Una familia rota por el accidente de Estella
Arróniz, el pueblo de la madre de los pequeños muertos, trata de recuperarse tras el suceso
El pavimento conserva todavía las marcas del autobús de La Estellesa que perdió el control, tras quedarse sin frenos, y fue a estrellarse contra una gasolinera de la calle de Carlos VII, en dirección al centro de Estella (Navarra) tras arrollar 15 vehículos. David Vélez, propietario de la gasolinera donde ocurrió el siniestro, explica que el coche Kia Carens blanco que conducía Joana Pascual recibió un impacto brutal y fue a estrellarse contra el muro que protege al establecimiento. El bus, procedente de Logroño, siguió avanzando descontrolado, ante la impotencia del conductor, M. L. R., de 36 años, hasta que lo detuvieron unos coches aparcados. Los 12 pasajeros del autobús no sufrieron heridas.
En la parte trasera del automóvil de Joana, que ha sobrevivido aunque sufre graves heridas, viajaban sus dos hijos, Ixeya, de ocho años, y David, de cinco, sentados en sus sillitas de seguridad. Ambos resultaron muertos. Eran las ocho de la tarde del pasado viernes y los tres se dirigían a su casa de Ayegui, a unos 10 kilómetros de donde se produjo el accidente. Allí esperaba el padre de los menores, José Ramón Pérez, un zaragozano que trabaja en los juzgados de Estella y al que Joana Pascual conoció cuando se marchó de Arróniz, su localidad natal, para estudiar a orillas del Ebro.
Hoy Arróniz, que ronda el millar de habitantes, es un pueblo triste. Todos comentan la desgracia en corrillos de la calle o a la puerta del bar. La mujer, de 41 años, acudía regularmente con los niños para que estuvieran con sus abuelos, que han necesitado asistencia médica para que el impacto de la noticia no dañara su ya delicada salud. Solo se lo contaron cuando había dos ambulancias a la puerta de la casa por si necesitaban llevarlos al hospital, pues el abuelo padece del corazón y la anciana tiene “los nervios delicados” según los vecinos. La abuela fue trasladada a dependencias sanitarias una vez se le dio a conocer lo ocurrido.
En las escaleras de la vivienda familiar hay un hombre, sentado, que mira a la nada con los ojos llorosos. Prefiere no hablar tras haber perdido a sus dos sobrinos.
El viento frío recorre unas calles empinadas por las que descienden los vecinos tras asistir a una concentración en la plaza del Ayuntamiento para expresar el duelo. Se han declarado tres días de luto oficial. Varios crespones cuelgan de las banderas oficiales, recogidas, mientras Miguel Pascual, tío de la mujer accidentada, expresa con tristeza que la única esperanza que albergan ahora la familia y los allegados es que Joana salga adelante. Le han extirpado el bazo, pero se aleja el temor de que tuvieran que amputarle las piernas a esta empleada de residencias de ancianos de La Rioja, donde evaluaba el grado de dependencia de los mayores.
La muerte de Ixeya, de ocho años, y de David, de cinco, ha sobrecogido también a los más pequeños del lugar. Una niña se refugia en los brazos de su madre, una apenada amiga de Joana. “No hay palabras”, dice Marifer Mayor, que recuerda a los niños como “majísimos”. Su marido, Pablo Bordán, niega con la cabeza y lamenta lo ocurrido. No se quieren ni imaginar cómo se encontrarían ellos si les pasara algo semejante.
El alcalde de Arróniz, el socialista Ángel Moleón, apunta que la mujer se encuentra ingresada en el hospital de Pamplona hasta que se recupere de sus dolencias. El regidor afirma que la investigación está en curso para aclarar por qué el vehículo no pudo frenar. El accidente ocurrió en la calle Carlos VII, en sentido descendente y en dirección hacia el centro de Estella.
Las campanas de la iglesia interrumpen el silencio que se adueña de Arróniz cuando se diluye el encuentro. El templo, desde el que se ve el páramo que rodea al lugar, está vacío hasta que una mujer, que prefiere no decir su nombre, sale de la sala anexa al altar. Ha venido para limpiar la iglesia. La tristeza la embarga cuando rememora a unos “mocetines majísimos” que disfrutaban de las competiciones y concursos que se organizaban en el pueblo, donde pasaban el verano además de muchos días durante el año.
“Es horrible”
Su hija, que trabaja en Estella, la llamó para contarle que había habido un accidente y que se estaba desviando el tráfico en otra dirección. La mujer se asusta al pensar qué hubiera pasado si su hija hubiese salido de trabajar unos minutos antes, pues pasa habitualmente por la rotonda donde el autobús, tras sortear una marquesina, chocó contra el muro tras impactar contra el automóvil de Joana. “Me contaron lo que había pasado y ya me horroricé, pero cuando te dicen que son del pueblo… Es horrible”, recalca la señora, que ve muy complicado que la madre se recupere cuando sepa que sus hijos ya no están con ella. “Horrible”, sentencia, antes de cerrar los portones con una gruesa llave.
Dos chicas de 15 años, que caminan cerca del Ayuntamiento, recalcan lo difícil que es enterarse de estas situaciones. Una de ellas muestra en su teléfono móvil las fotos de Ixeya y David que han circulado por las redes sociales desde que se conoció el drama. Posan junto a uno de sus primos. Ixeya, tan rubia como la madre; David sonríe a la cámara. Las jóvenes portan en una bolsa dos peluches que van a llevar esta tarde al lugar del accidente en Estella, donde se encuentra el tanatorio. Han elegido un perrito y un conejito con un cascabel para honrar a estos niños que estaban siempre alegres, según sus palabras.
El parque en el que solían jugar los hermanos está desierto. Una papelera aún conserva el envoltorio de un coche de juguete. Unas gotas de lluvia empiezan a caer sobre los columpios y el tobogán. No hace día para jugar.
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