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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

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Manuel Jabois

Pocas noticias pueden serlo más que una carta de Juan Carlos I anunciando su retirada de la vida pública. No ya por creerlo retirado desde hace tiempo, probablemente desde mucho antes de su abdicación, sino por existir la posibilidad de retirarse de algo llamado “vida pública”, algo que en un rey emérito, miembro de la Familia Real, acoge desde actos oficiales que pueden resultar pesados, cada vez más en cuentagotas, hasta otros que, conociendo el panorama, pueden serlo más aún, como el posado de inicio de las vacaciones en familia y el posado del final, labores cansadas pero no tanto como lo que transcurre en medio. Por eso también de ahí había abdicado ya hace un tiempo.

La carta del rey emérito tiene, en cualquier caso, una dimensión que va más allá de lo humorístico (entendiendo lo humorístico como la manera de exhibir la desconexión salvaje de los usos y costumbres de una monarquía con los de buena parte de la sociedad que reacciona pasmada a noticias así, formalidades solemnes sobre puras frivolidades). Esa dimensión gira sobre la desaparición a plazos de Juan Carlos I, el poético desvanecimiento de la figura central de la historia de España de las últimas décadas: el rostro de los despachos, los colegios y el dinero anuncia que, como Greta Garbo, no volverá a protagonizar ningún acto y cualquier imagen que se tome de él se hará en su “vida privada”, signifique eso lo que signifique en un cargo bien mantenido por las arcas públicas. Es decir: esta retirada también, como todo, la paga el Estado. Ni pública ni privada: la vida moderna.

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El comunicado llega cinco días después de que Botsuana haya anunciado que se levanta la veda de la caza de elefantes. La casualidad obliga a mirar atrás, al país donde empezó el final: en este tiempo extraordinariamente corto, siete años, Juan Carlos I se quedó sin la amiga especial que le acompañaba, sin corona, sin el respaldo de la clase política y con una lesión que agravó su estado físico; fue a una cacería y el trofeo terminó siendo él. Enfiló entonces la vejez cada más abandonado, él que se rodeó desde los años 80 de una guardia millonaria a la que fue dejando atrás según caía en desgracia, y en los últimos tiempos la soledad ha llegado al extremo de vérsele en paz consigo mismo y con su esposa, la reina Sofía, y acompañado continuamente de su hija, Elena de Borbón. No deja de ser curioso que Juan Carlos I, el hombre atlético y deportista cosido por las lesiones, avejentado y cansado, sintiéndose inútil en los alrededores de la institución que legó a su hijo, pueda enfilar el ocaso de su vida como uno de esos elefantes que, ante la proximidad del final, se rodea de los suyos en larga caminata presos de su enorme memoria.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.
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