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El arte de atesorar vestidos y no solo enaguas de la abuela

Desde las enaguas de la abuela al baúl de la Piquer, la moda de atesorar vestidos también es un negocio que crece en España.

Coleccionistas
Pablo Zamora

¿Amar la moda hasta el punto de abarrotar la casa de armarios, percheros, burros, cajas especiales de papel libre de ácidos, mesas de catalogación y conservación y maniquíes? Todas las personas que aparecen en este reportaje lo hacen. Unos lo han convertido en su trabajo; otros han desarrollado una pasión incontenible que han cultivado durante años de compras compulsivas, persecuciones interminables, arduas investigaciones e incluso aprendizaje continuo de técnicas de restauración. Nunca antes se había dado en España una generación así de coleccionistas de moda, preocupados por preservar un patrimonio que hasta hace poco era denostado bajo el genérico de «ropa vieja y usada» y hoy es dignificado por el algo gastado término de vintage. Sin embargo, nuestro país sigue aún a años luz de la visión que el mundo anglosajón y las mecas de la moda tienen del legado cultural de esta industria. En España, considerar tesoros esas prendas de todas las épocas es casi tan reciente como el propio fenómeno vintage. «Aunque hay muchas personas que compran ropa de segunda mano en nuestro país, aún somos pocos los coleccionistas serios», razona el modisto Lorenzo Caprile. «Aquí, apenas hay anticuarios especializados en textil».

Pero ¿qué es un coleccionista serio de moda? Existen tantos perfiles como colecciones: en los motivos de cada uno se entrecruzan historias de pasión, ciertas dosis de fetichismo, hobbies devenidos en obsesión, amor infinito por lo bello e intereses por la investigación estética o sociocultural. Ninguno de nuestros entrevistados se atreve a dar una descripción concreta: aceptan desde la clienta de alta costura, que ha conservado en impecable estado los vestidos que una vez lució, hasta el neurótico perseguidor de indumentaria de caza del siglo XVII. En lo único que coinciden es en definirse como auténticos «apasionados». Sin esa especie de locura, ese gusanillo que te atrapa casi desde pequeño, no se tiene alma de coleccionista.

Concha Romero Márquez, nieta de Concha Márquez Piquer, posa en el museo dedicado a su abuela, en Valencia, junto a los míticos baúles que transportaban el vestuario de la cantante.

Pablo Zamora

El caso de Lorenzo Caprile lo ilustra, aunque él prefiera achacárselo a la herencia: las primeras prendas de su hoy ingente colección las adquirió su madre, Paola Trucchi. De niño la acompañaba al Rastro. «Ella me enseñó no solo a comprar, sino a aprender a identificar entre toda la montaña aquello que merecía la pena». El modisto es incapaz siquiera de darnos una cifra exacta de las prendas que conforman su colección. De hecho, su proyecto más inmediato es poder organizarla. «Lo único bueno que me ha deparado esta crisis es que he podido comprar a muy buen precio un local donde empezar a reunirla». Cuando la catalogue, logrará conocer exactamente qué tesoros esconde el fruto de su bien asumida tenacidad. Coleccionar en serio exige no pocos y muy variados sacrificios personales.

¿Dónde consiguen las prendas de sus colecciones estos adictos a la moda? Otra vez la respuesta resulta esquiva: las fuentes son innumerables.«Acudo a todas partes», comenta Paquita Parodi (una volcánica madrileña, asentada hace años en Venezuela, donde se casó, que ahora vive en Miami). «Voy a mercadillos, rastros, chamarileros, almonedas, anticuarios, subastas presenciales y por Internet y, en general, a casa de cualquiera que me llame y me diga que ha encontrado unos baúles de su abuela». Paquita, que comenzó su colección por unas enaguas victorianas que le regaló su tata, atesora hoy un excelente repertorio que abarca desde piezas victorianas y eduardianas (de mediados del siglo XIX en adelante) hasta la actualidad. Y no son solo grandes piezas de los nombres más señalados del siglo XX, de Jean Patou a Valentino; Parodi acumula, entre otras joyas que muchos no dudarían en calificar de extravagancias, más de 300 trajes de bautismo de época, una importante colección de ropa interior de los años 20 –en realidad, todo lo de los años 20 le apasiona: prepara una exposición para 2013 en el Museo del Traje que lo demostrará– y, por supuesto, todos los zapatos, sombreros, pañuelos y bisutería que puedan completar esos conjuntos a veces centenarios. Ella está remodelando un edificio en Miami que acogerá su propia fundación, con almacén, una pequeña sala de exposiciones y un taller de restauración. Reconoce que aprendió a restaurar para poder comprar buenas piezas a bajo precio.

Paquita Parodi, coleccionista afincada en Miami, posa en su piso de Madrid con algunas piezas escogidas de su enorme colección.

Pablo Zamora

La referencia a los «baúles de la abuela» no es una broma. Esta situación la han vivido todos los entrevistados. En España es casi un caso crónico: dada nuestra peculiar idiosincrasia, resulta muy complicado encontrar determinadas prendas. En las casas de las elegantes de nuestra historia es donde hay mayor probabilidad de conseguir ropa de época o de grandes firmas en relativo buen estado. Los tan afamados baúles de la Piquer son una realidad: la mítica cantante conservó todos los trajes de su compañía (unos 80 artistas) tras retirarse en 1957. Gran parte de este tesoro está a buen recaudo en la Casa-Museo Concha Piquer de Valencia. Sin embargo, la periodista Concha Romero Márquez, nieta de la Piquer, nos confirma que en la finca familiar de Villacastín, cerca de Ávila, aún existen baúles con casi todo su vestuario personal. «Conservamos la ropa que mi abuela vestía a diario. El verano pasado estuve echándole un ojo y seguía en perfecto estado. Siempre nos ha rondado la idea de hacer una fundación, pero es muy complicado», afirma. Y, de paso, rememora cómo iba de compras con su abuela, su obsesión por los «tacones de no más de cinco centímetros, los guantes, el color amarillo que [más allá de la superstición teatral] siempre le dio tanta suerte sobre el escenario y las faldas un poco por debajo de la rodilla».

Entre esos tesoros tiene que haber cantidad de aquello que Lorenzo Caprile define como «la gran generación de la costura española, oscurecida hoy por la larga sombra de Cristóbal Balenciaga»; modistos que merecen una urgente revisión que les devuelva la gloria que una vez tuvieron: Isaura, Miguel Rueda, Raphaël, Pertegaz, Pedro Rodríguez, Pedro Rovira, Asunción Bastida, Flora Villarreal, Jami, Lino, Natalio, Vargas y Ochagavía, Herrera y Ollero… «Mi abuela era muy amiga y clienta de Herrera y Ollero, y los diseños para el espectáculo los hacía en París José de Zamora, el mítico decorador y figurinista que fue discípulo de Paul Poiret», confirma Concha Romero.

Este deseo de recuperar parte de nuestra recóndita historia de la moda no solo anima la colección de Lorenzo Caprile –«aunque me centro también en los grandes nombres del siglo XX y especialmente en los diseñadores que me hicieron crecer estéticamente: Valentino, Ungaro e Yves Saint Laurent», especifica–, sino también la del investigador, comisario de exposiciones y crítico de arte Josep Casamartina, que en apenas ocho años ha transformado la colección de tejidos modernistas y art déco de Antoni de Montpalau en una de las privadas más importantes de Cataluña. Cuenta con 1.200 prendas de los siglos XIX y XX, y a esta se suman entre 6 y 15 piezas por semana. La colección, formada bajo el mecenazgo de su amiga Anna María Casanovas, supone además casi un cambio de paradigma en las vías del coleccionismo habitual: el 95% está formado por donaciones privadas. «El porcentaje restante lo dedicamos a comprar piezas en buen estado que cubran una laguna importante. Creo que la colección, a golpe de talonario, sería más exquisita, pero de esta forma se vuelve más cálida: reúne los recuerdos de mucha gente y de paso las une».

Josep Casamartina, comisario, investigador y crítico de arte, posa con dos de sus más recientes adquisiciones para la colección Antoni de Montpalau.

Pablo Zamora

En la primera exposición que organizaron, Barcelona Alta Costura, acudieron a la inauguración unas 2.000 personas, la mayoría donantes. Ahora prepara una segunda, Barcelona Prêt-à-porter, que se inaugurará pronto en el Palau Robert de la Generalitat. Casamartina –que se define como un donjuán de los vestidos, porque el último vestido es siempre su último amor– comenzó en esta colección con ánimo de investigador y sin unos conocimientos exhaustivos. Por eso su definición de las virtudes de un buen coleccionista es tan racional: «Ha de tener interés, pero no para lucrarse: los precios no son un valor. Hay que ser también entusiasta, porque, si no, no tiras para adelante. Y hay que tener ganas de aprender, porque algunas veces no entiendes un vestido y debes dejarlo reposar. También hay que educar el gusto: yo mismo dudo de muchas prendas antes de incluirlas o no, y consulto y pregunto. No todo lo que encuentras es interesante, pero has de ser lo suficientemente reflexivo para replanteártelo».

Para Caprile el principal problema del coleccionista hoy son los precios, «que se han disparado: hemos pasado de que prácticamente regalaran la ropa a que cualquier señora que encuentra en su armario una prenda firmada se crea que tiene una fortuna. Y no es así». Aunque para otros el principal problema es la ropa en sí, porque por mucha pasión que se tenga se corre el riesgo de morir aplastado por quintales de textil mal conservado. Espacio y cuidado son exigencias insoslayables.

Concha Herranz, conservadora jefe del Museo del Traje, posa en el taller de restauración junto a dos diseños de Gianni Versace.

Pablo Zamora

«El coleccionista demanda mucha información sobre catalogación y conservación de piezas», explica Concha Herranz, conservadora jefe del Museo del Traje en Madrid. Este centro, reubicado en 2004, es la mejor respuesta a la falta de una programación activa por parte del museo más prestigioso en esta campo: el Tèxtil i D’Indumentària de Barcelona. «Estas colecciones son muy trabajosas», afirma Herranz. «Y cada prenda tiene su problemática individual: todas son muy sensibles a la luz; unas tienen que ir en plano porque pesan y si se cuelgan, se deforman; otras tienen fibras muy frágiles o se enganchan con facilidad; pierden pedrerías y aplicaciones o muestran su proceso de decoloración… y si encima están confeccionadas con mezclas de materiales de diferente naturaleza, todo se complica más. Los diseños muy valorados suelen ser complejos y dan problemas de volumen».

Un panorama que podría ser incluso disuasorio. «Este deber de asesorar y facilitar información a los coleccionistas es una de nuestras responsabilidades como servicio público», asegura Herranz. En realidad, el Museo del Traje cobra cada vez más importancia para los coleccionistas. No solo porque promueve la difusión de las colecciones, como en el caso de Paquita Parodi, sino porque muchos lo ven como el lugar soñado para que descansen sus colecciones cuando ellos ya no estén. «Aunque podemos sugerir qué comprar y hacemos llegar nuestras propuestas al Ministerio, hoy en día las compras son difíciles. El museo ya cuenta con una colección extensa e importante, y realmente buscamos grandes piezas», razona Herranz. «Seguimos fomentando la donación, en la que es fundamental el boca a boca. Pero esa entrada de piezas también se ha restringido por los mismos motivos. Hay que alabar la labor de los donantes, sin ellos, el museo no sería lo que es».

Bernardo Corachán y Paco Delgado con algunas de sus piezas más especiales.

Pablo Zamora

Aunque Caprile asegure que hay pocos anticuarios del textil en España, en Madrid hay uno interesante: Corachán & Delgado (Corredera Baja de San Pablo, 8). El empresario Bernardo Corachán y el figurinista y director de vestuario para teatro y cine Paco Delgado (que acaba de dirigir el vestuario de la versión cinematográfica de Los miserables) inauguraron su tienda en 2004. Fueron pioneros en proponer un espacio vintage al modo de lo que uno puede encontrarse por los alrededores del Palais Royal en París. Incluso puede ser nuestra pequeña versión de otra de las tiendas favoritas de Caprile, The Way We Wore, de la coleccionista Doris Raymond, donde, según el modisto, «es normal ver a los equipos de Miu Miu o Prada rebuscando». Pero claro, esta tienda está en Los Ángeles, no en Madrid.

El sótano de Corachán & Delgado, también coleccionistas, con sus apabullantes armarios-contenedores son el sueño –o la pesadilla consumista– para cualquier amante de la moda. Ellos también participan en la Feria de Moda Vintage que Lorenzo Caprile organiza desde hace tres años (las fechas previstas de la próxima edición son del 29 de noviembre al 2 de diciembre). «Estas ferias son siempre rentables. Pero no en el sentido de forrarse, sino porque haces contactos con gente que se dedica a lo mismo», apunta Delgado. El evento suele contar con unos 50 expositores nacionales, y es una herramienta imprescindible para saber dónde y cómo comprar en nuestro país. «Siempre digo que hay una sobreexplotación del término vintage y que debemos diferenciarlo de la ropa de segunda mano. Lo vintage tiene que tener una connotación de joya. Es lo que promovemos: hacer selecciones con un mínimo de calidad y rigor», establece Corachán. Ambos niegan que se haya producido un aumento de precios –«más bien lo contrario, al menos en el sector»– y entre los dos apuntan algunos buenos consejos para el que quiera iniciarse: «No tener miedo de ir a las subastas, porque no todas son para millonarios y en muchas se pueden encontrar chollos; confiar en tu proveedor habitual y dejarte aconsejar: si te quiere como cliente, no te engañará». Y, sobre todo, no quedarse con la duda: «Si algo te gusta de verdad, cómpralo en cuanto lo veas». Palabra de expertos.

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