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Elecciones generales
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Intolerancia a la réplica

El hecho de no tener machos alfa en competición propició un tono general más tranquilo, no había nadie supervitaminado

La líder de Vox en Madrid, Rocío Monasterio, acompañada de su esposo, Iván Espinosa, a su llegada a La Sexta. En vídeo, los mejores momentos del debate.Vídeo: ULY MARTÍN / LA SEXTA (IMAGEN), VIRGINIA MARTÍNEZ (EDICIÓN)
Íñigo Domínguez

El debate de la última oportunidad, así lo llamó La Sexta, fue la primera ocasión de ver uno más civilizado. El hecho de no tener machos alfa en competición propició un tono general más tranquilo, no había nadie supervitaminado, como Super Ratón. Inés Arrimadas, la más propensa al desparpajo, estuvo menos faltona; sin Rufián al lado está menos motivada. Fue realmente increíble que pasara casi media hora y nadie se hubiera interrumpido todavía. Por un momento parecía un país normal, suponiendo que exista uno. Ayudó, puede suponerse, el hecho de que no tuvieran mal rollo acumulado entre ellas, incluso se notó deferencia de colegas de escaño entre Ana Pastor (la expresidenta del Congreso, no la presentadora) y Montero (las dos, también había dos). Por no hablar del respeto entre Pastor y Arrimadas, a años luz de las peleas de sus jefes de filas, Casado y Rivera. Pareció que, si dependiera de mujeres, tendríamos Gobierno.

En un rato se oyeron más propuestas que en tres horas del debate masculino del lunes, que fue una sucesión de cargas de la caballería. Apenas se habló de Cataluña, algo inimaginable. Se redujeron a lo rutinario las críticas al PSOE, síntoma de que había algo mucho más personal contra el candidato en sí, Pedro Sánchez. No fue un todas contra Montero, que habría sido un entretenimiento discreto. También era la última oportunidad, a diferencia del debate del lunes, de replicar a los argumentos de Vox, pero ahí no cambiaron tanto las cosas; solo hubo conatos.

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La representante del PSOE, María Jesús Montero, lo tenía apuntado, porque a los cinco minutos ya lanzó una pulla a Vox. Se giró hacia Rocío Monasterio para reprocharle que su partido vete a periodistas. Por cierto, que se quedó bastante sola en esto. Pasó el rato, y la ministra en funciones volvió a la carga. Inquirió a PP y Ciudadanos que tenían qué decir a la propuesta de Vox de eliminar las autonomías, y a Monasterio le exigió que pidiera perdón por un numerito ante un centro de menores inmigrantes. No era tan difícil hacer algo así, pero el lunes a nadie se le ocurrió. Y este jueves PP y Ciudadanos tampoco contestaron.

Lo mejor vino con la respuesta de la líder de Vox en Madrid. Monasterio le exigió a Montero que pidiera ella perdón por el Falcon [el avión oficial del presidente] y “por dirigir los medios progres de la izquierda" contra ellos. "Ustedes dictan a los medios de comunicación”, dijo. Al margen de que subestima la dificultad de dirigir un periódico y el caos de una redacción, infravalora la mayor eficacia del método Vox de vetar a algunos periodistas en sus actos públicos. Si se hubiera quedado ahí, solo habría sido risible, pero siguió: “Esos editoriales provocan que a una coordinadora nuestra le den una paliza”. Sería para morirse de risa si no mediara la intolerable agresión a un ser humano, pero retrata a su partido tanto como a los matones.

Es que a Vox no le gusta que le repliquen. Ya lo dijo luego la propia Monasterio: “Vox es el partido que predica actuar, no hablar”. Pero es asombroso cómo casi todos los partidos le hacen caso; hay temor a ponerles en su sitio.

Tras Montero, hubo algunos intentos, por vergüenza torera, y al final se animó Ana Pastor, que por su bagaje institucional como presidenta del Congreso podía haberse metido antes. Pero se lo dijo de pasada, acabando la frase: “Hay que tener un poquito de idea de gestión, conocer la Constitución”. Irene Montero sí se enfrentó con Monasterio sobre la violencia de género y le dijo que Vox tenía posiciones “desalmadas”. Arrimadas, calladita, con lo parlanchina que es. Pero es que PP y Ciudadanos tratan a Vox como el friki de la pandilla, al que no hay que hacer demasiado caso, sin temor de que les digan dime con quién andas y te diré quién eres. Porque es como si no fuera con ellos. Gobiernan juntos, pero en los debates hacen como si no se conocieran; dan ganas de presentarles. Arrimadas ni se había enterado de que su partido había apoyado horas antes en la Asamblea de Madrid una petición para ilegalizar a partidos separatistas. “¡Pero si es una buena noticia!”, le dio ánimos Monasterio.

El debate fue también la oportunidad de descubrir a la propia Monasterio, que en el aspecto económico tiene un sueño, como Luther King, pero de otro palo. Explicó lo maravillosa que sería la vida si uno pudiera saltarse las normas y hacer dinero sin obstáculos, como construir lofts sin licencia en suelo industrial, por ejemplo: “Hay que dejar de estorbar a las empresas, de hiperregular, a quien se lance a ser emprendedor”. Para ella, pero también para Arrimadas, cualquier mención que hacía Irene Montero de regular algo era comunismo, aunque fuera el aire acondicionado. Vox es capaz de defender a la vez a los millonarios y el tractor diésel del amigo agricultor. En el minuto de oro final desafió las neuronas: “Somos la alternativa de la sensatez, del sentido común”. Probablemente, ya no faltarán oportunidades a partir de ahora para responderle.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.

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