo, como hombres que tienen sexo con hombres.

Los datos de Sanidad de 2021 revelan que la transmisión entre personas que se inyectan drogas o como consecuencia de una transfusión fue minoritaria; también que, del total de nuevos diagnósticos, un 82,7% se produjeron a través de una relación sexual: “Uno de los problemas básicos es la percepción social de que el VIH es una realidad que no nos afecta: soy heterosexual, no tomo drogas, no soy trabajador del sexo… Esto no va conmigo”, recuerda Alejandro Bertó, de Sevilla Checkpoint. Y la doctora María José Galindo, jefa de la Unidad de Enfermedades Infecciosas del Hospital Clínico de Valencia, advierte: “Es cierto que, en la mayor parte de los casos, esta transmisión se produce en el contexto de una relación entre hombres, pero esto no puede invisibilizar la transmisión heterosexual, porque perpetuamos el problema”.

Indetectable = Intransmisible. Este I = I es el lema de una campaña global que aúna a activistas e investigadores y se extiende por más de 100 países. Su propósito es, desde la evidencia científica, orientar y dar tranquilidad a personas con VIH (y a sus amigos, parejas y familiares) acerca de que pueden vivir sin preocuparse por transmitir la infección. Siempre, eso sí, que estén en tratamiento y con carga viral indetectable.

La evidencia es abrumadora. Hay infinidad de estudios que han demostrado, en parejas serodiscordantes o de estatus mixto (en las que solo uno de los miembros es seropositivo), que no ha habido transmisión del VIH cuando el miembro positivo estaba con carga viral indetectable durante seis meses o más.

Desde el movimiento I = I se insiste en que se trata de una oportunidad para dar un giro a la vida de las personas con VIH: transforma su vida social, sexual y reproductiva; fulmina el estigma y afianza el empoderamiento, y reduce la ansiedad y anima a las personas a continuar con el tratamiento.

Los avances clínicos en los tratamientos han hecho posible convertir el VIH en una enfermedad crónica. A su vez, esto ha propiciado la aparición de un fenómeno novedoso: los Long Time Survivors (LTS), la primera generación de personas con VIH que se hace mayor. En los últimos 10 años, el porcentaje de personas seropositivas con más de 50 años ha pasado del 8% a más del 50%, y los modelos de predicción señalan que, en 2030, la cifra alcanzará el 75%. Estos datos de supervivencia han sido posibles gracias a la eficacia de los nuevos tratamientos antirretrovirales: “Disponemos de fármacos extraordinariamente eficaces que han permitido pasar de una enfermedad con muy mal pronóstico a una infección perfectamente controlable”, explica el doctor Vicente Estrada, Jefe del Grupo de enfermedades infecciosas/VIH del Instituto de Investigación del Hospital Clínico San Carlos (Madrid).

Aunque los actuales medicamentos antirretrovirales son capaces de mantener la carga viral indetectable, la cicatriz que el virus deja en los primeros días de la infección seguirá presente de por vida. Hoy se sabe que esos primeros días, a los que tradicionalmente no se les prestaba atención, tienen una importancia capital. Por eso, Onusida recomienda detectar cuanto antes si una persona se ha infectado con el VIH y destaca los beneficios de conocer el estado serológico. El doctor Juan Ambrosioni, especialista en la Unidad VIH-Sida y del Servicio de Enfermedades Infecciosas del Hospital Clínic (Barcelona), explica: “Si se diagnostica rápido y se inicia de forma temprana un tratamiento antirretroviral, menos daño se habrá hecho al organismo y mejor será el pronóstico a largo plazo”.

Conseguir que con un tratamiento el virus se mantenga bajo control, indetectable e intransmisible es ya rutina, pero hay que ir más allá: el hecho de que los distintos tratamientos puedan ser igualmente eficaces en el control del virus no significa necesariamente que sean idénticos o que beneficien por igual a los pacientes. Más allá de la carga viral, hay otros problemas de salud que pueden estar asociados al tratamiento antirretroviral. Y que, por tanto, se podrían corregir, o al menos paliar, cambiando la medicación.

En este sentido, el psicólogo Alberto Traviño, especializado en la atención a personas con VIH, señala: “La medicación puede conllevar otros problemas, y habría que preguntar al paciente por estas cuestiones que lesionan tanto su calidad de vida”. Es en esa nueva dimensión en la relación entre el médico y el paciente donde reside parte de las claves para la solución a estos problemas.

Desde que en 1996 surgieran las primeras combinaciones de fármacos antirretrovirales de alta actividad, el éxito de los tratamientos comenzó a medirse por su capacidad para conseguir que el paciente alcanzara una carga viral indetectable. Y esto es algo que, en la actualidad, explica el doctor Adrià Curran, del Servicio de Enfermedades Infecciosas del Hospital Vall d’Hebron de Barcelona, “se consigue sin problemas con los tratamientos de los que disponemos. Nuestro objetivo es ahora más ambicioso: hay que pelear por la calidad de vida”.

La calidad de vida es, precisamente, el gran reto del abordaje actual del VIH, algo imprescindible para todos los pacientes y, aún más, para aquellos que llevan muchos años conviviendo con el virus y que tienen toxicidades acumuladas. Es también, señala el doctor Curran, “una forma de hacer medicina personalizada: centrarte en el problema actual que preocupa a la persona que tienes delante. A menudo nos hemos encontrado con pacientes que, al comenzar el tratamiento, han tenido efectos adversos y no nos los han comentado porque pensaban que era lo normal. Les parecía un mal menor”.

Las personas con VIH mayores de 50 años sufren más patologías asociadas al envejecimiento, y las sufren años antes que la población general: según datos del Grupo Trabajo sobre Tratamientos del VIH (GTT-VIH), el 87% tiene un riesgo medio o elevado de padecer enfermedad coronaria crónica; los casos de cáncer, especialmente los asociados al tabaquismo o a virus, son un 50% más frecuentes; además, se triplica en ellos el riesgo de desarrollar insuficiencia renal y el 73,3% presenta riesgo moderado o alto de padecer enfermedad renal crónica. Deterioro neurocognitivo, trastornos depresivos, enfermedad hepática, osteoporosis, diabetes tipo 2, hipercolesterolemia… Todo ello hace que, a los 50 años, un paciente con VIH presente problemas de salud más propios de una persona de 65 no infectada.

Hay varios factores que lo explican: los diagnósticos tardíos, el retraso en el inicio de los tratamientos o el hecho de que el propio virus produzca una inflamación crónica de bajo grado que irá agotando el sistema inmunitario. Además, los pacientes que comenzaron décadas atrás sus tratamientos “han sufrido los efectos adversos de los primeros fármacos, de aquellos cócteles que les salvaron la vida, pero que les dejaron secuelas”, señala el doctor Ignacio Bernardino, del servicio de Enfermedades Infecciosas del Hospital La Paz (Madrid) y especialista en envejecimiento de personas con VIH. Asimismo, en muchas de las personas con VIH la enfermedad ha ido pareja a un mayor consumo de sustancias tóxicas (drogas, alcohol, tabaco), y en otros, además, a la presencia en su organismo de otros virus (como el de la hepatitis C).

Las cifras nos muestran que las personas con VIH tienen el doble de probabilidades de padecer depresión o ansiedad, que más de la mitad de los jóvenes con VIH tiene algún problema de salud mental o que el riesgo de sufrir una enfermedad mental grave puede llegar a multiplicarse por 10. La relación es, además, bidireccional: no solo el trastorno mental se produce como consecuencia del tsunami que provoca la infección, sino que también el proceso puede darse a la inversa, y ser una mala salud mental previa la que aumente el riesgo de infectarse por VIH.

“Hay un pool de factores que se entremezclan”, corrobora el doctor Álvaro de Mena, especialista en Enfermedades Infecciosas del Complejo Hospitalario Universitario de A Coruña. “En la fase aguda del VIH se pueden presentar una serie de infecciones oportunistas capaces de afectar al cerebro y al sistema nervioso; asimismo, el propio virus también es capaz de causar un daño neurológico”. Además, algunos medicamentos antirretrovirales pueden tener efectos secundarios que también impacten sobre la salud mental del paciente. A todo ello hay que sumar los factores psicosociales: el duelo, la culpa, el estigma, la soledad… Por más que las personas con VIH puedan llevar una vida plena en el aspecto orgánico, “su esfera psicoafectiva y social se resiente. Y aparecen la ansiedad, el insomnio, la depresión. Es lo que más vemos en consulta”.

Las drogas que se consumen en el chemsex, fundamentalmente metanfetamina, mefedrona y GHB/GBL, pero también éxtasis, ketamina, poppers o cocaína, propician la desinhibición y disminuyen la percepción del riesgo. Por otra parte, el perfil de usuarios -principalmente GBO, es decir, hombres gais, bisexuales y otros hombres que tienen sexo con hombres- es especialmente vulnerable a los riesgos y daños asociados a su práctica. Y, además, la proliferación de aplicaciones móviles, que se utilizan tanto para buscar parejas sexuales como para la compraventa de las sustancias, favorece que se viralice como conducta de ocio.

Al estudiar las razones para que una persona entre en ese bucle de consumo autodestructivo, explica Jorge Garrido, director de Apoyo Positivo, “hemos detectado una mala gestión emocional”. Además de pacientes con historial de acoso y de abusos, “vivimos una masculinidad tóxica, consecuencia de la cual encontramos en los propios GBO una homofobia interiorizada y en los infectados por VIH, una serofobia latente. Hay traumas no gestionados, una no aceptación de la sexualidad. Se instaura la cultura del rechazo hacia lo que pueda parecer femenino, se condena la pluma”.

Por otra parte, hay que tener en cuenta que, desde el punto de vista clínico, algunos tratamientos antirretrovirales pueden interactuar con ciertas drogas utilizadas en el chemsex. Se sabe que algunos antirretrovirales modifican la forma en la que se metabolizan las drogas, pudiendo provocar tanto un incremento de su toxicidad como una sobredosis.

CRÉDITOS

Redacción: María Corisco
Coordinación editorial: Francis Pachá
Desarrollo: Rodolfo Mata
Diseño e ilustración: Belén Daza
Coordinación diseño: Adolfo Domenech


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