Las mil caras de Xabier Arzalluz
El exlíder del PNV, que ha muerto este jueves a los 86 años, transitó del pragmatismo inicial al soberanismo
“¿Qué somos? Eso debería tenerlo claro todo el mundo. El PNV es un partido soberanista y va a crear un Estado vasco. Eso es irrenunciable digan lo que digan. Otra cosa es cuándo y cómo. Eso ya lo verá el PNV”. Esta frase pertenece a la última intervención pública de Xabier Arzalluz, que falleció este jueves en Bilbao a los 86 años. Esa última aparición se produjo el 25 de marzo de 2018, en el Teatro Principal de San Sebastián, con motivo de la proyección de un documental con un título revelador: Xabier Arzalluz. Historia política de Euskadi.
En la que puede calificarse como su despedida pública, Arzalluz (Azkoitia, 86 años) solo estuvo arropado por la dirección guipuzcoana del PNV, la más soberanista, y en el documental no ahorró reproches al EBB, su dirección actual, por su pragmatismo y por haber dejado caer al lehendakari Juan José Ibarretxe (1998-2009), al que Arzalluz apoyó en su última etapa al frente del partido.
Arzalluz estaba alejado de la política y dejó de prodigarse en público —se había refugiado en su caserío de Galdakao— desde que en 2004 el tándem formado por Josu Jon Imaz e Iñigo Urkullu ganó las elecciones a la dirección del PNV frente a su candidato Joseba Egibar, representante de la línea más soberanista, y le dio un giro pragmático y en defensa de la pluralidad vasca.
La deriva soberanista de Arzalluz data de los primeros noventa y está ligada a la eclosión que sacudió la Europa central y del este tras la caída de los regímenes comunistas y la aparición de nuevas naciones —bálticas, exyugoslavas...— reconocidas por la UE.
Arzalluz, con aquel referente europeo, apostó por una vía soberanista para Euskadi a la que vinculó a Batasuna, el brazo político de ETA. Se trataba de acabar, conjuntamente, con el terrorismo mediante el reconocimiento del derecho a la autodeterminación por parte del Estado. Aquella estrategia equivocada, que fracturó la sociedad vasca, se plasmó en el Pacto de Lizarra (1998-2000) y, tras su fracaso, continuó con el Plan Ibarretxe (2001-08), una propuesta confederal y un referéndum consultivo, también fracasados.
Arzalluz, en contraste con otros dirigentes más jóvenes, que abandonaron el soberanismo unilateral para sacar al PNV del atolladero, se atrincheró y por ello perdió el Gobierno vasco. Su apoyo a Ibarretxe y su vinculación con Batasuna, unido a la insensibilidad hacia las víctimas del terrorismo, en aquella etapa, le hicieron impopular entre los no nacionalistas vascos y en el resto de España. Buen orador y locuaz, algunas de sus declaraciones de esa época —como “unos mueven el árbol y otros recogen las nueces”— terminaron de arruinar su prestigio.
Pero no hay un único Arzalluz. Su personalidad política fue muy compleja. Si en su etapa final ha representado al soberanismo nacionalista, durante la clandestinidad, la Transición y los años ochenta encarnó el pragmatismo y contribuyó decisivamente a construir el autogobierno vasco y a cooperar con la democracia española, alcanzando mucho predicamento público.
Arzalluz fue un nacionalista singular. De familia carlista, nacido en la Euskadi profunda, en el Urola guipuzcoano, junto a la basílica de Loyola, antes de dedicarse a la política fue jesuita. Estuvo en Alemania, con la inmigración española, y trabajó en las minas de Huelva. Completó su formación como ayudante de Carlos Ollero en su cátedra de Teoría del Estado en la Universidad Complutense y en esa etapa de su vida, en 1968, se afilió al PNV en la clandestinidad.
Figura en la Transición
Encabezó la lista del PNV en el Congreso en las Cortes Constituyentes (1977-79) y participó en los debates más importantes de la Transición. Solía recordar que su mejor intervención parlamentaria fue la defensa de la Ley de Amnistía, en la que abogó por la reconciliación.
Aunque el PNV apostó por la abstención de la Constitución, tuvo un intenso debate interno en el que Arzalluz representó el pragmatismo y Carlos Garaikoetxea el soberanismo. Su gran aportación a la política fue su protagonismo en la elaboración y aprobación del Estatuto de Gernika (1980) que, de algún modo, recuperó la legalidad no reconocida por el PNV por su abstención en el referéndum sobre la Constitución.
En coherencia con su defensa del Estatuto, Arzalluz, en los años ochenta, defendió la pluralidad vasca, la convivencia entre nacionalistas y no nacionalistas, recogida en su “discurso del Arriaga”, que dio cobertura política al nacionalismo en el primer Gobierno vasco PNV-PSE de 1987. Antes, en 1986, fue actor de la gran escisión del PNV en la democracia, en 1986, que enfrentó sus tesis estatutistas a las soberanistas de Garaikoetxea. También defendió y firmó, en nombre del PNV, el Pacto de Ajuria Enea, de 1988, el primer acuerdo político de todos los partidos vascos contra ETA. Con la misma pasión que luego defendería el soberanismo de Ibarretxe, defendió entonces la pluralidad de Euskadi. Incluso, todavía en 1993 y 1996, como líder del PNV, apoyó la investidura de Felipe González y de José María Aznar, respectivamente. Este pragmatismo dejó huella en el PNV, pero Arzalluz ya no la continuó.
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