Depresión y suicidio: visibilizar para prevenir
Expertos y supervivientes reclaman más esfuerzos para afrontar un problema que golpea sobre todo a los jóvenes
Los números que lanza Luis Díaz-Rubio Amate, director general de Janssen Iberia, resuenan como aldabonazos en el auditorio de la Fundación Giner de los Ríos, donde no se oye ni una mosca. La depresión es la causa número uno de discapacidad a nivel mundial, y, según la OMS, será el principal problema de salud en 2050. “La pandemia la ha exacerbado en pacientes predispuestos, y ha hecho que aparezcan nuevos casos”, lamenta. Su expresión más radical, e irreversible, el suicidio, es la primera causa de muerte no natural en España, y la segunda causa de muerte de cualquier tipo en personas entre 15 y 29 años.
Las estadísticas que, acto seguido, trae debajo del brazo Eugenia de la Torriente, directora adjunta de EL PAÍS, no son mucho más optimistas: “Me ha impresionado especialmente un dato que recogía el Servicio de Psiquiatría del Hospital Vall d’Hebron de Barcelona, en el que hablaba de que las tentativas de suicidio de chicas muy jóvenes se han incrementado un 200% en los últimos meses”. Visibilizar el problema, y hablar de ello, es el primer paso, y el objetivo del debate organizado por EL PAÍS (con la colaboración de Janssen) el pasado viernes 10 de septiembre, Día Mundial para la Prevención del Suicidio.
“Podemos dar voz, pero no sirve de nada si no hay nadie al otro lado. Ha ocurrido mucho con los enfermos mentales, que han sido apartados, por su seguridad, y por la de la sociedad”, se muestra crítico Rafael Tabarés, catedrático de Psiquiatría de la Universitat de València y comisionado de la Presidencia de la Generalitat Valenciana en Salud Mental. Aunque coincide con Celso Arango, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría, en que este año y medio de pandemia ha servido para visibilizar los problemas de salud mental. “En toda crisis siempre hay una oportunidad”, comenta Arango.
Junto a ellos, Mercedes Navío, psiquiatra y responsable de la Oficina Regional de Coordinación de Salud Mental y Adicciones del Servicio Madrileño de Salud, pone el foco en la necesidad de resiliencia, y viene a decir que esta se construye mediante un entramado de determinación y responsabilidad política, estrategias y acciones públicas e inversión. La partida de 2,5 millones de euros destinada a financiar la promoción y protección de la salud mental, la lucha contra el estigma y la prevención de las conductas suicidas dentro del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia del Gobierno de España.
“Necesitamos un teléfono de tres cifras de atención a la conducta suicida donde cualquiera pueda llamar”, reclama Nel González, presidente de la Confederación de Salud Mental España y cuarto participante en el debate. Formación y recursos educativos en colegios e institutos. Enfoques transversales y respuestas multidisciplinares, únicas posibles cuando tratamos con enfermedades complejas, con muchos factores de riesgo. Apuestas contundentes, rotundas, con inversión garantizada, como en su día fue el Plan Nacional sobre Drogas, la lucha contra la violencia de género, o contra los accidentes de tráfico, según añade Navío. Muchos más psicólogos y psiquiatras en el sistema de salud. “Y un Plan Nacional de Prevención contra el Suicidio”, arenga Tabarés entre los gestos de asentimiento de sus compañeros de debate.
Nueva estrategia
“Invito a los expertos, a las sociedades científicas y a las comunidades autónomas a consensuar, antes de final de año, la nueva Estrategia de Salud Mental, que no se actualiza desde 2009, y cuyo borrador ya está, negro sobre blanco; sería una meta adecuada”, revela Carolina Darias, ministra de Sanidad, ante las preguntas de Berna González Harbour, subdirectora de EL PAÍS. A juicio de la ministra, “esta pandemia nos deja la lección de que tenemos que actualizar la las herramientas de las que nos hemos dotado”. Por ejemplo, la formación sanitaria especializada contará, para su próxima convocatoria, con una especialidad en psiquiatría infantil y de la adolescencia.
La nueva Estrategia pivotará sobre “la mejora de la autonomía de las personas con enfermedad mental”, sobre “la prevención, detección y atención del suicidio” y sobre la ayuda a las familias, para reducir el estigma. “Queremos poner la salud mental en el epicentro de la salud pública”, asegura Darias, a lo que González Harbour replica que, para ello, hay que invertir, y que la situación de partida de España respecto al entorno europeo es mala. González Harbour recuerda que España destina a salud mental un 4% de su PIB, por detrás de la media europea (del 5,5%). Y que en el Sistema Nacional de Salud trabajan 11 psiquiatras por cada 100.000 habitantes (datos de 2018), frente a los 52 de Suiza, los 23 de Francia o los 27 de Alemania; y seis psicólogos clínicos, “tres veces menos que la media europea”. Darias emplaza a los próximos Presupuestos Generales del Estado y reitera “la determinación y el compromiso de avanzar” del Gobierno.
El debate sobre la salud mental y el suicidio genera mucha polarización: un problema complejo reducido a una cuestión de blanco o negro. Álex Grijelmo, responsable de la Unidad de Edición de EL PAÍS y autor de su Libro de Estilo, pone sobre la mesa un buen ejemplo de ese daltonismo para los grises, en este caso llevado al tratamiento informativo de una noticia. ABC y EL PAÍS informan de que Alfredo Rodríguez, dueño del popular restaurante El Brillante de Madrid, murió “de forma inesperada” y “por causas no comunicadas”, respectivamente. El Mundo cuenta que “acorralado por sus problemas económicos, se quitó la vida de un disparo”.
¿Quién tiene razón? Los expertos coinciden en que hay que contar los suicidios, pero afean que se den razones concretas. “El suicidio es multifactorial; puede haber un detonante, que provoca el impulso necesario, pero no es una única causa”, insiste Antonia Jiménez, secretaria general de la Asociación de Investigación, Prevención e Intervención del Suicidio y Familiares y Allegados en Duelo por Suicidio (RedAIPIS-FAeDS).
Cada 40 segundos se produce una muerte por suicidio, más de 3.600 en 2019 (último dato disponible) en España, el doble que los fallecidos en accidentes de tráfico. “Es esencial que la gente esté informada, porque son muertes evitables, pero hay que hacerlo bien”, desarrolla Víctor Pérez Solá, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica. O, dicho de otro modo, huir del llamado efecto Werther (en alusión a la novela de Goethe, en la que el protagonista se suicida por amor, y que tuvo un efecto llamada entre los jóvenes europeos del XVIII) y procurar el efecto Papageno (personaje de La flauta mágica, de Mozart, a quienes tres espíritus infantiles disuaden de quitarse la vida). ¿Cómo? Con un acercamiento riguroso, respetuoso, responsable, cuidadoso.
“Cualquier noticia sobre suicidio debe contener información sobre alternativas y recursos a los que pueden acudir las personas en ese trance para salir de su situación”, tercia Benedicto Crespo-Facorro, catedrático de Psiquiatría de la Universidad de Sevilla y director de la Unidad de Gestión Clínica de Psiquiatría del Hospital Virgen del Rocío. “Creo que a los periodistas se nos ha de pedir criterio y contexto. Y tenemos un problema con el contexto, puesto que las redes sociales van muy rápido y nos están apretando las clavijas; es importante no dejarse llevar por esa inercia”, reflexiona Fuentes. Porque da lugar a información “no reposada” que puede caer en errores y en detalles morbosos, muy dañinos para las familias, según concluye.
La importancia de las RR SS
Adolescentes y jóvenes, el grupo poblacional más vulnerable a la ansiedad, la depresión y el suicidio, no se informan en los medios convencionales, sino en las redes sociales, que Camino Rojo, directora de Políticas Públicas y Filantropía de Twitter España, defiende como aliadas clave de la salud mental. “Pueden ser positivas o negativas según el uso que se les dé”, calibra Ana González Pinto, presidenta de la Fundación Española de Psiquiatría y Salud Mental. “Más importante que el qué es el cómo se dice”, apunta Desirée Llamas, psicóloga general sanitaria e investigadora y docente en el departamento de Psicología Básica de la Universidad de Málaga. Con información veraz, en positivo, que ofrezca recursos a los que acudir. “Hemos de huir de afirmaciones generalistas, consejos tajantes o mensajes desalentadores como que la sanidad mental pública no sirve para nada”, recomienda.
Javier Quintero, jefe del servicio de Psiquiatría del Hospital Infanta Leonor de la Comunidad de Madrid, saluda como una buena noticia que cantantes, actores, influencers, personajes de referencia para estos chicos y chicas, estén haciendo públicos sus problemas de salud mental, normalizándolos. Quintero aboga por una mayor educación emocional de los jóvenes. “En redes sociales te encuentras o vidas idílicas o desastres. No hay percentil 50, que tiene poco impacto, pocos me gusta. Pero, en la vida real, la mayoría tenemos un percentil 50, con alegrías y tristezas. La tristeza es una emoción normal que hay que gestionar, mientras que estar deprimidos no es normal, y hay que buscar ayuda”, subraya.
SALIR DE LA CULPA, LA VERGÜENZA Y EL TABÚ
“Yo soy una superviviente”, se presenta Dolors López, escritora, autora del libro Te nombro y participante en la conversación Dar voz al silencio, moderada por el subdirector de EL PAÍS Carlos de Vega, que también actúa como maestro de ceremonias del foro sobre la depresión y el suicidio organizado por EL PAÍS con la colaboración de Janssen. Cuando su hija se quitó la vida, ella se quedó “en un paisaje de nada absoluta”. Se le olvidó dormir, comer, casi vivir. A la brutalidad del qué se le añadió el cómo, con su carga de vergüenza y culpa. “Es un tabú, un estigma que cae sobre quien se ha marchado pero, también, sobre sus vínculos cercanos. Yo he de vivir con el estigma de ser una madre cuya hija se ha suicidado”. Los supervivientes saben que sus preguntas –¿por qué?, ¿qué no he hecho?, ¿cómo no lo vi venir?– se quedarán sin respuesta.
El silencio que sigue a las palabras de Dolors lo rompe ella misma, con un mensaje positivo, porque ha decidido ser superviviente, no víctima: “Hemos quedado fuera de todos los planes de salud; necesitamos ser atendidos, porque estamos solos. Pero sobrevivimos, nos enganchamos a la vida y transformamos eso que nos ha ocurrido en algo que pueda ayudar a los demás, y hacer esta sociedad más inclusiva y acogedora, para que nadie se quede atrás cuando le fallen las fuerzas”.
Todos podemos ser víctimas
El de Dolors es uno de los testimonios de La palabra maldita, documental sobre el suicidio dirigido por Javier Álvarez Solís. “Perdí un amigo por suicidio, y me enteré de rebote. La primera sensación fue de dolor, pero después me asaltó la incapacidad de llamar a esa familia; tres días en los que no fui capaz de acercarme a ellos para saber qué había ocurrido. Era vergüenza, miedo... No lo entendía. Me sorprendió. ¿Por qué no hablamos de esto?”, se planteó. Más aún cuando comenzó a investigar, y comprobó la magnitud del problema. “Nadie estamos libres de entrar en una dinámica que nos lleve a la desesperación y al suicidio”, advierte Nel González, presidente de la Confederación de Salud Mental España, en el documental.
Álvarez Solís, que propuso a colegios e institutos organizar charlas con adolescentes sobre el suicidio para La palabra maldita, ha llegado a la conclusión de que detrás del tabú hay mucho miedo. “Nos da terror hablar de estos temas; el trastorno mental nos aterra”, remacha. Almudena Sánchez, escritora, autora de Fármaco, en el que escribe sobre su depresión, coincide. “Estaba triste, apática, lloraba por cualquier cosa; no lo vi venir. Gracias a una tía, que detectó lo que me pasaba, y a un buen médico, que lo trató, pude salir”, recuerda. A Sánchez le entristece que el hecho de ir al psiquiatra sea considerado, igualmente, un tabú.
Al psiquiatra no, pero Ray Zapata, gimnasta y medallista olímpico, sí necesitó ir al psicólogo, y lo cuenta con naturalidad y desenvoltura. Habla de cómo, en un momento dado, se obsesionó tanto por ganar que se bloqueó, empezó a dormir mal, y bajó su rendimiento. Pidió ayuda y, gracias a la terapia, logró romper el círculo vicioso. Este verano ha sido subcampeón en la prueba de suelo en los Juegos Olímpicos de Tokio. “Por supuesto que sigo acudiendo al psicólogo, igual que al nutricionista. Nuestra herramienta es el cuerpo, y sin ésta —dice señalándose la cabeza— no funciona”. Zapata asegura que ahora disfruta más de la vida. “He aprendido a gestionar los malos momentos”, añade con una enorme sonrisa.
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