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Conversaciones a la contra

Mamen Jiménez, psicóloga: “No es que se acabe el amor, es que no os habéis cuidado”

La psicóloga y sexóloga Mamen Jiménez desmonta en su libro ‘Contigo’ los mitos del amor romántico

Mamen Jiménez, en su consulta en Madrid el 14 de diciembre.
Mamen Jiménez, en su consulta en Madrid el 14 de diciembre.Álvaro García

El arma de Mamen Jiménez (Lucena, Córdoba, 42 años) en su día a día como psicóloga, sexóloga, divulgadora y haciendo terapia de pareja, es el humor. En su último libro, Contigo (Lunwerg), desmonta los mitos del amor romántico y da pautas a golpe de sentido común para tener relaciones más sanas. Mitos como que, si hay amor, viene todo rodado; que quien bien te quiere, te hará sufrir, o que alcanzar el orgasmo depende de la pareja.

Pregunta. ¿Qué significa que el amor es un constructo social?

Respuesta. Por un lado, están las emociones y luego, el significado que les damos. Y esa es la parte de construcción social. Las mariposas en el estómago son ansiedad pura y dura. Lo que pasa es que cuando me enfrento a un tigre en la selva me cago y cuando me pasa con una persona que me gusta, todo el modelo social me ha dicho que me he enamorado.

P. ¿No depende el orgasmo de la pareja?

R. El orgasmo no depende de la otra persona si tenemos en cuenta todo lo que hace falta para tener un orgasmo. El orgasmo es tuyo porque es tu cuerpo, y para que se produzca tienes que sentirte sujeto de deseo, darte permiso para desear, haberte explorado, conocer tu cuerpo, abandonarte… Y si todo eso se da, se va a producir la excitación necesaria para que acabe detonando en un orgasmo. Quien tienes enfrente es un elemento que interviene.

P. ¿Es necesario explorarse a uno mismo?

R. Si no conozco mi cuerpo y no lo he visto, no tengo posesión de él. Eso alimenta la idea de que es mi pareja la que me da placer. Y, además, debería saber lo que me gusta porque yo no me he tocado y no conozco mi cuerpo. En una relación heterosexual, que tiene una genitalidad completamente diferente, no va a funcionar. Puede pasar que dé en la tecla, pero me estoy perdiendo enteros.

El amor para toda la vida puede ser una condena”

P. ¿Esa incitación a tocarse no da la razón a quienes critican la educación sexual?

R. No. Quien no quiere que se haga educación sexual es porque está planteándola desde una concepción adulta. La adulta tiene un componente que es la erótica. La infantil es exploratoria, están descubriendo el mundo y se toquetean y les gusta, y ahí es donde tenemos que intervenir, empoderándolos: “Este es tu cuerpo, te está gustando, fenomenal. Ahora vamos a hablar de dos conceptos: privacidad e intimidad”. Así posibilitamos ese futuro disfrute adulto sin culpa y los protegemos porque les estamos diciendo que esto se hace en privado, con ellos mismos, no con otros. Es fundamental que los peques entiendan que su cuerpo es suyo, que nadie tiene que hacer con él nada que ellos no quieran. Además, un estudio afirma que los que saben el nombre real de los genitales están menos en riesgo de depredadores sexuales, porque a los pederastas lo que les gusta es esa inocencia. Y una vez que pasa algo, es más fácil que se crea a esos peques que saben el nombre real porque están explicando algo concretísimo. Con una buena educación sexual hay menos prácticas de riesgo y un inicio más tardío de las interacciones sexuales, menos situaciones de abuso…

P. ¿Puede chocar eso con valores religiosos?

R. A la hora de dar educación sexual en casa, tenemos que tener en cuenta los valores de la familia. Pero hay que explicarlo de esa manera: “Mis valores son esto, pero son los míos”. Y luego está la siguiente parte: tus valores están fenomenal, pero no pueden atentar contra el derecho del menor, y los menores tienen derecho a un desarrollo afectivo-sexual sano.

P. ¿Es necesaria más educación emocional?

R. Aquí hay un poco de brecha de género, porque a las mujeres se nos socializa mucho en identificar las emociones y a gestionarlas. A los pequeños, en ocultarlas y no expresarlas más allá de la ira. Luego tenemos adultos que tienen esas otras emociones, pero no las saben identificar y que gestionan desde la ira. Habría que hablar más de las emociones, validar más a las criaturas porque son personas, no ciudadanos de segunda, y ayudarlos en la gestión no ocultando, no ridiculizando.

P. ¿Por qué hay que agendar el sexo?

R. El modelo sexual nos lleva a la idea de que es espontáneo. Yo lo desmonto yéndome a la fase de enamoramiento, cuando parece que era espontáneo todo el rato. Y no. Porque el lunes hemos hablado de quedar el sábado. Y el sábado, me pongo colonia hasta en el ojete, me depilo si es que decido depilarme… Y llevamos anticipando desde el lunes, que cuando te vea te voy a dejar seca. ¿Es espontáneo? Ni de coña. Pero esa premeditación en realidad es motivación, porque estamos anticipando lo bueno que vamos a recibir. Eso es el deseo. El deseo es: yo me doy permiso para desear, estoy atenta a las reacciones de mi cuerpo, cuando lo practico lo disfruto. Entonces, espontáneo no existe. Si eso lo trasladamos a una pareja que tiene, niños, trabajos… Es que o se bloquea ese espacio o no hay garantía de que se vaya a producir.

P. ¿Influye la carga mental en la falta de deseo?

R. Claro. Es absolutamente incompatible. El deseo necesita espacio para aparecer. Si mi espacio mental es carga, no hay sitio para el deseo. ¿Por qué a veces cuando nos vamos de vacaciones resulta que echamos polvetes como si no hubiera un mañana? A lo mejor es que no tengo que cocinar. Si hay espacio, hay deseo. Si nos vamos de vacaciones y no hay deseo, es que hay otras cositas relacionales que nos hemos llevado de vacaciones.

Los hombres no están educados en hablar de cómo se sienten”

P. Incide mucho en el libro en que el mejor afrodisíaco son los cuidados en el día a día.

R. Sí. Mi tesis en el libro es que hay que desmontar el amor romántico, porque no es funcional. Pero nos cuesta porque hay una parte que tenemos asociada a los cuidados: me traes el desayuno, me dices cosas bonitas… No hay que renunciar a eso. El amor romántico no es eso. Eso son los cuidados. Y los cuidados es, si tenemos una casa, ser los dos responsables. Además, si yo espero que mi relación tenga una pasión eterna —y este es uno de los mitos del amor romántico—, eso va a hacer que no la cuidemos, que dejemos de hacer todas esas cosas chupis del enamoramiento. Así que no es que se acabe el amor, es que no os habéis cuidado.

P. Afirma que los mitos perpetúan un modelo “en el que las mujeres salimos jodidas”.

R. Ellos no salen mejores, pero no lo saben. Tienen dificultades en las relaciones y en la gestión emocional. También los afecta que el modelo sexual, que está hiperrelacionado con el mito del amor romántico, es ultracoitocentrista, heteronormativo a muerte, falocrático. Y ese modelo, en las relaciones heterosexuales, pone la presión en el pene, en que esté erecto, en aguantar muchísimo. Y como no están educados en hablar de cómo se sienten, no lo hablan entre ellos. Lo viven como “tengo un problema yo”. Pierden además disfrute porque se limitan las prácticas al sota, caballo y rey… Es un desastre.

P. ¿Se reproducen los mitos en parejas no heterosexuales?

R. Sí. Es que es el modelo en el que vivimos, y es muy difícil salir de ahí.

Manipular, invalidar emociones, es violencia”

P. ¿Y la violencia se reproduce también?

R. También. Porque ese no responsabilizarse de los demás, al final, puede conducir a violencia, porque te manipulo para tener lo que yo quiero. En el momento en el que yo invalido tu emoción, estoy ejerciendo violencia. Nos cuesta mucho utilizar esa palabra. Porque parece que hay que reservarla a cuando es física. Pero si sistemáticamente te hago luz de gas, te estoy volviendo majara. Y cuando es sostenido y hay una intención de salir beneficiado a costa de tu bienestar y tus derechos, es manipulación y es violencia.

P. Otro mito es que en el amor las cosas salen solas. ¿Cuánto cuesta convencer a la gente de que las relaciones hay que trabajarlas?

R. El “no me nace” lo cobraba yo a 15 euros. Ese “no me nace” es ese no responsabilizarse. Al principio del enamoramiento, nos nace dar muchos besos, pero luego, en el día a día, salgo con prisa y no te doy el beso, y al día siguiente, tú estás un poco mohína y tampoco. El resultado es que tres semanas después hemos perdido el beso y ya no nos nace. Si es una cosa que está rica y la hemos perdido, voy a hacer el esfuerzo por retomarla.

P. ¿Dónde está el límite entre esforzarse y forzarse?

R. En cómo me siento cuando lo hago. Si siento que estoy actuando en contra de mis derechos y de mis necesidades. Si al aumentar las demostraciones de afecto, me produce cierto rechazo, es que ahí está pasando algo. A lo mejor tenemos que trabajar otras cosas antes de aumentar esa demostración. Por eso muchas veces no lo pueden hacer las parejas solas. Porque no son conscientes de toda la dinámica relacional que imposibilita esa demostración. De hecho, cuando trabajamos en comunicación y, por ejemplo, se empiezan a sentir validadas —y hablo en femenino porque son 9,5 de cada 10—, sale solo.

P. Eso rompe el mito de que si hay amor, hay pasión.

R. Hay varios principios básicos, como el de habituación. Un estímulo novedoso nos llama muchísimo la atención, pero conforme estamos expuestos a la otra persona, esa respuesta va siendo menor. Si yo no introduzco variedad y novedad, que es lo que hace que ese estímulo siga siendo llamativo, la tendencia general del amor y el deseo es a la extinción. Por habituación y porque dejamos de hacer cosas.

P. ¿Y qué papel juega la imaginación ahí?

R. Es absolutamente necesaria en relaciones monógamas. Porque esa variedad y novedad puede venir con otras personas a través de la imaginación, y eso hace que yo tenga deseo en general. Y entonces tú [la pareja] eres un daño colateral precioso, porque pillas cacho porque yo tengo más deseo. Pero está supercondenado porque otro mito es: si te quiero, solo debo tener ojos para ti. Entonces, siento que si fantaseo con otra persona —aquí hay una excepción que me da mucha risa: si es famoso no pasa nada— te estoy siendo infiel. Pero los humanos no controlamos quién nos resulta atractivo, por eso la orientación sexual no se puede cambiar. Sobre lo que sí tengo control es con lo que hago con ese atractivo, y ahí es donde viene la preciosísima responsabilidad afectiva y los acuerdos que tengo con mi pareja.

Otro mito es: si te quiero, solo debo tener ojos para ti”

P. Pero hay quienes defienden que cuando se enamoran, no ven a nadie más.

R. Si tengo hasta el tuétano metido el modelo, puede pasar que no me permita atender a otras personas, o que en el momento en el que se me ha pasado por la cabeza, ha cortocircuitado con el valor y entonces lo he desechado. Ni siquiera lo he procesado. O puede ser que efectivamente este estímulo novedoso es tan rico, tan estupendo, que consume muchos de mis recursos de atención y estoy focalizada en esto.

P. ¿Entonces si me fijo en otras personas es porque ese estímulo no es tan rico?

R. No. Ese es el gran argumento de las infidelidades: he sido infiel porque ya no estábamos bien. No. Has sido infiel por un montón de variables. Entre ellas, una toma de decisión saltándote los acuerdos con tu pareja. Pero no todas las infidelidades se producen en relaciones que están mal. El asunto es cómo lo vives. Si yo me fijo en otra persona y creo que no debería ser así, necesito construir una narrativa que me calme. Y empiezo a elaborar esa narrativa de “es que a lo mejor ya no estoy tan enamorada de ti”. Pero es que a lo mejor lo que ha pasado es que hemos dejado de hacer cosas que nos hacen estar bien juntos.

P. ¿Cómo se explica todo esto a un paciente con una mentalidad conservadora?

R. Mantener este modelo del amor romántico a lo que nos expone es a daño. Intentar que todo el mundo entre en un molde, es condenar a un montón de gente a ser profundamente infeliz. El argumento muchas veces es que ahora a la más mínima se desechan las relaciones, ya no hay amores como los de antes. Pregunta a muchas de las abuelas si hubieran tenido una independencia económica y una validación social si hubieran hecho las cosas distintas. El amor para toda la vida, visto de esa óptica, es una condena. Tenemos que entender que en la relación hay que trabajar, para mantenerlas y que sean sanas, pero que no tienen que ser para toda la vida ni aguantando cosas. Entonces, ¿qué es una relación exitosa? La que mientras ha durado nos ha hecho felices.

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