
He sufrido abuso sexual infantil y esto es lo que me hubiera ayudado escuchar al contarlo
Una investigación de la Universidad Pontificia Comillas analiza los procesos que marcan la recuperación de las víctimas a través del testimonio de un grupo de ellas: “Sentirse escuchado y validado es sanador”

Una de cada cinco mujeres y uno de cada trece hombres en el mundo declara haber sufrido abuso sexual infantil, según datos de la Organización Mundial de la Salud. En España, la incidencia es similar según las investigaciones más recientes. Virginia es una de esas víctimas. Tiene ahora 53 años, sufrió abuso sexual infantil en tres épocas diferentes (entre los 9 y los 18 años) por parte de su tío, del marido de su madre y de un monje budista que se alojaba en la casa familiar. “Todos piensan que el abuso empieza y termina cuando sucede, pero va mutando dentro de ti y son importantes las huellas que deja en el adulto de después. En mi caso, nunca pude separar a la persona que me daba placer de lo que era un agresor, aun en relaciones de mucho amor. El disfrute, cuando lo había, me generaba ataques de ira: si lo había, no había confianza”, cuenta en conversación telefónica con este periódico. Dos hombres a los que tuvo necesidad de contarles que había sido víctima de abuso sexual infantil ―por la “fobia” que sentía al tener relaciones sexuales―, le respondieron: “por favor no me hagas esto” y “¿Esto de tu tío me lo contaste para calentarme?”.
Virginia es una de las doce personas (11 mujeres y un hombre; nueve de ellas españolas y tres de Latinoamérica) que participaron en la investigación de Nereida Bueno-Guerra y Laura Tamés, de la Universidad Pontificia Comillas, llamada Evidence-based recommendations for partners and friends of adult survivors of child sexual abuse [Recomendaciones basadas en evidencia científica para parejas y amigos de adultos sobrevivientes de abuso sexual infantil]. De los testimonios de las víctimas han salido unas recomendaciones para amigos, familiares y allegados que se pueden consultar en las viñetas a lo largo de este reportaje. Es una especie de guía que ayuda a entender qué duele cuando una persona cuenta, una vez adulta, que ha sido víctima de abuso sexual infantil ― “¿Y cómo no lo paraste?”, “¿Por qué no lo contaste antes?”― y qué, en cambio, les ayuda y refuerza ― “Qué valiente eres”― para afrontar los diferentes procesos que atraviesan hasta sanar. Diferentes estudios científicos indican que una buena respuesta del entorno es un factor protector que ayuda a nivel clínico a la víctima y hace que en el futuro no vaya a desarrollar tanta sintomatología psicológica.
Lo que les duele

¿Por qué no lo has denunciado? ¿Por qué has esperado tanto tiempo incluso para contarlo?

Recibir la culpa por no haberlo parado

Quedar para siempre como la que fue violada/o

Que se minimice lo ocurrido

Que las preguntas se centren en si hubo penetración
Alba, que hoy tiene 41 años, y sufrió abuso sexual infantil cuando tenía 9 por parte de un alumno repetidor del colegio de 16, cuenta cómo esa primera reacción positiva la empujó a ir a terapia. “Cuando en la adolescencia empecé a relacionarme con chicos, no era capaz de pasar de los besos, mi cuerpo no permitía que nadie me tocara, en contra de lo que yo deseaba. Recuerdo un día hacer esta reflexión en voz alta en casa de amigas: ‘A ver si es por lo que me pasó’. Ahí se quedó. Cinco años después se lo conté por Messenger a un amigo. Me soportó, validó lo que le estaba contando; me sentí cómoda y sentí alivio. Si no hubiera encontrado esa validación, quizás me hubiera costado mucho más volver a hablar de eso. Por contra, a raíz de eso empecé a ir al psicólogo”, cuenta. “Por pura autodefensa tú misma le quitas valor: ‘no ha sido para tanto, solo me pasó una vez’. Lo minimizas para sobrevivir. Por eso es tan necesario que otro te valide, porque también nos ayuda a poner un nombre al abuso”.
Lo que les refuerza

Que se les vuelva a preguntar y a sacar el tema

Escuchar un: ¡Qué valiente eres!

Dejarles decidir qué contar y a quién

Respetar los tiempos

Hablar como si nuestra audiencia hubiese sido víctima de abusos
Es lo contrario de lo que le sucedió a M. (pide salir con la inicial de su nombre), que se vio envuelta en un silencio atronador. Sufrió abuso sexual infantil desde los cuatro hasta los ocho años por parte de su profesor de pintura. Lo denunció junto a otras víctimas cuando era todavía una niña, el agresor acabó en prisión y cuando M. se lo encontró en su barrio pasados unos años, empezó a sufrir ataques de pánico. Ahora tiene 28 años, lleva en terapia desde los 17, estuvo ingresada en psiquiatría, sufrió un trastorno de conducta de alimentación (TCA) y tuvo cinco intentos de suicidio. “Mi madre me acompañó en el proceso, pero mi familia es muy religiosa y mi abuela llegó a decirme: ‘Esta es una prueba del señor para medir tu fe”, relata.
Y añade: “No se hablaba del tema, nunca nos sentamos a una mesa a hablarlo entre todos. Me encontré con que mi madre se lo contó a mis abuelos y a mi tío, pero en casa el silencio era la única respuesta. Yo existí en un espacio temporal de sobreprotección, sentí que se me sobreprotegía de una forma que no me protegía porque nadie me explicaba nada. Y eso, además, alteró las relaciones con mi hermana: la pobre me veía yendo y viniendo de consultas médicas y me llegó a confesar que creía que yo tenía cáncer. Desarrolló a su vez conductas disruptivas porque creía que mis padres tenían preferencia por mí, en realidad es porque necesitaba cuidados, pero nadie se lo explicó. De habernos sentado a hablarlo, hubiera sido más positivo para todos”. Aunque parezca que puede causar más dolor, en realidad volver a sacar el tema una vez contado o denunciado, el preguntar “qué tal te encuentras, cómo lo llevas” es considerado por las víctimas muy necesario. Les ayuda a sentirse menos “abandonados”. Sobre todo, porque el abuso se lleva y gestiona, en la mayoría de los casos, en silencio y en soledad durante años.
Los abusos no tienen por qué ser siempre violaciones, ni estar acompañados de violencia física, ni ser repetidos en el tiempo: basta una vez para generar un trauma. Tampoco tienen por qué ser cometidos por adultos, a veces puede ser un compañero de clase. En este reportaje, así como en la investigación de las dos profesoras de la Universidad Pontificia Comillas, las personas entrevistadas coinciden en que esos abusos les han “robado la infancia”. Lo explica Beatriz, que tiene ahora 53 años y fue abusada por su padre desde los 3 hasta los 12 años. “Cada vez que intento recordar algo de mi infancia, lo que me viene a la cabeza son los abusos, no las cosas divertidas que mis primos me cuentan que hacíamos”. Beatriz contó a su madre que el padre la tocaba. “Me creyó y me hacía dormir con ella. Se separó de mi padre a los dos meses, pero al cabo de un tiempo la embaucó pidiéndole que volvieran, le prometió que los abusos no se repetirían. Me pidieron permiso para volver. ¡Pero yo era una niña, qué iba a decir! Y más después de ver a mi madre llorar durante meses. Les dije que OK: a partir de ahí me callé y no volví a contar nada. Por supuesto los abusos siguieron y los asumí. ¡Qué iba a hacer con 10 años! Solo pensaba que en algún momento me haría mayor y saldría de allí”. No volvió a contárselo a nadie más, hasta que el trauma afloró. “No conseguía tener relaciones sexuales con mis parejas”, cuenta.
Es un proceso por el que, según relatan, pasan casi todas las víctimas. También ―como identifica la investigación de Bueno-Guerra y Tamés― el hecho de sentirse forzadas a contarlo antes de tiempo a sus parejas por los bloqueos que dificultan su vida sexual. También ocurre que sienten la necesidad de minimizar los abusos para proteger a los demás (madre, padre, hermano, pareja) y a la vez sienten rabia por no haberse sentido protegidas en la infancia. Es común, también, tener dificultad al decir la palabra “violación” y “abuso”; usan términos como “los hechos”, el “suceso”, “eso que me pasó”. Utilizan eufemismos porque a veces pasa mucho tiempo hasta que sean conscientes de que lo que han sufrido no ha sido un juego, sino un abuso sexual.
Es lo que le pasó a Martín, que ahora tiene 29 años y con 11 sufrió abuso por parte de un compañero de clase. “Yo lo camuflé: hablaba de ello como de un encuentro homosexual y como un juego. Pensé que había sido algo inocente, hasta que con 19 una conocida me habló de una experiencia de abuso y me di cuenta de que lo que me había pasado no era un juego. El proceso fue difícil porque él tenía mi edad y yo siempre había asociado el abuso a una persona mayor que te obligaba, no a una de tu edad que utilizaba la persuasión”, detalla. “Lo conté a mi grupo de amigos y me sentí validado. El entorno receptor es básico porque cuando sufres abuso sexual en la infancia aprendes a gestionarlo solo, a entenderlo solo y a no contarlo”. Virginia está de acuerdo con él: “Nadie quiere recibir este tipo de información porque es tan difícil de procesar, es tan inconcebible, desagradable y antinatural que entiendo que genere incomodidad. Para mí hablar tres horas con Nereida [una de las autoras de la investigación] fue sanador, es tan poca la gente que quiere escuchar”.
Andrea, que tiene ahora 38 años, sufrió abusos desde los 14 hasta los 21 años por parte de su entrenador de hípica. “Yo tenía 14 años; él 22. La mejor manera de sobrevivir en esa mierda era pensar que eso era una relación”, dice. Las últimas personas a las que se lo contó, sus padres, fueron los que más la validaron. Tardó mucho en poder verbalizarles lo que normalizó durante años. Y más después de bloquearse después de la primera revelación. “Fue a mi terapeuta con 22 años, no validó mi discurso, me dijo que aquello había sido amor. Terminé creyéndome esa narrativa, pensé que me estaba volviendo loca, que todo estaba en mi cabeza, sentía una culpa horrible. He estado sola durante mucho tiempo en esto y cuando se lo cuento a la psicóloga me encuentro con esa reacción. Para mí fue un batacazo. Pasaron 10 años hasta que pude volver a sacar el tema”, cuenta. A sus padres se lo ha contado hace muy poco. “No quería que se culparan, ni que fuera un arma arrojadiza. Me escucharon, me ayudó mucho desahogarme con ellos y escucharles decirme: ‘Sentimos mucho que pasaras por todo esto tan sola; qué fuerte has sido para, pese a toda esta carga, llegar tan lejos”.
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