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“El dolor era tremendo, me moría de asco, hasta que los vecinos empezaron a ayudarme. Jamás lo olvidaré”

El traductor y músico Paul Quemades tiene que operarse de una hernia que le incapacitó en el confinamiento, pero su intervención se ha postergado, como otras 82.000 en Valencia, por la pandemia

Ferran Bono
Paul Quemades, en el barrio del Carmen de Valencia, donde vive.
Paul Quemades, en el barrio del Carmen de Valencia, donde vive.Mònica Torres

Paul Quemades tiene hechuras de músico y poeta británico, con algo de maldito. Camina por el viejo barrio del Carmen de Valencia con la apostura de esos ingleses que no hace falta que confiesen que han vivido. A mediados de los años 80 descubrió Granada, en cuyas Alpujarras conoció a la nieta de Robert Graves, y el sur de España y se quedó a vivir en el país, como su estimado Gerald Brenan. Años después se estableció en Valencia, donde da clases de inglés, traduce, compone poemas y canciones y toca el bajo y el piano. Ahora está la espera de que le operen de una hernia escrotal que le provocó tal dolor durante el confinamiento y semanas posteriores que no podía hacer nada. “Cada vez el dolor era más insoportable, no podía ir a ninguna parte, ni bajar las escaleras de mi casa. Tampoco quería acercarme al centro de salud por miedo a contagiarme de la covid”, explica este londinense de 59 años que estudió en el “mismo instituto” que el cantautor Nick Kershaw y compartió barrio con David Bowie.

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Paul lo pasó fatal y cuando peor estaba, solo, en su casa, sin ascensor, sucedió una cosa que no olvidará jamás. Por eso accede a hablar con este periódico para contarlo. Él es uno más de los miles de pacientes en España que han sufrido los aplazamientos y suspensiones de sus intervenciones a causa del coronavirus, que sigue centrando la atención hospitalaria y sanitaria. En la Comunidad Valenciana se han reducido las operaciones un 30% desde enero a septiembre de este año con respecto al pasado año (de 280.478 a 197.221), según datos de la Consejería de Sanidad. La operación de la hernia de Paul se ha atrasado más de seis meses. Él ha aprendido a vivir con la hernia y a controlar como puede el dolor, si bien lamenta que no pueda tocar como antes. Tal vez su afición por la música es el origen de su hernia, barrunta.

“En febrero y marzo, empecé a sentir molestias, pero seguí tocando, porque es como la droga dura. Era la única forma de soportar el confinamiento. Empecé a tener dolores cada vez más fuertes. Hay hernias de muchos tipos, algunas que no duelen, pero la mía era la hostia. No lo podía soportar. No podía fregar, ni cocinar, ni apenas andar. Con el estado de alarma, perdí el trabajo y los ingresos e hice lo que hace la gente: pedir ayuda. A mi familia de Inglaterra, a mi madre, pero son hijos del thatcherismo y de la austeridad de la que yo hui a España. Mi padre acababa de morir con 98 años en Alfàs del Pi [Alicante] y no pude ir a su funeral por la covid. Le dediqué un poema y una melodía, con las que siempre acabo llorando, me emociono mucho, joder”.

Su familia de Inglaterra apenas le envió dinero –“para comprar mascarillas y gel, en fin”, apostilla–. Apenas podía cuidar de su hija de 13 años, que se tuvo que marchar a casa de su madre, en cuanto regresó de Filipinas, donde se había quedado atrapada por la pandemia. “Estaba muy desanimado y escribí una canción sobre mi desencuentro con el Reino Unido y mi huida a tierras humanamente más cálidas”, recuerda. Pero entonces empezaron a suceder cosas. Unas vecinas, que él pensaba que le odiaban tal vez por su música, le ayudaron. Una chica que conocía del Boludo [un popular bar argentino y futbolero del barrio] le preguntó si necesitaba algo. “El dolor era tremendo, me moría de asco, hasta que empezaron los vecinos a ayudarme. No lo olvidaré jamás. La gente se iba enterando de la hernia y de lo jodido que estaba por el dolor y empezó a hacerme favores espontáneamente. Me traían cosas cocinadas. Se ofrecían sin más. Me llamó mucho la atención que no querían coger el poco dinero que tenía. Fue muy alentador, me devolvió la fe en la gente. Una chica que venía a limpiar a veces a casa tampoco me quería cobrar. Nadie. Muchos vecinos del barrio me ayudaron y también algunos amigos y mi primo español Santiago que echó una mano. Cómo lo voy a olvidar”.

Un amigo músico le llevó a finales de julio al hospital, a Urgencias, el dolor no remitía. Ya había ido al especialista del centro de salud que solo le había dado ibuprofeno. “En el centro de salud vi a la gente muy alterada. Fui al hospital y una médico me riñó como un niño por ir durante la pandemia porque ni me habían pegado un balazo ni tenía nada roto, pero yo no podía hacer nada. Los dolores eran tremendos. Las pruebas confirmaron que era una hernia y que en otras circunstancias me habrían operado en seguida. Pero no podía operarme”.

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Finalmente, el 28 de septiembre un cirujano atendió a Paul. “Me dijo que me tengo que operar, pero que no es urgente porque no es de las estranguladas. Y como pronto en seis meses o más, que por la covid hay mucha lista de espera. Me recetó calmantes y me aconsejó cómo podía convivir con la hernia cambiando de postura, reconociendo cuando llega el dolor. Ahora estoy mejor, controlo más la hernia, aunque lo que he pasado me ha tocado el corazón”.

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Sobre la firma

Ferran Bono
Redactor de EL PAÍS en la Comunidad Valenciana. Con anterioridad, ha ejercido como jefe de sección de Cultura. Licenciado en Lengua Española y Filología Catalana por la Universitat de València y máster UAM-EL PAÍS, ha desarrollado la mayor parte de su trayectoria periodística en el campo de la cultura.

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