Laurent Garnier o cómo los ‘dj’ se convirtieron en estrellas
El gran precursor de la música electrónica critica que en Francia el mundo de la cultura haya excluido a su sector durante la pandemia y repasa su trayectoria en el documental ‘Off the record’
A Laurent Garnier (Boulogne-Billancourt, Francia, 55 años) la música le quitaba el sueño. Literalmente, en 1988, a sus 22 años, pasaba los días en el servicio militar y las noches en los clubes para formarse como dj. Lo recuerda con nostalgia en una videollamada con este diario y también en el documental Laurent Garnier: Off the record, estrenado la semana pasada en la 11ª edición del Atlàntida Mallorca Film Fest y que se podrá ver en los espacios del festival hasta el 26 de agosto, y en la plataforma Filmin a partir de otoño. Lo más duro entonces podría parecer la incompatibilidad horaria, pero para él lo peor fue que para hacer el servicio militar había tenido que regresar a Francia después de pasar una temporada en el Reino Unido, donde había vivido el estallido del tecno: “Allí había raves con decenas de miles de personas por todo el país, mientras que en Francia no había ni un solo club en el que se tocara ese estilo. El país era y sigue siendo muy rockero y desde el primer día nos vieron como el enemigo. Lo más difícil fue hacer entender a la gente que no era una moda inglesa ni exclusivamente para gais, ni tampoco era una fase ni estaba relacionado con las drogas”.
A sus 55 años, el productor que fue uno de los precursores de la música electrónica tiene el mismo aire de ensoñación que aquel joven insomne devoto de aquellos sonidos, luces y emociones. Consiguió, junto a sus compañeros, que no les trataran como tipos raros, que entendieran esa nueva corriente que iba a ser un fenómeno. Eran jóvenes e insistieron en que el house y el tecno no se convirtieran en la banda sonora de quien se droga: “Por supuesto, se consumen en la vida nocturna, pero no están relacionados directamente. Luchamos por esto durante años y las cosas avanzaron de una manera muy positiva”. Tanto que en 2017 llegó a ser distinguido como caballero de la Legión de Honor francesa.
Después se propagó el virus, se implantó el confinamiento, la vida encerrados y los locales desiertos. La cultura se apartó; ellos fueron repudiados. “Cuando llegó la pandemia, la palabra “dj” desapareció por completo del vocabulario de los políticos y de la prensa. Fuimos los primeros en cerrar y sabíamos que íbamos a ser los últimos en reabrir. Va a ser muy difícil para nosotros. Y encima, el Gobierno francés anunció que nosotros no formábamos parte del sector cultural”. El pasado octubre publicó en su web una carta abierta a la ministra de Cultura, Roselyne Bachelot, en la que lamentaba que ella defendiera que el mundo de la noche no era de su competencia, sino del Ministerio de Interior. “Llevo más de 30 años promocionando indirectamente a Francia en el extranjero. Pensé tontamente que las cosas habían evolucionado y que nos habíamos ganado dignamente nuestro estatus y nuestro billete al mundo de la cultura. Pero parece que todavía no es el caso”, criticó en su escrito.
Esa ferocidad se despierta cuando reivindica su espacio y el de sus compañeros. En lo cotidiano se emociona por lo simple; por lo mismo que en sus inicios. “En nuestra profesión trabajamos con una estructura muy pequeña, con la misma gente durante años y años, y el dinero nunca ha sido nuestro principal objetivo”, señala Garnier, quien se curtió en la sala mítica Haçienda del Mánchester de los ochenta. En los 2000, un cambio de paradigma hizo que peligrara esa dinámica: “La música tecno creció mucho, con un lado más comercial en América, donde había nuevos dj que vinieron a tocar sets cortos por mucho dinero en grandes festivales. Algunos decidieron ir solo a esos eventos, donde todo se hizo más grande, pero no esencialmente más agradable; y no a los clubes”. El haber crecido en espacios locales le ayuda a mantener los pies en el suelo: “Sé de dónde vengo y quiero mantener esa conexión”.
Antes de ponerse frente al público, ya fuera reducido o numeroso, se creó su propio escenario: su habitación, como rememora en el documental. A los 12 años todo lo que leía eran artículos sobre esos locales, le fascinaban los programas musicales y las pocas revistas que hablaban del sector. “Ser dj, tocar frente a un público y compartir la música era mi sueño”. Y lo cumplió. “Nuestro trabajo es observar la sala, saber la hora, qué día es y qué hora es, entender el sistema de sonido y el estado de ánimo de la gente e intentar encontrar el momento en el que los vas a atrapar con un disco y los vas a llevar al cielo. Eso, cada noche, y de manera diferente”, señala.
Estuvo en los inicios y sigue conectado con el mundillo: “Muchos dj mezclan en sus casas, hoy en día hay una generación joven que lo hace así y lo publica en internet. Conocen la partitura, la historia, las raíces y la música que tocan”. Para él, los veteranos y los novatos tienen que seguir el mismo eje; una palabra: “honestidad”.
Descubre las mejores historias del verano en Revista V.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.