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«Las chicas guapas comen sardinas en lata»: qué hay detrás de la obsesión por las conservas

En la génesis de los alimentos que se ponen de moda interviene la cultura de la dieta mal disimulada, la estética instagramizable y el ansia por ser el primero en adoptar una tendencia

En 'Fishwife' presentan el producto casi como si fuera una nueva colección de ropa.
En 'Fishwife' presentan el producto casi como si fuera una nueva colección de ropa.Cortesía de Fishwife

La artista digital californiana Petra Cortright sabía lo que hacía cuando colgó en Twitter una foto de su cena, que consistió en una lata de atún de la marca gallega La Brújula, una baguette de masa madre, sal y mantequilla. Más o menos lo mismo que los cientos de usuarios (usuarias, casi siempre) de Instagram que en los últimos meses han estado posteando bodegones artísticos de sus muchas latas de conservas, casi siempre de marcas españolas y portuguesas clásicas, como Espinaler, Nuri y Olasagasti. Hay quien las ordena formando un cuadrado perfecto, quien las esparce artísticamente sobre la mesa, quien las etiqueta, con distintos grados de ironía, bajo la etiqueta #tinnedfishporn, quien las enseña semiabiertas, en un ángulo atractivo con una rebanada de pan de masa madre al lado, quien las pinta a la acuarela, quien las borda al ganchillo en plan amirugumi, quien les dedica una newsletter semanal, y hay hasta una artista de Brooklyn llamada Emily Baldasarra que ha creado una alfombrilla/tapiz recreando una lata de sardinas Ortiz. A Karl Ove Knausgaard, que no para de comer conservas de pescado a lo largo de los seis volúmenes que dura su libro Mi lucha, le preguntaron sobre el tema hace poco.

Las latas de conserva, al igual que la leche de vaca y las guindillas calabresas se inscriben dentro de un fenómeno bautizado como “hot girl food”, que tiene difícil traducción. ¿Lo que comen las guapas?, ¿la despensa de la gente que jamás te devolverá ese follow en Instagram? Rachel Sugar, redactora en Grub Street, el portal de gastronomía del New York Magazine, ayuda a desentrañar la etimología: “se puede trazar el concepto de Hot Girl a la canción Hot Girl Summer de Megan Thee Stallion, que salió en 2019. Una vez tienes ese concepto, el de una persona hedonista, inapelablemente segura de sí misma y a la que todo le importa una mierda, tenemos su derivado, la hot girl food y su estilo de vida completa. Es una broma pero a la vez no es una broma al 100%. Creo que parte de lo que hace que funcione este meme es que la gente está desesperada por cosas que sean divertidas, ligeras y autoindulgentes y los últimos dos años no han sido así exactamente”.

Helen Rosner, que escribe sobre cultura y comida en The New Yorker, apunta que la etiqueta será nueva, “pero la categoría ha existido básicamente durante toda la historia”. “Siempre se ha valorado a las mujeres primordialmente por su aspecto y siempre ha habido comidas de moda y dietas de moda, aunque siempre maquilladas bajo algún tipo de narrativa cultural que les permite hacer ver que no tienen que ver con el cuerpo. El pescado en lata tiene pocas calorías, pocos carbohidratos y está lleno de grasas saludables. Si eres una persona que prioriza ser tradicionalmente atractiva, ahí tienes un triplete”.

Ese último razonamiento estaba sin duda en la cabeza y en el plan de negocio de Caroline Goldfarb y Becca Millstein, una guionista de televisión y una community manager de Brooklyn que identificaron el nicho de negocio durante el confinamiento de 2020 y montaron Fishwife, una marca de conservas con pescado procedente de Estados Unidos. El empaquetado, en azul cerúleo, rosa chicle y verde trébol con ilustraciones, el merchandising (no deja de ser curioso que la marca solo tenga cuatro referencias y de las cuatro una sea una tote bag con el eslogan “las chicas guapas comen pescado en lata”) y el diseño de la web son parte intrínseca del proyecto, más allá de la trucha ahumada y las sardinas al limón. En el apartado de tienda de su web, dice “comprar la colección”, como se en lugar de vender pescado, vendiesen zuecos daneses o bikinis de braga alta.

Hay, sin embargo, diferencias entre los alimentos que se ponen de moda temporalmente y van apareciendo de pronto en las recetas caseras y en los menús de los restaurantes (el mijo, el kimchi, los fermentados, la cúrcuma, las cosas “al carbón”) y la hot girl food. “Creo que un aspecto importante es que éstos son productos que ya eran culturalmente familiares en Estados Unidos. Muchas tendencias de comida consisten básicamente en descubrir un ingrediente que no es nuevo pero es nuevo para la gente que de repente se obsesiona con él, ya sean los lattes de cúrcuma, el pan de leche japonés o la jaca, la fruta nacional de Bangladesh. Pero la hot girl food casi siempre es algo familiar, y tampoco viene necesariamente de la cultura del bienestar como, por ejemplo, el “arroz de coliflor”, que no deja de ser coliflor granulada. A nadie le entusiasma, pero existe porque tiene pocos carbohidratos. La hot girl food no está del todo desligada de eso pero no es su principal componente”, cree Sugar. En la última década, no olvidemos, la industria del adelgazamiento se transformó en industria del wellness. La palabra “régimen” y similares se convirtió en reliquia pero dejar de comer grupos enteros de alimentos en nombre de la salud pasó a ser algo habitual.

El otro producto que ha merecido esa etiqueta este verano, en un artículo que se publicó en el mismo Grub Street la semana pasada, es la leche-leche, o sea la leche de vaca, preferiblemente entera. La autora entrevistó a varios baristas de cafés de Nueva York que aseguran que desde hace dos meses tienen cada vez más clientes que no piden leche de almendras ni de avena y que han vuelto a la opción tradicional, quizá por ser el los primeros en adoptar la contratendencia o arrastrados por los titulares dudosos que han generado muchas leches alternativas últimamente, que podrían ser ni tan sanas ni tan sostenibles como parecen. En el artículo, la gerente de una tienda de quesos de Brooklyn dice: “Nos vendieron esta mentira los del tejido industrial Goop [en referencia al emporio de estilo de vida de Gwyneth Paltrow] de que si dejábamos de comer lácteos tendríamos más energía, mejor piel y nunca volveríamos a tener gases en la vida. Pero la cruzada contra el lácteo ignora muchas complejidades y creo que la gente está empezando a darse cuenta”.

Para Sugar, lo que tienen en común estos alimentos es que son “elementales”. “La mecánica se basa en coger algo que es bastante común y declararlo hot, como reclamar cosas que ya son familiares”, y vaticina que lo próximo en alcanzar esa categoría pueden ser los copos de avena. “Es agresivamente convencional, la ‘camiseta blanca básica de las comidas’, aburrida, pero sexy a la vez”, bromea, aunque la metáfora es muy útil para entender el fenómeno. En la hot girl food anida la misma fantasía que sustenta la industria de la moda, la idea de que el verdadero estilo se obtiene sin esfuerzo, de que hay 200 ó 300 chicas en Copenhague o en París o en Los Ángeles vistiendo exactamente como hay que vestir porque cada mañana se les ocurre mezclar la camiseta que llevaban a gimnasia en el colegio (¡aun les cabe!), un pañuelo que compraron en un mercadillo de Lisboa y un jersey de 800 euros que les ha enviado la marca. La hot girl food, prepararse una cena que consista en una lata de atún, mantequilla, sal y pan, participa del mismo espejismo. Sugar cita a la cocinera e influencer Alison Roman, que surgió del famoso cana de YouTube de Bon Appétit y fue colaboradora de The New York Times hasta que vivió un episodio de cancelación por hacer comentarios sobre Chrissy Teigen y ahora publica recetas en YouTube y en su newsletter de pago, como el posible origen de la hot girl food como extensión de la moda. “Ella sin duda personifica esa estética. Sus recetas son divertidas, poco complicadas con grandes sabores, y funcionan. Tienen una cualidad aspiracional y como de haberse montado en el último minuto. Como: oh, ¿esto? Acabo de inventármelo y está accidentalmente delicioso y además es fotogénico. Lo de ser cool sin intentarlo siempre ha sido un ideal cultural. Alison Roman no lo inventó pero siempre ha sido muy buena llevándolo al terreno de la comida”. Hace algo más de un año, la cocinera tuvo un éxito viral con una receta de pasta con chalotas que requiere 12 anchoas y mucha gente a quien nunca se le había ocurrido comprar pescado salado en conserva se acercó a ese producto.

Rosner, que dice que solo podría usar la etiqueta de manera irónica, vaticina que la encontraremos mucho a partir de ahora. “Ahora que tenemos esta frase, se volverá ubicua. Alguna gente, delgada, guapa, que trabaja muy duro en ser delgada y guapa, probablemente ser la tomará en serio cuando los demás la tratemos con escepticismo o, peor, como un chiste”.

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