“Llévate una rebequita por si refresca”: el sabio consejo de madre es ahora tendencia
La chaqueta de punto, perfecta para los días de entretiempo, invade las grandes cadenas y el armario de las expertas en moda. Bautizada así por su aparición en la película Rebeca de Hitchcock, toca rescatarla esta primavera.
Después de «bébete el zumo antes de que se le vayan las vitaminas» o «espera las dos horas de digestión antes de bañarte», puede que el consejo más repetido por cualquier madre española sea «llévate una rebequita por si refresca» (también popular en su variante más hipocondriaca: «Ponte una rebequita, que te vas a resfriar»). La infinita sabiduría materna, tantas veces despreciada por adolescentes en edad del pavo y adultos en edad de elegir si quieren o no cargar con el porsiacaso, tiene esta temporada validez más allá de lo práctico. La dichosa rebequita se ha convertido en la prenda imprescindible de la primavera, y tanto si refresca como si no, las expertas en moda no dudan en llevarla a todas horas y con todo tipo de estilismos. Ya se sabe que, aunque cueste aceptarlo, las madres siempre tienen razón.
La chaqueta de punto regresó a nuestras vidas con fuerza hace un par de años por culpa de firmas como Prada, Gucci, Christopher Kane o Miu Miu. Esa prenda que siempre había estado ahí, a medio camino entre básico de armario y denostada ropa de abuela, volvía convertida en tendencia por enésima vez. Desde entonces no ha dejado de inundar las colecciones de grandes firmas y de cadenas de moda pronta en todas sus versiones: larga, corta, con o sin botones, estampada, lisa, más o menos gruesa… Ahora cobran especial protagonismo los diseños de punto fino que terminan en la cintura, teñidos en tonos pastel o colores neutros y con un marcado corte retro. Igualitas que las que tejían nuestras abuelas cuando éramos pequeños y se empeñaban en seguir colocando en nuestros looks a medida que pasaban los años. Ya se sabe que las abuelas también tienen siempre razón.
La famosa rebeca debe su nombre en castellano al célebre filme homónimo de Hitchcock (Rebeca, 1940). Su protagonista, Joan de la Fontaine, se pasó media película ataviada con chaquetas abiertas que hicieron historia y sirvieron para bautizar la prenda. También es conocida en inglés con el nombre de cardigan (castellanizado como cárdigan), en honor al séptimo conde de Cardigan, James Thomas Brudenell, y su afición por ponerse este tipo de prendas y vestir a su ejército con idénticas chaquetas durante la Guerra de Crimea.
La versión actual y fashionista le debe mucho a Coco Chanel, que decidió cortarle el cuello a los jerséis masculinos que le estropeaban el peinado cada vez que se los ponía y quitaba convirtiéndolos en prendas abiertas con falda a juego. Un nuevo uniforme para la mujer moderna francesa que en el fondo bebía de los trajes militares de Lord Cardigan (la diseñadora incluso hablaba en su paleta cromática del tono ‘soldado azul’). A mitad de siglo la comodidad del punto con el que se confeccionaban las rebequitas hizo que ganaran adeptas entre las estadounidenses, hartas de los looks encorsetados. Fue entonces cuando se acortó su longitud y comenzaron a triunfar las versiones con botones llamativos como las que proliferan esta temporada.
Su estética se transformaría años después auspiciada por el grunge de Kurt Cobain y tuvieron un papel fundamental en la tercera ola del feminismo. Las Riot Grrrls crearon un reconocible uniforme a base de cárdigan de bibliotecaria comprados en tiendas de segunda mano con vestidos baby doll y botas Dr. Martens. Una combinación que también es perfectamente vigente hoy día tanto a nivel estético (los vestidos son la mejor pareja de este tipo de chaquetas y una buena forma de adaptar los diseños más veraniegos a las exigencias climáticas del entretiempo) como sociopolítico. En plena cuarta ola feminista, el éxito del cárdigan no deja de ser llamativo –aunque la implicación política de la prenda se haya diluido– y por su carácter unisex también se convierte en estandarte de la era agender.
Dejando a un lado sus connotaciones políticas y sin olvidar su capacidad para saltar de lo desaliñado a lo preppy (Diana de Gales fue una de sus grandes embajadoras en los 80), la chaqueta de punto sobrevive en nuestros días adaptada ya a todos los estilos. Influencers como Jeanne Damas o Camille Cacherrie, embajadoras del codiciado estilo francés en Instagram, actualizan el legado de Brigitte Bardot y lo mismo las llevan con vaqueros y sin nada debajo –esto a las madres probablemente no le haría ni pizca de gracia– que las utilizan para restar formalidad a un vestido de noche. La primera incluso la ha convertido en protagonista de la colección primaveral de su marca de ropa, Rouje. Otras como la británica Pandora Sykes presumen de comprar las suyas en mercadillos de segunda mano como Portobello y las combinan en looks de espíritu victoriano y abuelil.
Además de las versiones de lujo o de las de precio medio impulsadas por marcas como Claudie Pierlot, & Other Stories o Sézane, en la amplia oferta de las cadenas low cost es posible hacerse con diseños para todos los gustos: desde las rebecas caladas y románticas de Zara a las versiones con botones grandes de H&M. Para muestra un botón, que dirían nuestras madres:
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