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Votar en tiempos de incertidumbre

Bruselas teme que el 28-A no acabe con el largo ciclo actual de inestabilidad política

Grupos de personas pasean durante la inauguración del Parc de les Glories de Barcelona, este domingo.
Grupos de personas pasean durante la inauguración del Parc de les Glories de Barcelona, este domingo.Carles Ribas
Claudi Pérez

El español medio es una mujer. Ronda los 45 años. Gana entre 900 y 1.200 euros al mes. Vive en pareja, tiene 1,6 hijos. Va camino de ser expulsado de una gran ciudad por la tendencia maníaco depresiva del mercado de la vivienda. Y desconfía: tiene miedo a perder su empleo y recela de las instituciones. Trabaja en una fábrica de coches y teme el final del diésel, o ha encontrado un empleo precario en un hotel y ve con suspicacia el auge de Airbnb. O peor: está parado. Es moderadamente de izquierdas, según ese pozo embarrado de datos y ficciones que son las encuestas. Y es posible que se quede en casa el 28 de abril: la abstención media supera con creces el 25% desde 1978. Eso sí, cada campaña posee su propia estructura narrativa, y esta vez hay incentivos de sobra para acercarse a las urnas. Viene una desaceleración, el desafío independentista es ya la mayor crisis institucional desde la Transición y España está en plena sacudida política tras los años de plomo de la Gran Crisis.

Los últimos movimientos tectónicos están marcados en rojo en el calendario. A las seis de la tarde del 1 de octubre de 2016 estalla el PSOE; seis años antes, José Luis Rodríguez Zapatero había anunciado un duro paquete de recortes (“me cueste lo que me cueste”) que metió a los socialistas en un largo invierno del descontento y desató una lucha por la hegemonía de la izquierda. De ahí surgen Podemos (al albur del certero diagnóstico del 15-M) y un ganador sorprendente: Pedro Sánchez se convirtió contra pronóstico en presidente tras una moción de censura contra Mariano Rajoy y la corrupción del PP. Cerró así cicatrices en la izquierda. Y de paso abrió una lucha feroz por el liderazgo en la derecha, entre PP y Ciudadanos (Cs), con el nacionalcatolicismo de Vox irrumpiendo al galope para hacer trizas el tópico del bloque monolítico del conservadurismo español. Entremedias, en otoño de 2017, los independentistas catalanes celebraron una consulta ilegal que desató una crisis constitucional inédita en más de 40 años: la política española tiene una extraña querencia por implosionar cada 40 años.

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“La política gana importancia en tiempos de crisis, por esta sensación de provisionalidad de todo lo que se había dado por sentado”, resume el escritor Antonio Muñoz Molina de entre la docena de entrevistados para esta crónica que pretende calibrar el estado de ánimo de la precampaña.

El arte de la coalición

Europa espera con expectación el 28-A. “En la política actual es clave el noble arte de forjar coaliciones, y los jóvenes líderes españoles no tienen experiencia en eso”, declara una alta fuente de Bruselas. Europa vería con buenos ojos la fórmula holandesa (la forja de una cultura política de coalición y consenso) o que España mirara hacia Portugal, que en medio de una crisis oceánica supo renacer con un presidente de derechas y un Gobierno de izquierdas.

Si eso no sucede cabe la posibilidad de que haya que repetir elecciones. Eso supondría perpetuar una sensación de interinidad que dura casi un lustro. Pero con las encuestas en la mano es posible una coalición entre PSOE y Cs (siempre que Albert Rivera modere el apetito por la hipérbole) o con el bloque de la moción de censura (Podemos y nacionalistas). Menos probable parece una reedición de la alianza andaluza PP-Cs-Vox. “Conviene quitarle dramatismo a la situación. Tenemos enormes desafíos, pero el país ha demostrado una gran capacidad de resistencia. Los líderes independentistas se han quedado sin argumentos contra el juicio, y la economía ha capeado mejor que otras la ralentización”, apunta el ensayista José María Ridao.

El glamur intelectual del pesimismo, a pesar de Ridao, se impone entre las voces consultadas. España llega mal equipada a la próxima crisis, con una deuda pública que roza el 100% del PIB, un paro que roza el 15% —sin parangón en el Atlántico Norte— y con niveles de desigualdad y pobreza lacerantes. “Pero llega también con superávit comercial, con la banca más saneada y con un crecimiento robusto”, afirma el economista Ángel Ubide. El excomisario Joaquín Almunia lo ve peor: “España es el primer candidato a un contagio si viene lío desde Italia; los últimos Gobiernos no han aprovechado el crecimiento para generar airbags fiscales. No hay consenso para acometer reformas, y menos aún para el conflicto catalán, que ha provocado una radicalización del nacionalismo español”. En esa macedonia confusa, todos coinciden en que el 28-A “enfrenta a dos bloques que parecen irreconciliables”, resume la demógrafa María Ángeles Durán, “e impiden hablar de otra cosa que no sea politiqueo”.

La capacidad de manejar dos ideas al mismo tiempo es la marca de una inteligencia de primer orden, decía Francis Scott Fitzgerald. Llega el momento de demostrar que España posee inteligencia política “para capear la crisis que viene y a la vez para resolver la cuestión catalana con una reforma constitucional”, según el historiador Santos Juliá. La política es una negociación perpetua con la realidad: “Hay que hacer eso a pesar de la fragmentación del panorama de partidos, a la espera de la sentencia del juicio del procés, aunque puede que para ello le falte sofisticación a un sistema político algo adolescente”, sostiene Antón Costas, del Círculo de Economía.

Datos buenos, datos malos

LO POSITIVO. A pesar de la desaceleración global, España cerró 2018 con un crecimiento del 2,6%, por encima de la media europea (1,9%). España es el país que mejor ha mantenido su cuota exportadora en lo que va de siglo, y ha enjugado un déficit comercial que llegó a ser superior al 10% del PIB en 2007.
LO NEGATIVO. La posición fiscal deja mucho que desear: España cerró 2018 con el mayor déficit de Europa y la deuda roza el 100% del PIB. Está a la cola en los indicadores de productividad. Y presenta indicadores sociales lamentables: el paro roza el 15%, el 27,9% de la población está en riesgo de pobreza y la desigualdad está por las nubes: el 20% más rico gana en España 6,6 veces más que el 20% más pobre, diferencia que se sitúa entre las más abultadas de la UE.

Las campañas electorales deberían ser una suerte de expedición al horizonte, pero en medio del ruido nadie habla de los debates que van a afectar a la próxima generación. Dato: alrededor del 70% de los jóvenes de 19 a 33 años sigue viviendo con sus padres; argumento: la educación y el mercado laboral necesitan una buena pensada. Dato: España recauda siete puntos de PIB menos que la UE, unos 80.000 millones; argumento: hay que decidir qué nivel de bienes públicos queremos y repensar el sistema fiscal. Y dato: el verano dura cinco semanas más que hace 40 años y la agenda verde está casi desaparecida; argumento: ¿cómo diantres puede marcar Vox la agenda con banderas, armas y el miedo a una oleada migratoria que no se sustenta sobre las cifras?

José María Lasalle, exsecretario de Estado con Rajoy, concluye que habrá que rediseñar el contrato social de la Transición. “Con la derecha en plena implosión y regresando a sus mitos fundacionales (catolicismo, centralismo y unidad de la patria), va a ser difícil construir consensos. Hay que cuidar al máximo lo que se dice, pero están desapareciendo los límites con las continuas alusiones a golpistas y felones”, admite.

Ambiente electoral en la sede de la Universidad de Barcelona el día de las elecciones catalanas.
Ambiente electoral en la sede de la Universidad de Barcelona el día de las elecciones catalanas.MASSIMILIANO MINOCRI

El éxito de las políticas depende de cómo se discuten, y España discute mal, aunque no es una excepción: la democracia liberal se cae a pedazos en todo el mundo. Ignacio Sánchez Cuenca, profesor de Ciencias Políticas, lo atribuye a la Gran Recesión. “Toda crisis económica mal gestionada acaba siendo una crisis de democracia: desde 2008 se viene acabando una inercia positiva que empezó a finales de los setenta. Esa fractura se debe a una combinación de factores letal: una desigualdad corrosiva, una explosión de corrupción que provoca desconfianza y una gran concentración de poder que va desde la política a la economía”. En 2008, PP y PSOE sumaron más del 80% de los votos; vamos del bipartidismo imperfecto a un pentapartidismo imperfecto en torno a dos ejes, derecha-izquierda y vieja-nueva política.

“Democracia es cuando llaman a tu puerta a las cinco de la madrugada y supones que es el lechero”, escribió Robert Escarpit. Como el lechero ha desaparecido y lo que llama a la puerta son las elecciones, será esa mujer del primer párrafo, a sus 45 años, con sus 1,6 hijos y su salario de unos 1.000 euros al mes —descrita estupendamente por el sociólogo Ignacio Urquizu en ¿Cómo somos?— quien tome la palabra en el engranaje narrativo de la política española. Y pronto: en apenas 20 días.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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