Todo pasa y todo queda
A la petición de "haz que pase" hay que responder qué más tiene que pasar, si hasta Sánchez ha llegado a presidente
En una fachada de la calle Ferraz de Madrid ha aparecido estos días un enorme cartel con una cara y un mensaje impreso: “Haz que pase”. Es el sueño de cualquier persona que ha perdido las llaves del portal; el español de telefonillo, ese que habla más tiempo con los vecinos a través del interfono que en el ascensor. Así que el hombre del cartel en lugar de un candidato a presidente parece el vecino del mes. Bien es cierto que al menos no se colocó la cara gigante de un chorbo con un vaso de plástico, prototipo del que llama a todos los pisos a las tres: haz que pase.
A veces me imagino la desesperación de Eduardo Mendoza por haber gastado la bala de Gurb en 1992. Otras veces me imagino la desesperación de los españoles por no tener un extraterrestre que los traduzca. Haz que pase, dice el PSOE; si aún se colocase una foto de Isco lo entendería. Eso o la cola de la discoteca, el indicador de estatus español por excelencia: "Haz que pase". Todo conduce a la melancolía, entre otras cosas porque en esa sede ha pasado ya de todo. A la petición de "haz que pase" hay que responder, por sentido del orden, qué más tiene que pasar, si hasta Sánchez ha llegado a presidente.
Se descubren dos vertientes diabólicas en el nuevo invento del marketing socialista, ese que hace años pretendió hacer de la Z el joker del abecedario. La primera es la literal, fallida en tanto que "haz que pase" puede ir dirigida a cualquiera, sobre todo a un camello remolón. La segunda es la figurada y puede decirla ese señor que se hizo famoso hace poco con un vídeo viral en el que pedía que las chicas se fijasen en la magia de su melena; "haz que pase" como sinónimo de "haz que ocurra", encuentra el momento, hagámoslo posible, deséalo fuerte.
Eso remite directamente a la Fontana de Trevi, una famosa superstición que obliga a tirar una moneda al agua para hacer que pase. Como método de financiación no está mal, como programa electoral es aún mejor, pues estos meses Sánchez y su Gobierno han oscilado entre el "haz que pase", "haz que no ha pasado" y el "haz como si estuviese pasando", en cualquier caso una petición expresa a los suyos para que la realidad de unos meses en equilibrio precario pareciese la Revolución francesa con las memorias ya incorporadas, como si Stefan Zweig escribiese de Fouché en directo; como si Zweig fuese amigo de Irene Lozano, más bien.
Quizá, con suerte, Ferraz y el rostro enorme de Sánchez como el de Mariscos Recio se convierta en un centro de peregrinación al que se acuda como a Lourdes o a uno de esos puentes en los que colgar candados del amor, un lugar en el que pedir que todo pase, aunque nada urja tanto ahora como que pasen estos 15 días.
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