El monumental despiste
El colectivo poselectoral de los “yo ya lo dije”, coloquialmente conocidos como 'yoyas', no saben aún lo bien que se les ha puesto el nombre
Todos los días llegan al WhatsApp las aberrantes predicciones electorales de familiares, periodistas, fontaneros de partido y demás expertos demoscópicos. Todas esas predicciones le calculan a Vox entre 70 y 235 diputados; cuanto más de izquierdas es el interlocutor, más escaños le concede a la extrema derecha. ¿Por qué? Supongo que por la ilusión de que, si se cumplen los pronósticos, ellos ya lo habían avisado: el consuelo del azar. El colectivo de los “yo ya lo dije”, coloquialmente conocidos como yoyas, no saben aún lo bien que se les ha puesto el nombre. Excuso aclarar que soy uno de ellos, con la ventaja de ser periodista y recibir a diario mensajes del estilo “ni somos fascistas ni vamos a liquidar la libertad de expresión: el domingo se os acaba el chollo”.
Pasa con mis sensaciones electorales lo que a otros niveles con los Barcelona-Madrid, cuando meto pasta al Barcelona para amortiguar el dolor o la felicidad, de tal modo que el día después se parezca a la vida: la vida no es apostar 100 euros a que el Madrid gana y que el Madrid gane, consiguiendo al mismo tiempo dinero y fortuna, o que pierda para arruinarte y deprimirte. La vida es mucho más fácil de entender si cada vez que se llena el bolsillo se vacía el corazón, o viceversa.
Estas predicciones amateurs, recogidas según la "pulsión de la calle” que tanto recuerdan a los políticos que promueven su ambición “porque me lo dicen en la carnicería, en la frutería, siento el calor de la gente”, son la prueba de lo distraídos que estamos en relación al voto. El derrumbe del bipartidismo ha traído consigo la desconfianza de las encuestas cada vez con más estrépito. A tres días de las elecciones nadie sabe a ciencia cierta si Vox sacará 20 escaños o 70. Y sí, todas las encuestas dan ganador al PSOE, pero es la primera vez en mi vida que no tengo nada claro dos cosas: que vaya a ganar, o que no vaya a conseguir, con la única ayuda de Podemos, la mayoría absoluta. Ese es mi monumental despiste, y tengo para mí (“lo noto en la carnicería, siento la incertidumbre de la gente”) que es el despiste de los demás.
Este despiste, provocado por la gigantesca movilización de la extrema derecha, nos obliga a procesar datos mediante percepciones, algo en lo que Vox se lleva el gato al agua porque lidera las emociones extremas. Diría que es un fenómeno muy mediterráneo pero ocurre en medio mundo; ponerse en lo peor ayuda a espantarlo en la medida en que se obligue a los demás a hacerlo, no antes. Quizá vayamos en camino, y lo empecemos ahora, de que como aficionados nos presentemos ante un domingo electoral con la misma incertidumbre que a un partido de fútbol. Por qué, si tan normalizada está la mentira en los políticos y los medios de comunicación, va a tener que decirle la verdad un señor a un encuestador que no conoce.
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