Los protagonistas del rescate imposible de Totalán
Los miembros del dispositivo que buscó al pequeño Julen se recuperan de una experiencia que les ha marcado
A 72 metros bajo tierra, el silencio asusta. Más aún cuando presientes qué hay tras la roca contra la que luchas. Cuando el muro cae con el último golpe, el sudor del esfuerzo se vuelve frío. Y el hilo de esperanza que había durado 13 días se rompe en un segundo. “Justo ahí, se te cae el alma al suelo”, dice Francisco Maturana, especialista en montaña de la Guardia Civil. Fue él quien encontró a Julen Roselló en la madrugada del sábado 26 de enero, 299 horas después de que el pequeño de dos años se precipitara por un estrecho agujero. Una caída de 71 metros a la que no sobrevivió. La tristeza de Maturana fue también el alivio de todos: “Lo hemos encontrado, por fin”.
Los primeros bomberos y equipos de emergencias que llegaron al pozo se hicieron la misma pregunta. ¿Cabe un niño por ese agujero? La duda duró poco: el relato de los padres les convenció. La razón decía que tras la enorme caída el niño no podía estar vivo, pero los protagonistas del rescate se aferraron al corazón. “Siempre creímos que había una pequeña posibilidad de que sobreviviese”, subraya desde su despacho en el barrio de La Malagueta el ingeniero Ángel García Vidal. Allí digiere como puede las sensaciones de 13 días a contra reloj. Como él, quienes participaron en el dispositivo han vivido una semana difícil. Nunca será comparable con el duelo de la familia de Julen, pero la experiencia les ha marcado de por vida. En las siguientes horas no pudieron descansar. Días después, la mente no les deja. Están abrumados. Quieren olvidar, pero alargan sus conversaciones con palabras guardadas que ahora surgen a borbotones. Necesitan vaciarse. “Nadie está preparado para esto”, subraya Francisco Ruiz, jefe del Grupo de Emergencias de Andalucía Oriental (GREA), con años de experiencia en situaciones similares, como la búsqueda de Gabriel en Níjar hace un año.
García Vidal ha sido uno de los referentes en Totalán. Ha pasado 20 horas al día en la ladera. Solo se alejaba para ir a casa a ducharse y cerrar los ojos unos minutos junto a su mujer e hijos. “La situación era de tal envergadura que quedabas atrapado física y mentalmente. No quieres hacer otra cosa que no sea solucionarla”, afirma mientras fuma un cigarrillo tras otro. Como los que saboreaba tras sus comparecencias ante una prensa que confió en él como jamás lo hubiera hecho en un político. Su cara refleja un mayor cansancio del que dice sentir. Sobre su mesa hay papeles de proyectos sin entregar cuyos plazos ya pasaron. Sobre ellos se despliega un mapa con una vista cenital del Cerro de la Corona. Decenas de anotaciones dan cuenta del minucioso análisis llevado a cabo para encontrar la solución a un problema cuyo enunciado ha traído de cabeza a especialistas de numerosas disciplinas. ¿Cómo encontrar a un niño a 72 metros de profundidad en el menor tiempo posible? La respuesta fácil era plantear unas obras que con los plazos de la Administración hubieran tardado dos años. La difícil, comprimir ese trabajo en dos semanas.
Una variable complicaba más la operación. Jamás existió una evidencia de que Julen estuviese justo bajo el tapón que encontraron las cámaras horas después de su caída. Pero de todos los lugares donde podría estar, era el más probable. Por ello se cuidó con mimo ese espacio. Se usó incluso un sismógrafo para conocer si las vibraciones de los trabajos en el exterior podrían causar desprendimientos. Todo el operativo se diseñó para llegar ahí. Nadie quiso pensar que podría estar más abajo, en el fondo, a 110 metros. Un túnel horizontal fue la primera idea, pero la tierra se movió en los primeros sondeos. La inestabilidad obligó a plantear la siguiente opción: un pozo paralelo al de Julen. Llegaron máquinas de Guadalajara en tiempo récord. Entonces el terreno plantó cara, haciendo válida una de las máximas del geólogo Francisco Manuel Alonso: “Es más fácil ir a la luna que al centro de la tierra”.
El también profesor de la Universidad de Huelva llegó a Totalán el día de San Sebastián, el 20 de enero. Ha sido uno de los cinco geólogos que han ayudado a descifrar la arquitectura del complejo maláguide (conjunto tectónico), sobre el que versó su tesis doctoral en los 90. Su papel fue clave. Cada tarde se reunía en el hotel Rincosol con miembros del equipo de rescate. Una terapia grupal donde encontraban apoyo mutuo y analizaban detalles. Especialmente la Brigada de Salvamento Minero, que llegó a Málaga con dudas, pero pronto se sintió protegida. Alonso les ayudó a visualizar lo que encontrarían bajo tierra. Acertó al cien por cien, hasta la inclinación de la roca. Los brigadistas le consideran ya uno más. Ahora da por bien invertidos sus 30 años de experiencia y asegura que no es el mismo geólogo el que fue a Totalán que el que salió de allí. En su escritorio brilla un pequeño trozo de cuarcita que le regaló Sergio Tuñón, líder de los mineros, como recuerdo de lo que no quiere volver a vivir. A su lado hay un diente de la broca de la perforadora. Hecho con una aleación de diamante y tungsteno, da fe de la dureza del suelo.
La veta de cuarzo hallada en el tramo fue un problema. Y una ayuda. Si romperla fue un suplicio, su dureza garantizaba que la bóveda no se vendría abajo mientras trabajaban los mineros. La seguridad fue siempre uno de los principales valores al calcular alternativas. Era la palabra que más repetía Julián Moreno, jefe de los bomberos que participaron en el dispositivo de rescate. Había unas 300 personas trabajando y no podían ocurrir accidentes. Ninguna desgracia más. Con una había de sobra. Y no era fácil: en el Cerro de la Corona había operarios, especialistas, agentes de la Guardia Civil. También personal de emergencias del 112, el GREA y Protección Civil. El máximo responsable de las personas voluntarias de este organismo fue Daniel Alcaide, militar destinado en Madrid que ha sido pieza vital en la logística del operativo. La demanda de café durante los 13 días fue “brutal”, pero su labor ha ido mucho más allá. Y no solo con la distribución de alimentos cedidos por los vecinos del pueblo o incluso tabaco. Siempre tuvo una sonrisa para un equipo que a veces se venía abajo. Aún sigue llamando diariamente a su voluntariado, cuya profesionalidad “ha sido increíble”, según Eduardo Díaz, técnico del GREA. “No somos conscientes de lo que ha supuesto la intervención, la más grande que todos hemos vivido”, asegura.
Tampoco ha sido fácil para los mineros, acostumbrados a estar lejos de los focos. En su ADN llevan el trabajo bajo tierra. Siempre en condiciones extremas, pero completamente diferentes a Totalán. En cada salida a la superficie, reflejaban desesperación. “Qué dura la roca”, decían mientras volvían a respirar aire puro. Necesitaron el apoyo de técnicos especialistas en desactivación de artefactos explosivos (Tedax) de la Guardia Civil. Tres de sus miembros permanecieron desde el día 19 en Totalán a la espera de ser útiles. Lo fueron el último día, realizando cuatro microvoladuras que fisuraron la roca. Ya habían salvado vidas con la misma operación en otros rescates. “Pero jamás tuvimos tanta trascendencia”, explica Óscar Real, uno de ellos. La última detonación se hizo a 70 centímetros de donde se creía que estaba Julen. Demasiado cerca. “Fue la más crítica”, añade el capitán José Emilio Caba, también Tedax.
Tras la última explosión, un especialista de montaña de la Guardia Civil acompañaba siempre a los mineros. Bajaba a ayudar, pero también a ejercer de policía judicial en el momento en el que se encontrara cualquier evidencia del menor. Uno de ellos era Nicolás Rando, cuyo hijo preguntaba cada mañana si ese sería el día en el que sacaría al pequeño del pozo. A la 1.25 del sábado, el equipo de rescate cumplió ese deseo, que era el de todo el país. Muchos operarios y técnicos, alejados unos 200 metros de la zona cero del rescate, se enteraron cuando Televisión Española lo contaba una hora más tarde en un monitor situado en la carpa de los bomberos. La noticia fue como una bofetada. La ilusión de que Julen estuviera vivo desapareció. El cansancio vino de golpe. Como el frío. Las máquinas se detuvieron y se escucharon algunos sollozos. Luego reinó el silencio. Surgió de las profundidades para devolver a la realidad a un equipo que no dejó de creer hasta entonces. Nadie quería ese final, como tampoco nadie quería abandonar a Julen en las entrañas de la tierra. Al menos, ahora se le puede llorar.
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