¿Es posible retrasar el reloj biológico?
Los avances tecnológicos permiten mejorar lo que nos ha tocado en suerte y personalizar la cosmética y la cirugía plástica para ofrecer una belleza a la carta.
Algo está cambiando en la industria de la belleza: los nuevos tests y escáneres de diagnóstico permiten conocer el grado de envejecimiento y aplicar las técnicas adecuadas para retrasar el tictac. Sin embargo, no hemos llegado a los límites de la película de ciencia ficción Gattaca (Andrew Niccol, 1997), donde la mayoría de los niños son concebidos in vitro y con técnicas de selección genética. De hecho, hoy en día, escoger los genes es, aparte de imposible, impensable, pero sí supone una inspiración para una nueva generación de tratamientos médicos y estéticos. Dejando a un lado la manipulación genética, los avances tecnológicos permiten mejorar lo que nos ha tocado en suerte y personalizar la cosmética y la cirugía plástica hasta llegar a ofrecer una «belleza a la carta».
Es la hora de las cremas a medida y quizá también del fin de los tratamientos idénticos para todos. La clave está en la edad del ADN y no en la del DNI. O dicho de otro modo, una cosa es la edad cronológica –la que tenemos desde la fecha de nacimiento– y otra, la biológica o el estado funcional del organismo. La primera piedra para llegar a esta conclusión la puso un equipo de científicos del instituto alemán Max Planck en 2008. Los investigadores identificaron un grupo de proteínas que permite conocer la edad biológica. Estas moléculas se liberan cuando los extremos de los cromosomas, los telómeros, se acortan, algo que, se ha demostrado, está ligado al proceso de envejecimiento. Es decir, se puede saber cómo de rápido envejecemos gracias a un análisis de los niveles de estos marcadores. Advanced Medical Projects, una empresa de biotecnología española especializada en el diagnóstico de enfermedades raras relacionadas con el envejecimiento, ha aprovechado el descubrimiento germano.
«Cuando investigábamos la disqueratosis congénita –una dolencia que causa envejecimiento acelerado en niños–, descubrimos un péptido, el GSE24-2. Y creamos una nueva gama basada en ese péptido, capaz de retrasar las arrugas cinco veces más que otras líneas», explica Antonio Molina, doctor y director de la compañía. A simple vista, se trata de un activo con una investigación potente (ha aparecido en prestigiosas revistas internacionales). Profundizando, una vuelta de tuerca en la cosmética. Hasta ahora íbamos a comprar una crema a una tienda y nos dejábamos aconsejar por la dependienta. Hoy la tendencia es otra. Se trata de escoger el producto en función de un test personalizado que permite conocer el grado de envejecimiento real de las células, midiendo la longitud de los telómeros.
El proceso es sencillo: se recibe un sobre a domicilio, con un formulario y un kit para tomar una muestra de saliva. La fórmula se decide en función de los resultados. El precio del tratamiento es de 195 euros y está disponible en www.gse24-2.com. No es la única iniciativa de Advanced Medical Projects. Este año se inaugura en Madrid Espacios Zen, un centro donde se analizarán parámetros epidérmicos. Será posible medir los niveles de flacidez, calcular la profundidad de la arruga por láser infrarrojo, el índice de hidratación mediante un test de estrés cutáneo, los ácidos grasos… La mayoría de estas técnicas no estaban disponibles para el público general; eran cosa de los departamentos de I+D. Hasta hoy. «Las hemos adaptado a la cosmética. Haremos el primer test probiótico de la piel para la flora epidérmica, cuyo desequilibrio ocasiona acné o puntos negros. A partir de ahí, diseñaremos las cremas del cliente. Por primera vez estamos monitorizando la evolución y respuesta de una piel a un tratamiento cosmético», explican desde la compañía.
Estamos ante un nuevo capítulo en la cosmética. «La industria está determinando los genes que se estimulan o disminuyen en las pieles envejecidas, para diseñar ingredientes que contrarrestan los cambios. Pueden ser péptidos, vitaminas, antioxidantes…», afirma Paloma Cornejo, dermatóloga de la Unidad de Dermatología del Instituto Médico Láser en Madrid. En plena cresta de la ola tecnológica, hemos accedido a un nuevo territorio: la dermatogenética. Así lo denomina José Ignacio Lao, director médico de Genomic Genetics. Al parecer, los caprichos de nuestros genes nos hacen ser más o menos receptivos al fotoenvejecimiento, a la cicatrización o a las arrugas. Es aquí donde entra en juego otro término: la cosmetogenética o, lo que es lo mismo, la respuesta de una crema a nuestro puzle genético. La cosmética funcional será en el futuro, y siempre según Lao, la solución más demandada. «Ya hay formulaciones que tienen en cuenta si se posee un defecto en un mecanismo de protección cutánea frente a la radiación UV, en cuyo caso se aplicaría una crema que corregiría ese déficit», añade el experto.
En Genomic Genetics (www.genomicgenetics.comhttp://www.genomicgenetics.com) un simple test de saliva permite escoger entre un completo estudio genético (1.200 euros) o centrarse en una parte, como la estética (750 euros). El examen permite contestar a estas cuestiones: ¿cuál es nuestro potencial de defensa ante los radicales libres? ¿Y la respuesta enzimática al envejecimiento facial? ¿Cómo prevenimos la flacidez?
Firmas como Vichy y La Roche-Posay ya cuentan con una máquina de diagnóstico cutáneo en farmacias –llamada Dermo-analyzer– que permite escoger la crema idónea en función del nivel de hidratación, tipología de piel, grado de envejecimiento, resistencia al sol o sensibilidad. Otro ejemplo es Acouskin de Chanel: un sistema de medición del sonido antes, durante y después de la aplicación del cosmético, gracias a una sonda especial. Permite evaluar la suavidad y la hidratación logradas con la crema.
Pasar por el escáner no es territorio exclusivo de la cosmética. La medicina estética se moderniza: la Clínica Planas, en Barcelona, ha puesto en marcha la Unidad Científica de la Piel para el tratamiento facial personalizado. En vez de decidir uno mismo cómo quiere rejuvenecer (con inyecciones de bótox, por ejemplo), un equipo profesional dictamina qué técnicas se deben usar tras utilizar un equipo llamado IOMA. «Se valora el pH, el daño solar, las manchas, rojeces, arrugas y las estructuras faciales. Dermatólogos, estéticos, especialistas en láser y cirujanos deciden», cuenta Juan Muñoz, responsable de la iniciativa. Basta apoyar la barbilla para conseguir el resultado del escáner. El software se basa en diferentes luces y magnifica 50 veces el tamaño del rostro. En el Instituto Médico Láser, su lector de melanina, Skintel, evita diagnósticos equivocados en el tipo de manchas y permite ajustar la energía láser en los tratamientos para quitarlas.
La cirugía plástica cuenta asimismo con programas capaces de mostrar al paciente cómo quedará después de la intervención. «Tenemos un simulador virtual en 3D, el Vectra X3. Nos permite calcular la talla adecuada en un aumento de mamas, el grado de inclinación de la nariz tras una rinoplastia o cómo variará el rostro después de un implante de pómulos», detalla Vicente Paloma, cirujano plástico y estético del Centro Médico Teknon en Barcelona. ¿Asistimos entonces a una mecanización de la estética? «La tecnología es importante, pero el diagnóstico de un buen profesional es y seguirá siendo el arma principal y esencial», sentencia la doctora Cornejo.
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