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TAJO, CÓMO MATAR A UN RÍO (II)

El irregular reparto del Tajo entre España y Portugal

El Convenio de Albufeira determina las cantidades mínimas de agua a transferir entre los dos países, pero la irregularidad del caudal en la parte lusa altera los ecosistemas y genera malestar en las poblaciones fronterizas

Fotografía aérea tomada a finales de junio en la presa del embalse Torrejón-Tajo, situado en el Parque Nacional de Monfragüe. En la parte superior de la imagen, el agua del afluente Tiétar y en la parte inferior, aspecto del agua embalsada del Tajo a su paso por el parque a causa de una microalga invasora.
Fotografía aérea tomada a finales de junio en la presa del embalse Torrejón-Tajo, situado en el Parque Nacional de Monfragüe. En la parte superior de la imagen, el agua del afluente Tiétar y en la parte inferior, aspecto del agua embalsada del Tajo a su paso por el parque a causa de una microalga invasora.Rui Oliveira
Juan Calleja Ricardo J. Rodrigues

“Hay días en los que solo quiero llorar”, dice Francisco Pinto, un pescador de 52 años que se lamenta porque el río ya no es lo que era. En los pueblos portugueses del otro lado de la frontera con España, la vida siempre ha transcurrido al ritmo del Tajo, pero ahora nadie puede seguir su corriente. Cuando el caudal sube, llega con tanta fuerza que los pescadores tienen dificultades para bajarse de sus barcos. “Pero la mayoría de las veces la marea es tan baja que se rompen los cascos de las embarcaciones al chocar con las rocas del fondo, y no conseguimos lanzar las redes”, cuenta Francisco. “Y cuando las lanzamos, las recogemos vacías. Los peces ya no suben hasta aquí”.

Ortiga es un pueblo del concejo de Mação, cerca de la pequeña presa de Belver, a 68 kilómetros de la frontera española. Sus 450 habitantes han vivido siempre de la pesca hasta el cambio de milenio, especialmente de la lamprea, la especie reina del Tajo que entre enero y abril atraía a cientos de personas de toda la región para su captura. “Llegamos a ser 50 las familias que vivíamos de la pesca. Hoy solo somos tres o cuatro”, afirma el pescador. Con las repentinas subidas y bajadas de caudal, los peces terminaron desapareciendo. Y con ellos, en parte, la riqueza de este lugar.

Para Francisco, las cosas empezaron a empeorar en 1998, cuando se firmó el Convenio de Albufeira entre Portugal y España, un acuerdo que regula la cantidad y periodicidad del agua que cruza la frontera desde la presa de Cedillo, en Extremadura. Anteriormente, la regulación se basaba en un acuerdo de 1912 por el que a cada país se le asignaba la mitad del caudal del agua existente en las distintas épocas del año en los tramos fronterizos. Francisco confiesa que, al menos, en ese momento “el Tajo era el Tajo”.

Cada año, Mação organiza el Festival Gastronómico de la lamprea. Durante dos meses, atrae a gente de todo Portugal. “Cientos de personas vienen a comer nuestro arroz, pero el atractivo principal son los productos que pescamos”, dice Pinto, que además de pescador es propietario de Lena da Barragem, un restaurante a orillas del Tajo. “En estos momentos servimos unas 20 lampreas al día, pero, ¿sabes cuántas he logrado pescar este año? Ni una sola”. La temporada para capturar a esta especie, considerada por muchos como un manjar exquisito, va de enero a abril.

En los últimos 10 años, pescar una lamprea es cada vez más complicado. En lugar de ir al río, los lugareños tienen que comprarla en otras zonas porque aquí no hay suficiente. “Este año compré a un proveedor de Burdeos, pero la lamprea no tenía la misma calidad y apestaba”, señala Francisco Pinto. “Sigo yendo al río todas las mañanas y nada: ni lamprea, ni bogas, ni sábalo. El agua siempre sube y baja y los peces ya no suben para desovar”.

“La pesca ha desaparecido, los restaurantes están cerrando, no hay turismo por la irregularidad del caudal y las playas del río están llenas de barro. No tenemos la más mínima posibilidad de sobrevivir aquí”, sentencia el pescador, con la seguridad propia de quien lleva viviendo del agua del Tajo toda la vida.

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Francisco Pinto es uno de los pocos pescadores que quedan en la localidad de Ortiga, en el concejo portugués de Mação.
Francisco Pinto es uno de los pocos pescadores que quedan en la localidad de Ortiga, en el concejo portugués de Mação. Rui Oliveira

300 kilómetros de agua embalsada

Los problemas de Ortiga se originan a unos kilómetros río arriba, al cruzar la frontera con España. “El Tajo en Extremadura no existe como río. Son cinco grandes embalses que acumulan más de 5.000 hectómetros cúbicos de agua donde no hay ni siquiera un metro lineal de bosque de rivera de río vivo”, critica el ecologista Miguel Ángel Sanchéz, portavoz de la Plataforma en Defensa de los ríos Tajo y Alberche.

“Son grandes almacenajes de agua que, junto con la central nuclear de Almaraz, suponen un negocio formidable para Iberdrola, el operador hidroeléctrico. Los pueblos, la gente, no existe: aquello es una reserva para producir dinero y beneficios”, sentencia.

Por su parte, la eléctrica española se defiende: “Las actuaciones que realiza la compañía responden a los compromisos establecidos entre el Reino de España y la República Portuguesa”. Y afirman que colaboran “con el cumplimiento de esta obligación y entrega el volumen de agua establecido en cada periodo” en coordinación con las administraciones competentes y bajo la supervisión de la Confederación Hidrográfica del Tajo.

Azután es el primero de los cinco pantanos que gestiona la compañía hidroeléctrica española y que se suceden hasta la frontera con Portugal. Todavía sin entrar en Extremadura, este embalse se ubica a 10 kilómetros desde Talavera de la Reina, en Toledo. La masa de agua contrasta con el recorrido que realiza el Tajo entre Madrid y la localidad toledana.

“El agua limpia se queda retenida en los embalses de la Comunidad de Madrid y luego llega a Toledo en mal estado”, asegura Sánchez. Después del reparto del agua en la cabecera del Tajo, donde se distribuye con el trasvase hacia el sureste español y hacia su curso natural, el río más largo de la península ibérica empieza a transformarse a su paso por la Comunidad de Madrid. “Los afluentes del Tajo están retenidos para abastecer a la población de Madrid cada año y para tener garantías en los años secos. Y cuando llegan afluentes como el Jarama, vierten al Tajo agua que devuelven las depuradoras en mala calidad”.

En Azután, el Tajo coge aire y poderío, pero también es el punto a partir del cual el río pierde su curso natural para convertirse en un mar de agua embalsada. Desde los años cincuenta, Iberdrola —en aquel momento Iberduero— cuenta con una concesión para hacer uso del agua que hay en un tramo de casi 300 kilómetros y que va desde este embalse hasta la frontera portuguesa. Además de Azután, gestiona los pantanos de Valdecañas, Torrejón-Tajo, Cedillo y Alcántara. Entre los cinco, suman una producción media anual de 2.180 gigavatios por hora (Gwh). Para hacerse a una idea de la capacidad que tienen de generación de energía hidroeléctrica, podemos hacer cuentas sabiendo que su embalse más grande, Alcántara (1.038 Gwh de media al año), puede suministrar el doble de lo que consume la región de Extremadura en sus momentos de mayor demanda. El pantano puede almacenar hasta 3.162 hectómetros cúbicos de agua, 462 más de lo que España está obligada a enviar anualmente hacia Portugal.

“Cuando se construyó la presa dio mucho trabajo. Habría unas 3.000 personas en aquel momento”, cuenta Manuel Magro mientras atiende detrás de la barra del Lisboa Café Bar, situado en la plaza del pueblo de Alcántara, a un par de kilómetros del embalse. A sus 72 años, se mantiene en plena forma. “Me gusta estar con la gente”, dice. Y se nota: mientras atiende a una decena de clientes, nos muestra varias fotos de cuando era joven, en las tierras de cultivo, vestido de gala, y otras de cómo era el Tajo antes de la construcción del gigantesco pantano.

“Ahora la central está muy automatizada y se controla desde Madrid. En el poblado habrá unos 50 trabajadores”. El poblado al que se refiere Manolo —así es como le llaman todos en el bar— es donde residen los trabajadores de Iberdrola que trabajan en la central hidroeléctrica de Alcántara. Situado en lo alto de la gigantesca presa, desde allí se divisa la espectacular vista de dos obras de ingeniería hidráulicas separadas por más de 2.000 años: la de la presa inaugurada en 1969 y el puente romano de Alcántara, que fue construido durante la época de Trajano, entre los años 103 y 104.

“Con la pandemia esto no lo endereza ni Dios”, dice el dueño del bar. A pesar de contar con un mar de agua dulce, extraen agua de charcas y de pozos de sondeo por lo que el pueblo poco se aprovecha de este enorme recurso, más allá de cierta afluencia por el turismo fluvial o para visitar el puente y la presa. “Vivimos del turismo nacional, aunque también vienen portugueses. Pero ahora...”.

Por la plaza se ve a grupos de jóvenes en las terrazas y a varios jugando la partida de cartas. Es verano y hay gente, pero en invierno probablemente tenga un aspecto más desolador. Este pequeño pueblo extremeño ya vivió sus años de esplendor con la construcción del embalse. “El agua del embalse no nos sirve para nada”, se queja Manolo.

Ejemplar de cigüeña negra sobrevolando las aguas empantanadas del río Tajo durante su recorrido por el Parque Nacional de Monfragüe.
Ejemplar de cigüeña negra sobrevolando las aguas empantanadas del río Tajo durante su recorrido por el Parque Nacional de Monfragüe.Rui Oliveira

Oscilaciones peligrosas

Donde cobra importancia el agua del pantano de Alcántara es en el Parque Nacional de Monfragüe, una de las joyas naturales de toda la Cuenca del Tajo. Además de recibir el caudal que llega de Valdecañas, a Monfragüe le entra el agua de Alcántara, al ser el gran regulador de la zona y, en parte, de las transferencias hacia Portugal. Las subidas y bajadas del caudal que sueltan afectan a las especies que habitan en el parque, como la cigüeña negra.

“Es un ave que anida junto a la orilla, en cuotas muy bajas, y cuando las oscilaciones del caudal son muy severas, puede producir la inundación de los nidos”, explica Marcelino Cardalliaguet, delegado en Extremadura de la ONG ambiental decana en España, SEO Birdlife. Muchos turistas aficionados (o no) a la ornitología se acercan al popular mirador del Salto del Gitano para observar a la cigüeña negra sobrevolando el río de roca en roca. Es este punto uno de los pocos lugares de Europa donde se la puede ver, ya que es una especie muy reservada.

La cigüeña negra está en peligro de extinción y es una de las estrellas de Monfragüe junto a los buitres leonados y negros. “Se podría producir la muerte de los pollos si sube el agua muy rápidamente si anidan muy bajo”, advierte Cardalliaguet. Para evitarlo, explica que están en coordinación con la Junta de Extremadura y con Iberdrola por si se producen avenidas u oscilaciones fuertes en el caudal.

—¿Por qué se producen estas variaciones en la cota del nivel del agua?

—“El cambio climático supone una irregularidad cada vez mayor en las lluvias que además son cada vez más intensas en periodos cortos de tiempo. Y esto se refleja en la oscilación de los embalses por las tomas de decisiones de gestión, que cada vez son más inesperadas. Por otro lado, el aumento de las temperaturas hace que el consumo eléctrico crezca en determinados meses del año, sobre todo el verano, y obligue a una gestión cada vez más agresiva”.

El momento en el que visitamos el parque es a finales de junio y el agua que transcurre por el río parece una sopa verde, como si hubieran arrojados residuos. Lo provoca una microalga que se da en aguas empantanadas y con exceso de nutrientes procedentes de las explotaciones agrícolas. Además, se une un calor intenso. Meses antes, en mayo, el agua sufrió la invasión de otra especie invasora: la azolla. “Las temperaturas cada vez más elevadas por los efectos del cambio climático, el agua estancada que no corre y la contaminación difusa proveniente de la ganadería o la agricultura, son caldo de cultivo perfecto para que la azolla se desarrolle”, argumenta Marcelino Cardalliaguet.

Un paso irregular por la frontera

Cae la tarde y la calma en el embalse de Alcántara es total. No hay ni un alma y no se perciben las oscilaciones porque la central no está a pleno rendimiento y no toca enviar agua hacia Portugal. A vista de dron, impacta observar una masa acuífera tan enorme de la que dependen la vida de las especies de cigüeña negra en Monfragüe, pero también la de ciudadanos portugueses que viven cerca del embalse de Cedillo. Desde la presa de este pantano, a menos de una hora en coche desde Alcántara, entra el agua en el país luso.

Según la Convención de Albufeira, el acuerdo que regula la gestión de los ríos internacionales de la península ibérica, España tiene que transferir anualmente un mínimo de 2.700 hectómetros cúbicos de agua del Tajo a Portugal —normalmente, si no hay sequía y hay excedentes, suele llegar más agua, incluso cantidades superiores a los 8.000 hectómetros cúbicos—.

En el último año hidrológico, que transcurrió entre octubre de 2018 a septiembre de 2019, desde el embalse de Cedillo sólo habían liberado 1.900 hectómetros cúbicos a finales de julio. Para cumplir con el protocolo, se transfirieron 800 en sólo cinco semanas, vaciando prácticamente el embalse, y secando los afluentes portugueses que desembocan en Cedillo y que mantienen el caudal del río en Portugal.

En octubre, el Tajo se secó tanto que se podía cruzar a pie hasta el castillo templario de Almourol, ubicado en un islote en un tramo del río a su paso por Portugal. “Con el cambio climático y la prolongación del verano, las sequías son cada vez más extremas”, dice Paulo Constantino, portavoz de proTejo - Movimento pelo Tejo. “La irregularidad del caudal está empeorando y ya era muy grave. Toda la economía del río, alrededor de la cual se concentra la mitad de la población de la península, está en juego”.

El ecologista portugués es un crítico feroz del Convenio de Albufeira. “Hay 2.700 hectómetros cúbicos acordados entre los dos países que en la mayoría de los años se han cumplido”. Hasta 2008, España podía pasar el agua cuando le conviniese, pero a partir de entonces, los dos países establecieron cuotas semanales de 7 hectómetros cúbicos y trimestrales de entre 130 y 350. “El problema es que el acuerdo solo obliga a transferir de forma periódica el 37% del total. No hay cifras diarias para asegurar un flujo ecológico y el 63% del agua se descarga según los intereses de un país. Así que a veces el agua viene con una fuerza endiablada y la mayoría de las veces sin ninguna fuerza. Aquí nos morimos de sed”, se queja Paulo Constantino.

Portugal y España coinciden, sin embargo, en que el acuerdo alcanzado en 1998 en Albufeira satisface a ambas partes. “Creo que es un acuerdo ejemplar, y siempre se lo contamos al resto del mundo”, dice Teodoro Estrela, director general del Agua en España. “Seguramente en el futuro tendremos que ajustarlo, tanto en indicadores como en volúmenes de agua”. Por contra, João Pedro Matos Fernandes, ministro de Medio Ambiente de Portugal, dice que no tiene interés en revisar el acuerdo. “Si pensamos que el Tajo ha perdido el 25% de su caudal en dos décadas, intuimos que habrá que negociar en cualquier momento: y si hay menos agua, Portugal recibe menos. Y eso no nos interesa”.

“Creo que es un acuerdo ejemplar, y siempre se lo contamos al resto del mundo. Seguramente en el futuro tendremos que ajustarlo, tanto en indicadores como en volúmenes de agua”
Teodoro Estrela, director general del Agua en España

Los ecologistas de ambos lados de la frontera lamentan la actitud de Lisboa y no entienden cómo Portugal ha renunciado a luchar por una mayor regularidad en el agua que pasa al lado portugués. “Intentaremos reforzar los caudales semanales en las próximas negociaciones, pero me parece más importante que el agua que nos llegue sea de buena calidad, algo que no ocurre hoy en día”, dice Matos Fernandes, quien critica el tratamiento de las aguas residuales que se devuelven al curso del río desde Madrid. Por su parte, Teodoro Estrela admite el problema, y lo achaca a la antigüedad de las plantas depuradoras, que son de la década de los 80. Asegura que es una de las principales preocupaciones de la Dirección General del Agua y promete que el próximo Plan de Cuenca tratará de solventarlo.

"Si hay menos agua, Portugal recibe menos. Y eso no nos interesa”
João Pedro Matos Fernandes, ministro de Medio Ambiente de Portugal

En lo referente a las críticas a Iberdrola por su poder de decisión sobre el agua que pasa a Portugal, Estrela sale al paso: “El sector hidroeléctrico está sujeto al interés general de la gestión de la cuenca hidrográfica”. Y subraya: “Iberdrola tiene la autonomía que se puede tener dentro de lo que es una gestión integrada de la cuenca. En ciertas situaciones, como los períodos de sequía, tiene que estar a lo que se le diga desde la Administración General”.

El ministro portugués tampoco señala con el dedo a las compañías hidroeléctricas españolas y cree que es Portugal quien tiene que resolver sus problemas. “A finales de este año pondremos en marcha un estudio de impacto ambiental para construir un embalse en el río Ocreza, en nuestra zona fronteriza. Una presa con fines ecológicos, que solucionará las irregularidades actuales”, promete Matos Fernandes.

“Resulta difícil entender cómo un río internacional se sigue administrando por dos gobiernos con dos planes diferentes”, opina Paulo Constantino, ambientalista del movimiento proTejo. “El Tajo es una entidad única, y debe ser visto como un todo. Al dividirlo, lo están destruyendo en pedazos”, concluye, y cita el ejemplo del Danubio, cuyo plan de gestión se realiza conjuntamente por 14 países.

En la frontera, algunos se preguntan cómo es posible que la gestión conlleve tantos problemas. “Aquí el agua se evapora con el sol, y sé muy bien lo que sucede en Portugal”, comenta Manolo, el propietario del Lisboa Café Bar, en Alcántara. No conoce a Francisco Pinto, el pescador de Ortiga que ya no puede pescar lampreas. Uno vive en el borde de un embalse que es como un mar y del que apenas saca partido y, el otro, en la orilla de un río del que no sabe nunca qué caudal va a pasar. A ambos les separa una frontera.

Esta serie de reportajes sobre el río Tajo se ha realizado gracias a la beca Reporters in the Field, promovida por la asociación n-ost y la Fundación Robert Bosch, y se publica simultáneamente en EL PAÍS (España), Diário de Notícias (Portugal) y Contacto (Luxemburgo).

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