El ‘ciudadano’ Garrido desquicia al PP
Albert Rivera prosigue con su acoso a Pablo Casado llevándose al héroe de la guerra contra el taxi
La persecución de Albert Rivera a Pablo Casado se ha trasladado del plató al despacho. Es verdad que Ángel Garrido fue desterrado desde Génova a Estrasburgo, pero su incorporación a Ciudadanos implica mucho valor simbólico y político porque Garrido desempeñaba hasta hace unos días la presidencia de la Comunidad de Madrid, porque se convirtió en el héroe liberal de la lucha contra el taxi y porque representaba el carácter centrista del PP en oposición al agujero negro de Vox.
Renegaba Garrido de emprender la senda populista de Abascal tanto como necesitaba cobrarse la humillación que supuso la proclamación de Isabel Díaz Ayuso como candidata a la Comunidad de Madrid. Casado requería una aspirante más joven y menos gris. Y una mujer de perfil más ideológico y conservador, aunque los deslices en que incurre la lideresa —ayer hizo apología de los atascos madrileños como añorado factor de idiosincrasia— cuestionan la idoneidad del recambio.
Se ha despechado Garrido con más resentimiento que recompensa. Renuncia a la cuarta plaza de las europeas en el PP para alojarse en el número 13 de las listas a la Asamblea de Madrid en Ciudadanos, aunque podría tratarse de un destino provisional. Porque ha sido un fichaje de última hora. Y porque constituye un recurso instrumental de la guerra que Rivera ha declarado a Casado.
Las relaciones de los partidos se enrarecieron en el debate a cuatro de TVE y se recrudecieron sin ambages en el plató de Atresmedia. Se ha pavoneado Rivera como antagonista de Sánchez y como adalid de la derecha. No solo retratando al PP como un fantasma del viejo bipartidismo, sino vinculando a los populares con la corrupción y con la perversión del liberalismo, sobre todo en las cuestiones moralizantes (aborto, eutanasia, prostitución, maternidad subrogada).
Necesitaba Rivera exponer las diferencias. Plantear al electorado conservador la diferencia cromática y conceptual que existe entre el color naranja y el azul, pero el acoso y la sobreactuación hacia los populares más la “traición” de Ángel Garrido corren el peligro de deteriorar o malograr el hábitat de los pactos y de los consensos electorales. Y no solo después del 28-A. Las generales son el preámbulo de los comicios municipales y autonómicos.
“En la guerra, como en la guerra”. El aforismo ruso alude a la validez de todos los métodos cuando ha estallado un conflicto. Rivera piensa reconstruir las relaciones con el PP después del domingo, pero ahora le apremia ganar terreno electoral. Y Garrido ejerce un efecto pedagógico en su envergadura política y significación centrista-tecnocrática, aunque llama la atención que la regeneración de Ciudadanos provenga del linaje del esperancismo. Y que Garrido recale en un partido al que definía como oportunista, populista pop, melodramático, incoherente y chupacámaras. Le faltó decir abrazafarolas y lametraserillos, emulando a José María García.
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