Gaudí: un legado incómodo
La fallida subasta en Nueva York de uno de los muebles que diseñó el arquitecto para la cripta de la Colonia Güell reabre las dudas sobre la autenticidad de estas piezas
El 31 de julio la sala Bonhams de Nueva York subastó uno de los 20 bancos que Antonio Gaudí diseñó para la cripta de la Colonia Güell en Santa Coloma de Cervelló que, antes del coronavirus visitaban, junto con sus otros seis edificios de Barcelona declarados Patrimonio de la Humanidad, más de 10 millones de personas al año. El mueble tenía un precio de venta entre 170.000 y 260.000 euros. No encontró comprador. Y la fallida subasta puso de manifiesto los problemas de autenticidad que pesan sobre muchos de los objetos creados por el arquitecto catalán.
La historia de los bancos de este edificio que Gaudí dejó a medias en 1914 para centrarse en la Sagrada Familia es digna de una novela de intriga. Los diseñó para los habitantes de la colonia textil con, marca de la casa, materiales reciclables que tenía a mano: la madera de roble inglés de las cajas en la que viajaban desde el Reino Unido la maquinaria para la fábrica y los flejes de hierro de las balas de algodón importado desde Egipto y empleado para elaborar los tejidos. Gaudí encargó los trabajos al carpintero de la localidad, Tomàs Bernat, y le pagó, entre 1913 y 1914, un total de 400 pesetas, 20 por cada uno de ellos, como puede leerse en un recibo conservado en el Museo Diocesano de Barcelona.
Lo que no se sabe a ciencia cierta es lo que pasó después con ellos. Según explicó en 1989 Joan Bassegoda, uno de los mayores especialistas en Gaudí, siete acabaron calcinados en la Guerra Civil. “Doce son los que hay en primera fila de la cripta y el otro está en la Casa Gaudí del Parque Güell”, escribió. En el catálogo de la exposición sobre modernismo de 1990 se decía que “solo quedaban cuatro o seis bancos”, y en un libro publicado en 2003 sobre la historia de la Colonia se apuntaba que “muchos desaparecieron durante los años cincuenta y sesenta y solo quedaron tres originales”. “Fue entonces cuando se construyeron los actuales”. Investigadores más recientes ponen en duda la afirmación de Bassegoda sobre la destrucción por el fuego que el experto achacó a casi todo lo relacionado con el trabajo y los talleres del arquitecto y diseñador.
Sí hay constancia de que en 1972 el párroco de la cripta, para hacer frente a los gastos del edificio en un momento de crisis generalizada del textil, vendió cinco de los bancos al coleccionista de París Pedro Uhart por dos millones de pesetas cada uno (12.000 euros). Los 15 restantes fueron trasladados a Barcelona por el obispado. Uno de ellos se expone en el Museo Diocesano de esta ciudad y otro, desde 2014, en el Museo Nacional de Arte de Cataluña.
Dos de los cinco bancos vendidos a Uhart han acabado en el MoMA de Nueva York, que cuenta con uno de ellos desde 1976, y en el Centro de Creación Industrial de París. Allí llegó en 1977 y, tras pasar a los dos años al Museo de las Artes Decorativas, acabó en 1993 en el Museo de Orsay junto a otras piezas diseñadas por Gaudí.
El resto de los bancos se han subastado en Nueva York, París y Londres y han ido pasando de un coleccionista a otro a lo largo de los años. En 1979, Christie’s vendió uno por 379.000 euros; en 2011, Sotheby’s, otro por 385.000 euros. En 2013, Christie’s volvió a subastar el de 1979, pero se quedó sin comprador. Dos años después Sotheby’s subastó por solo 182.447 euros uno, propiedad de uno de los grandes coleccionistas de Gaudí, Allan Stone, que ese mismo día también vendió por 68.400 euros dos puertas del oratorio de la Casa Batlló. En 2016, Christie’s vendió por 382.144 euros uno más, y en noviembre de 2019 la misma casa subastó el último (hasta el pasado viernes), por 225.000 euros. Son cifras astronómicas si tenemos en cuenta que hace poco más de un siglo costaron 12 céntimos de euro.
Pero el lío no termina ahí. Esos 20 bancos no son los únicos de la cripta de la Colonia Güell que se conocen: hay uno en el Museo del Hermitage ruso; otro está en manos de un coleccionista privado alemán que lo compró en 1996 y un tercero, en los fondos del pintor francés Sam Szafran, que lo ha retratado en muchas de sus obras, aumentando este galimatías gaudiniano, en el que suman más bancos que piezas hizo Gaudí. Los especialistas coinciden en que esos tres últimos son réplicas.
El galimatías de 20 bancos originales y 90 finales
El número de bancos pertenecientes a la cripta de la Colonia Güell se mueve entre los 20 originales y los 90 finales, después de que en los años sesenta se realizaran 70 copias para sustituir los primeros muebles.
De los cinco bancos que el párroco vendió en 1972 a un coleccionista, dos han acabado en el MoMA y el Museo de Orsay, pero han sido más de tres los vendidos en las seis subastas que han contado con uno de estos bancos en los últimos 40 años.
El Museo Hermitage, un coleccionista alemán y otro francés también cuentan con bancos en sus fondos. Y eso sin tener en cuenta que hay investigadores que aseguran que muchos se destruyeron en 1936 y que el párroco pudo encargar después de 1914 más piezas al mismo carpintero, que serían réplicas.
Según Bassegoda, entre los años 1960 y 1967, la carpintería Gurt de Barcelona hizo unas 70 copias para reemplazar el mobiliario de la cripta, muchas de las cuales, no todas, se conservan y se usan cada vez que hay una ceremonia religiosa (ahora, por el coronavirus, solo está abierta a las visitas los fines de semana).
“Gaudí es muy complicado. De este original se hicieron muchas copias y cuando sale una pieza a la venta nunca sabes si es original o no lo es”, asegura Antonio Sama, profesor de Historia del Arte de la Universidad Complutense y encargado por Bonhams de hacer un informe y un certificado de autenticidad para la venta del banco el pasado viernes. Sama no tiene una explicación a por qué no encontró finalmente comprador.
“He comparado el banco, en manos del mismo propietario desde que lo compró en 1977, con los conservados en el Museo Diocesano de esta ciudad y otro, desde 2014, en el Museo Nacional de Arte de Cataluña, y es casi idéntico en técnica y material y muy diferente de las copias posteriores”, explica Sama, que destaca como pruebas determinantes “la madera usada, el ensamblaje del metal, con remaches y no con fundición y la talla a mano del elemento decorativo de la venera en la parte central del asiento”. Sin embargo, también destaca la dificultad de su trabajo por “no haber ningún banco igual, al no ser piezas seriadas y estar hechas con materiales reciclados”.
Para Sama, el hecho de que el banco no se haya vendido, “tiene que ver quizá con que esté pasando el boom Gaudí y los coleccionistas prefieran ahora piezas más recientes; porque ya son dos los bancos que no se han vendido”, en referencia al de 2013 que no encontró pujador. También, “a que se hayan subastado piezas atribuidas a Gaudí, como un banco de piedra en 2013, sobre el que había muchas dudas entre los expertos. Eso le hizo mucho daño”.
Según Luis Gueilburt, el número de bancos originales no está claro, “posiblemente porque tras la marcha del arquitecto, el párroco encargó más al carpintero; 20 eran pocos para los 700 habitantes que tenía entonces la colonia, de los que 600 seguro que asistirían a misa. Son réplicas, sí, pero hechas igual que los 20 primeros y en vida de Gaudí”.
Este experto en los muebles del arquitecto lleva años reclamando “una fundación que vele, como lo hace la de Gala-Salvador Dalí por la obra y el legado del pintor surrealista, y determine de una forma clara lo que creó Gaudí y lo qué no, y estudie en serio su mobiliario, algo que nadie ha hecho hasta ahora y que es totalmente necesario para alejar dudas y conseguir mejores cotizaciones”. Aunque remacha: “Para saber si una silla o un banco son de Gaudí, no hay nada más que sentarse. La diferencia entre una original y una copia, por muy bien hecha que esté, se nota al sentarse”.
Y eso, a pesar de que los bancos que hizo Gaudí para la cripta son intencionadamente incómodos para evitar que el fiel se relaje y así esté pendiente de la ceremonia. El arquitecto no dejaba nada a la improvisación, por eso dibujó la planta del asiento con una ligera forma en V que impide que las dos personas que estén sentadas a la vez puedan hablar entre ellas.
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