Los manuscritos de Charagua: la investigación que los jesuitas ocultaron sobre el misionero pederasta que registraba sus crímenes
El sacerdote catalán Lucho Roma abusó durante décadas de cientos de niñas indígenas en Bolivia. Las fotografió, las grabó en vídeo y lo recogió todo por escrito, en el segundo diario de un cura pederasta al que tiene acceso EL PAÍS. En esta ocasión, la orden realizó unas pesquisas que confirmaron los crímenes y que luego, tras la muerte de Roma en 2019, guardaron en un cajón donde han permanecido inéditas, hasta hoy
Poco después de que los investigadores eclesiásticos bolivianos entrasen en la habitación del jesuita español Luis María Roma Padrosa, las fotografías de decenas de niñas semidesnudas aparecieron por todos los rincones: entre las páginas de los libros, en su agenda personal, del interior de las carátulas de los discos, de los cajones del escritorio, del disco duro de su ordenador. Muchas de ellas estaban recortadas por su silueta, otras eran composiciones deformadas, a modo de collages, en las que se combinaban caras, piernas y brazos de diferentes niñas. Rodeados de todo aquello, los investigadores se percataron de que estaban en la guarida de un monstruo. Habían llegado hasta aquella residencia de los jesuitas en Cochabamba a comienzos de marzo de 2019, por encargo de la cúpula de la orden en Bolivia, por una denuncia reciente de pederastia contra Luis Roma, conocido como Lucho. Su misión consistía en reunir las pruebas, entrevistar a posibles testigos y elaborar un informe con los resultados.
—Fue horrible. Había decenas de fotografías. Se intentó identificar a las niñas copiando los nombres que estaban escritos en el reverso de las fotos y se revisó si también aparecían en el diario —explicó a EL PAÍS una fuente de la orden.
—¿Qué diario?
—Lucho escribió unas memorias donde contaba todo aquello: los nombres de las niñas y lo que hacía con ellas.
Lucho Roma había escrito a mano durante su estancia como misionero en Charagua, al sureste del país, entre 1994 y 2005, cómo fotografiaba, filmaba y abusaba de más de un centenar de niñas, la mayoría indígenas guaraníes. Al menos 70 de ellas aparecen identificadas con su nombre. Roma detallaba la excitación que aquello le provocaba y las dificultades que tenía para ejecutar sus crímenes. Eran 75 folios, desordenados, muchos de ellos sin fechar y que guardaba en tres carpetas diferentes. Este es ya el segundo diario conocido de un pederasta jesuita en Bolivia, tras la publicación hace un año por EL PAÍS de las memorias del sacerdote Alfonso Pedrajas.
El hallazgo de las memorias de Roma, que hasta ahora no ha visto la luz, fue bautizado por los inspectores como Los Manuscritos de Charagua.
27-09-2000
Podía tocarla donde sea. Realmente la devoré casi con la boca. Mi mano en sus piernas y bien arriba. Ella insistía en que quería galletas. Subimos y le hice casi unas 20 fotos. En la cama, sentada, parada, arriba, abajo, todo.
Los inspectores transcribieron el diario y encargaron un informe pericial médico-psiquiátrico para estudiar los escritos y analizar las conductas sexuales del jesuita, por entonces octogenario y postrado en una silla de ruedas. Paralelamente, una veintena de clérigos y laicos fueron entrevistados por este asunto. Solo hubo una parte a la que no pudieron acceder: las víctimas. Viajaron a Charagua, pero nadie quiso hablar con ellos.
Las pesquisas se alargaron seis meses y las pruebas eran tan numerosas que el propio acusado firmó ante notario una confesión: “Me dejé llevar, en algunas situaciones, por actos libidinosos, impropios de un religioso, con niñas de ocho a 11 años”.
Todo se incluyó en un informe devastador que confirma el encubrimiento sistemático de la orden ante este y otros casos de pederastia. Pero pocas semanas antes de que se redactaran las conclusiones, Roma murió en Cochabamba a causa de las enfermedades que arrastraba durante años. Era el 6 de agosto de 2019 y tenía 84 años. Los resultados de la investigación no se hicieron públicos. La Compañía, orden a la que pertenece el papa Francisco, no informó a las autoridades civiles bolivianas de sus hallazgos ni tampoco tomó en cuenta la recomendación de los inspectores: indemnizar a las víctimas.
Todo quedó sepultado en el olvido, hasta hace un año. La publicación de EL PAÍS del diario de otro jesuita español, Alfonso Pedrajas, en el que admitió que había agredido sexualmente a al menos 85 niños entre 1978 y el 2000, causó un terremoto mediático en el país sudamericano. Esto provocó que salieran más casos a la luz, como el de Lucho Roma.
Solo tras ese escándalo la orden informó a las autoridades bolivianas sobre la denuncia que había recibido contra Lucho Roma y le entregó todos los documentos de sus pesquisas. Es decir, los jesuitas durante cuatro años silenciaron todo lo que conocían, tanto el material pederasta que guardaron en sus archivos como los manuscritos. Finalmente, ante la presión mediática y popular, actuaron. Pero la justicia archivó el caso al no encontrar a las víctimas, y todos los legajos de la investigación permanecieron inéditos.
Hasta ahora. EL PAÍS ha accedido a todos los informes periciales, los interrogatorios, a parte del archivo que Lucho Roma atesoró en su habitación y a archivos internos de la orden que confirman cómo silenciaron tanto este caso como otros que este periódico ha destapado en Bolivia, entre ellos, el caso de Pedrajas y el del jesuita catalán Luis Tó. También ha entrevistado a varias víctimas de Roma y a seis de los especialistas, testigos, inspectores y psicólogos que participaron en las indagaciones.
La luz de estos documentos va más allá del horror de los crímenes de un pederasta que abusó de decenas de niñas, sino que son una prueba, nunca antes vista, de cómo suele investigarse la Iglesia a sí misma y cómo luego encierra en un cajón la verdad de sus pesquisas. Un reflejo del encubrimiento constante durante años.
Por primera vez, se publica con detalle una investigación interna de la Iglesia que, en este caso, incorpora un relato en primera persona de un pederasta en serie.
Agosto 1998
Qué de cosas se pueden escribir así, a mano alzada. ¡Oh! qué mal escribo, qué mala letra, qué falta de capacidad para expresar lo que hay dentro de mí: la verdad es que me las comería. (...) Toco con mis manos el conjunto... siento el calor de la zona íntima, ¡con calorcito natural! ¡Qué hermosas estas niñas, desnudas huelen a jaboncillo!
LAS PRUEBAS
Roma nació en Barcelona el 12 de septiembre de 1935. Entró con 18 años a la Compañía de Jesús y dos años después se marchó como misionero a Sudamérica para seguir formándose como religioso. Empieza aquí un periplo de 66 años como docente y jesuita. Los únicos datos biográficos de estas dos primeras décadas como religioso son su curriculum vitae —profesor en el colegio San Calixto en La Paz, en la Escuela San Clemente en Potosí, tres años en Barcelona para estudiar Teología (1965-1968) y, de vuelta a Bolivia, director del Hogar de Menores de Tacata, en Cochabamba— y las descripciones de algunos de sus compañeros y superiores.
Documento clasificado de los jesuitas, 1987. Provincial Luis Palomera
Es hermético, poco comunicativo, poco sociable e incluso muy poco amable. (...) Parece mostrar muy poco interés por lo que pasa por los demás. Vive en un mundo muy personal, local, cerebral segmentario (...) trabaja en la sombra”.
Cuando Palomera escribió estas líneas, Roma trabajaba como su mano derecha en La Paz. Ambos se conocían desde la infancia, en Barcelona, por lo que nada más ascender ese año al puesto de provincial —es el rango más alto de los jesuitas en Bolivia y se desempeña entre cuatro y 10 años—, Palomera se llevó a Roma como viceprovincial a la sede de la Compañía en la ciudad paceña, donde Roma llevaba trabajando desde 1983 como subdirector nacional de los centros educativos de la orden.
Fue en esta etapa en la que deja constancia de sus primeras agresiones sexuales. Los documentos aportados por los inspectores señalan que los fines de semana, cuando abandonaba el trabajo en la oficinas de la congregación, se desplazaba a la región paceña de los Yungas para visitar la comunidad indígena de Trinidad y Pampa y que agredió sexualmente a decenas de niñas.
Pero “la obsesión”, así es cómo Roma llamaba a las agresiones sexuales, se volvió constante cuando en 1994 ascendió un nuevo provincial, Marcos Recolons —hoy imputado en Bolivia por haber encubierto a varios pederastas durante su mandato—, y lo destinó como misionero a Charagua, un pueblo pequeño de casi 2.500 habitantes, más de la mitad de origen guaraní. Un destino deseado por el acusado, según aparece en una carta que este le envió a Recolons ese mismo año.
El jesuita español, por entonces de 59 años, aterrizó en aquella población empobrecida como párroco y director del nuevo colegio que los jesuitas habían abierto en la localidad. Poco después, fue nombrado superior de la orden en Charagua. Siempre llevaba consigo una cámara, al principio de carrete, que revelaba en Santa Cruz, y más tarde una digital con la que podía imprimir las imágenes en su habitación.
Una vecina de la localidad recuerda con nitidez el día de su llegada. “Era un capo. Vestía impecable, como sacado de la plancha”, dice. La Iglesia tenía por entonces un gran poder e influencia en la zona gracias a su labor humanitaria, por eso era común que los niños estuvieran siempre dentro de la Iglesia. Rápidamente, dice esta fuente, Roma se rodeó de menores. “Era el apóstol de los niños, llenaba su furgoneta de niñas”.
Poco después de llegar, en 1996, empieza a redactar Los Manuscritos de Charagua. Los documentos solo cubren hasta 2001. Los escritos encontrados parecen incompletos y las entradas no siempre están ordenadas. Pero los relatos son terroríficos: detalla con precisión cómo reunía a las niñas en grupos, se duchaba con ellas en su cuarto y les hacía instantáneas, que días después volvía a ver para masturbarse.
Charagua, 31 de octubre 1998
Hoy han pasado por mi cuarto 10 niñas y habré sacado unas 95 fotos de chiquitas queridas.
Las conclusiones de los psicólogos que analizaron estos textos son rotundas:
La caligrafía de Roma también es un reflejo de sus crímenes. Su letra aparece en ocasiones deformada cuando describe algunas agresiones. Varias palabras también están subrayadas con colores o rodeadas con un círculo. Un especialista de Santiago de Chile analizó estos aspectos y elaboró un dictamen pericial grafológico-forense para incluir los resultados en la investigación canónica.
Los episodios que describe Roma indican que siguió un mismo modus operandi para agredir a decenas de menores: engatusaba a las pequeñas con regalos o dulces y las llevaba en grupo de excursión a un riachuelo cerca del pueblo. También, en otras ocasiones, las conducía en grupo a su habitación, donde las encerraba y les ponía películas infantiles o de la vida de Jesucristo. Y en esos momentos, aprovechaba para abusar de ellas y grabarlas o fotografiarlas.
A continuación, puede leerse la transcripción original que hicieron los investigadores de los fragmentos del diario referidos a los abusos.
Susana suspira por teléfono. Tiene 32 años y su nombre verdadero, este es ficticio para proteger su identidad, aparece citado en los manuscritos como una de las 70 víctimas. También sale en una de las fotografías pixeladas que hace un año publicaron los medios bolivianos cuando el caso salió a la luz. “Me reconocí y empezaron a venir recuerdos a mi mente de las cosas que habían sucedido”, cuenta a EL PAÍS. Los abusos ocurrieron entre 1996 y 1997.
El relato de Susana es un calco de las descripciones de Los Manuscritos de Charagua, pero desde la perspectiva de la víctima.
Título oculto del fototexto - Susana
Susana narra que era frecuente que Roma las sentase en su rodillas, frente a su computadora. Allí les enseñaba fotografías que tenía guardadas, las de cada niña en una carpeta con su nombre, y luego imprimía algunas para que se las entregasen a sus padres.
Título oculto del fototexto - Susana
Los abusos de Roma acabaron después de que, un día, el jesuita le pidió que fuera sola a su casa.
Título oculto del fototexto - Susana
Los jesuitas no han contactado aún con esta víctima para ofrecerle una reparación. Tampoco han querido responder a este periódico por qué no lo han hecho.
Título oculto del fototexto - Susana
Susana contactó con EL PAÍS a través de la Comunidad de Sobrevivientes de Bolivia, asociación de víctimas de abusos en la Iglesia que desde hace un año trabaja para localizar afectados y apoyarles. Actualmente están estudiando interponer una querella colectiva contra la Compañía de Jesús por el encubrimiento de varios casos de pederastia, entre los que se encuentra el de Lucho Roma.
En los manuscritos aparece además el nombre de otro acusado de pederastia: Francesc, el hermano de Roma que vivía en Barcelona, también jesuita y apodado como Paco. En varias entradas se detalla su visita en el verano de 1998 a Bolivia y cómo disfrutaron juntos de un desfile escolar por las calles de Charagua. En diciembre de ese año y ya con Paco en España, Lucho escribe sobre una niña de la que ha abusado: “Ojalá no crezca porque está en la edad más linda. Al Paco le haría mucha gracia esa niña”.
Informe final de la investigación canónica
En julio de 1998 recibió la visita de su hermano Paco, sobre quien deja entrever que disfrutaría o apreciaría a alguna niña (...), lo que podría ameritar una investigación también respecto a él.
El caso de Paco Roma fue uno de los que EL PAÍS incluyó en su investigación sobre abusos en España en 2022, después de recibir una denuncia de una víctima que sufrió abusos de este jesuita en el colegio Casp de Barcelona en 1984. No hay constancia de que los jesuitas de Bolivia comunicasen el caso a la orden en España, aunque hay varias cartas que notifican que al menos los superiores de ambos países supieron de estos viajes en los ochenta y noventa. Tampoco han querido responder a este diario si lo notificó o no. La congregación en España remite a la de Bolivia y no contesta si fue informada sobre este caso. Tampoco ha dado detalles sobre el número de denuncias que ha recibido contra Paco —tanto en el país latinoamericano como en España—, que sigue vivo en una residencia de la orden en Cataluña.
El informe y el manuscrito ilustran también los trapicheos de Lucho Roma para pagar los “regalos” que hacía a sus víctimas y revelar los carretes. Pedía dinero prestado, robaba las limosnas del cepillo o desviaba los recursos que la Compañía destinaba a obras humanitarias en Charagua. Engaños que provocaron enormes discusiones con sus compañeros y superiores.
Con el dinero también pagaba a su compinche más cercano: un joven huérfano que conoció en el Hogar de Menores de Tacata en los años setenta. Bladi, como lo cita constantemente en los manuscritos, era su chófer y su acompañante durante algunas de sus excursiones. Su nombre aparece bajo cada una de las piedras que los investigadores levantaban. La hipótesis es que su papel fue vital para que Roma abusase de menores.
Informe final de la investigación canónica, 2019
El P. Roma generó mucho material visual (vídeos y fotografías) tomadas por él mismo en algunos casos, pero en otros tomadas por una tercera persona, cuya identidad no se ha podido determinar, aunque se presume que podría ser B. V., un protegido suyo de muchos años con quien tenía gran proximidad (...) Llegó a convertirse en un problema para la comunidad porque le exigía dinero permanentemente. Este vínculo muestra un probable chantaje de Bladi a Roma para ocultar los actos delictivos.
Ni los inspectores ni este periódico han logrado localizar a esta persona para conocer su versión. No obstante, EL PAÍS ha corroborado a través de varias fuentes su existencia y sus visitas constantes Charagua. “Roma decía que era como su hijo”, dice una vecina de la localidad.
En noviembre de 1998 Roma escribe en su diario que tiene problemas. No describe concretamente qué ha sucedido, pero sus preocupaciones giran en torno a las fotografías y vídeos que ha ido acumulando en los últimos años, especialmente en la región de los Yungas, La Paz: “¿Volveré a hacerme de fotos y otras cosas?”. Angustiado, cita en sus memorias que debe asegurarse de que “no quede” ninguna grabación de sus visitas a Trinidad y Pampa “porque es muy peligroso”, aunque deja constancia de que guardará los negativos de las fotos: “¡En un momento de locura puedo hacerlos copiar de nuevo! Es un peligro”.
En letras grandes bautiza esta entrada en su diario como “La gran incógnita”. La duda que le corroe: ¿se le “cerró la puerta definitivamente” en aquella comunidad de indígenas? La solución que planea es entregar, a través de un intermediario, un paquete de fotografías “a las familias interesadas”. Por primera vez, parece sentirse culpable. Habla de que ha atravesado “un tiempo de turbación” por culpa de su “pecado”. No obstante, se justifica diciendo que Dios lo ha hecho como es y alude a que lo que hace no depende de él, sino de la divina providencia.
Noviembre 1998
Señor, no sé si me aclaro. Sólo sé que me siento destruido (...). Ahora seguiré pidiéndote que actúes en mí, me guardes, me ayudes a realizar mi papel en el colegio, en la parroquia... y, si es tu voluntad, que algún día pueda recibir la buena noticia de que en La Paz todo se arregló.
Pero Roma logra volver a Trinidad y la Pampa. En los manuscritos detalla los preparativos de un viaje allí para las navidades de 1998. Escribe ilusionado con la idea de “estar 10 días en los Yungas con las niñas de allá, con el clima, el vídeo, la cámara, las fotos, mi canto, las películas que a ellas le gustan”. Cita a varias personas, entre ellas Bladi, que le están ayudando a organizarlo todo: trayectos en coche, una filmadora, alojamiento, dinero.... Tras la visita, vuelve a su diario para describir cómo han ido las sesiones de fotos: “La experiencia ha sido demasiado fuerte, impactante, cautivante”.
Semanas después de aquellas “vacaciones” vuelve a escribir arrepentido, consciente del daño que ha podido causar: “Algo he debido dejar de amargura a algunas familias por mi poca madurez y por lo que ha significado el encerrarme ahí con chiquitas”. Tras ese aparente arrepentimiento, Roma decide cambiar y frenar los abusos.
24 de marzo 2000
Empaqueté todo ese dichoso material videográfico y me he resuelto no ver ni excitarme ni vivir permanentemente esa lujuria y lascivia. Pensar desde que volví de Trinidad Pampa en enero casi era cosa de cada día ver y volver a ver lo mismo. Madre mía qué obsesión y qué emocionalidad tan enferma. Ya era un tic el excitarme con la mano, con o sin motivo. Realmente me sentía “enfermo”. (...) Empiezo a pensar... pero qué porquería ese material. Hasta parece que me entra asco...
Pero solo logra 76 días de abstinencia. Después de ese periodo, vuelve a abusar, fotografiar y filmar a niñas en Charagua, según aparece en sus manuscritos. Su diario acaba en septiembre de 2000 haciendo menciones sobre su condición de pederasta: “¿Qué puedo comentar de la obsesión? ¡Por Dios a ratos me asusto... me veo como ‘anormal’, como acosador de niñas, como violador en potencia, como peligro para esas criaturas!”.
LOS INTERROGATORIOS
Roma siguió en Charagua hasta 2005. Ese año, repentinamente, es trasladado a Sucre.
Título oculto del fototexto - Ramón Alaix
Roma llevó de equipaje a Sucre todo el material pedófilo, con la idea de que nadie descubriría su secreto. Pero no fue así.
Roberto, nombre ficticio, uno de los jesuitas que convivió allí con Lucho durante algunos años, descubrió el archivo de los horrores.
Roberto tardó más de diez años en denunciar aquellas fotos. Lo hizo después de salir de la orden, entregándoselas a un periodista de la agencia Efe, el también exjesuita Gabriel Romano, que fue a la sede de la orden antes de publicar su reportaje. El provincial de entonces, Osvaldo Chirveches, aseguró que no sabía nada de aquello y le prometió que abriría una investigación. Romano publicó que los jesuitas indagaban un nuevo caso de abusos en su seno, pero en el reportaje no informaba de la identidad del agresor ni del lugar y fechas de las agresiones.
La Compañía, como prometió, colgó un comunicado en su web con las iniciales de Roma y reunió a un grupo de inspectores. Entre ellos se encontraban jesuitas que ocuparon altos cargos en la orden, como el ya citado antiguo provincial y ex alto cargo de la orden en el Vaticano (y hoy imputado) Marcos Recolons. Este fue uno de los que entró a registrar la habitación de Roma y estuvo presente en algunos interrogatorios con los ex altos cargos jesuitas. Las preguntas son escuetas y no ahondan en cuánto sabían sobre los casos de abusos en la orden.
Otros miembros del equipo tuvieron una actitud más proactiva que Recolons. Daniel Mercado, un jesuita boliviano especializado en medicina bioética, fue uno de los que movió cielo y tierra para que se hiciera justicia. Mercado murió en 2021. Hoy, uno de sus compañeros describe cuál fue su papel en la investigación: “Rastreó Charagua en busca de víctimas, localizó a los jesuitas para los interrogatorios, logró que se abordase internamente el tema e intentó que se asumieran responsabilidades individuales frente al encubrimiento que habíamos descubierto”.
Esta fuente revela que, durante los interrogatorios, al menos dos personas declararon que vieron las fotografías de Roma y lo denunciaron ante los superiores. Uno de ellos era Óscar Gutiérrez, otro jesuita que trabajó con Roma en Sucre.
Título oculto del fototexto - Óscar Gutiérrez
Eliminé lo que había visto y luego hablé con el P. Menacho. Le dije: 'Antonio en la computadora he encontrado esto, y yo, que escucho música, no me ha pasado antes hasta que se ha malogrado la computadora de Lucho’. Le dije que las borré por susto. Él quedó también asustado. Me fui, pero me buscó a los 10 minutos, me preguntó si estaba seguro de lo que vi. Esto es lo que he visto.
El padre Menacho niega que esta conversación tuviera lugar.
Esta no fue la primera vez que alguien afirmaba haber visto el material de Roma: unos años antes, una trabajadora encontró su alijo secreto.
Título oculto de fototexto - Testigo (los jesuitas no citan su identidad)
Sé que era en Charagua. [En las fotos donde aparece Roma abusando de niñas] había una fraza a rayas, tendida en su cama, ahí aparecía teniendo relaciones con las niñitas. Se veía que [él] estaba penetrando. He visto que había relación sexual, no solo en una foto, en varias. No quería hablarle [de esto] a nadie, me podían decir que era calumnia, me podían hacer algo por falso testimonio[...].
Pese al miedo, esta mujer relató todo lo que vio en 2016 a otro jesuita, César Maldonado. Y así también lo contó el propio Maldonado durante su interrogatorio: “En cuanto me enteré, avisé al superior y al provincial, esto fue hace poco más de dos años [en 2016] y hubiera acudido más fuertemente si hubiera sabido que no harían nada. (...) Estoy seguro, no puedo demostrarlo, pero estoy seguro de que sus superiores sabían y no hicieron nada”.
LOS RESULTADOS
Con estas primeras averiguaciones, Mercado no esperó a redactar las conclusiones del informe y contactó en abril de 2019, según figura en documentos internos de la orden, con el provincial de entonces, Osvaldo Chirveches, para adelantarle “cuestiones pendientes” a las que los jesuitas debían hacer frente.
La más urgente era la de “reparar a víctimas” —aunque no específica en qué debe consistir, si en asistencia psicológica, pedir perdón o el pago de una indemnización— “por responsabilidad humana y cristiana”. Otras eran buscar a las niñas que sufrieron las agresiones e informar internamente sobre “la magnitud de los abusos cometidos”, investigar también otros casos de abusos pendientes, renovar los protocolos de actuación, sustituir al delegado de prevención antiabusos de la orden e incorporar a especialistas “independientes y moralmente solventes”.
Chirveches no cumplió ninguna de ellas. La Compañía en Bolivia no ha querido responder a por qué no denunció en 2019 este caso ante las autoridades y se limita a decir que el actual provincial, Bernardo Mercado, llegó al puesto en junio de 2022 y “apenas ha llegado a revisar archivos” de las gestiones de sus antecesores, y que lo que sabe fue a partir de las publicaciones de EL PAÍS.
Informe final de la investigación canónica
Se ha establecido con un alto grado de probabilidad que estos hechos fueron de conocimiento de provinciales y superiores de comunidades en las que vivió el P. Roma, sin que se hubiera actuado con la diligencia debida y oportuna para investigar los hechos, sancionar debidamente al autor y llegar de forma más oportuna y eficaz a las víctimas.
No hay constancia de que entregaran el sumario completo al Vaticano, como también solicitaban los inspectores en su informe (varios de ellos lo han confirmado a EL PAÍS). Los jesuitas tampoco pusieron en marcha lo que todos los expertos —psicólogos, psiquiatras, inspectores y especialistas— les aconsejaron encarecidamente: encontrar a las víctimas, atenderlas y buscar fórmulas de reparación del daño causado. Tuvieron que pasar tres años después de haber recibido el informe, para que los jesuitas publicaran un comunicado en el que informaban de que la investigación por abusos contra LMRP (aún sin decir su identidad real) revelaba “verosimilitud de lo denunciado” y pedían perdón.
Los legajos del caso Roma evidencian que en los archivos secretos de la Iglesia siguen ocultos documentos que describen cómo clérigos agredieron con total impunidad a niños. Retratos de monstruos que solían disfrutar de la protección de sus superiores. Como señala uno de los jesuitas que aparece en los interrogatorios a los que ha tenido acceso este diario, la jerarquía eclesial, concretamente la Compañía de Jesús, “es poco transparente, sospechosa. Donde metas el dedo hay pus”.
EL PAÍS puso en marcha en 2018 una investigación de la pederastia en la Iglesia española y tiene una base de datos actualizada con todos los casos conocidos. Si conoce algún caso que no haya visto la luz, nos puede escribir a: abusos@elpais.es. Si es un caso en América Latina, la dirección es: abusosamerica@elpais.es.
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