_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Invitado a una decapitación

Juan Cruz
El expresidente de Andalucia, José Antonio Griñan, en el Senado.
El expresidente de Andalucia, José Antonio Griñan, en el Senado. Jaime Villanueva

Existen el mitin, el prontuario, la rueda de prensa en los mercados. Existen las entrevistas amañadas e incluso existen, en periodo electoral, las mentiras piadosas y las mentiras despiadadas. Gente mayor roza el ridículo o el escándalo burlándose de otros seres humanos porque estos aspiran también a mandar en sus regiones o países.

La vergüenza que producen esos despedazamientos se ha hecho mayor ante un producto verdaderamente insólito, de la marca PP, envasado y ejecutado por el senador Aznar, que desde meses tiene el desempeño de reventar a preguntas a los socialistas en cuya trayectoria, y en la de su partido, busca paralelismos con la ya conocida marca negra judicial de los suyos. En este caso, el mencionado senador busca que los Eres no duerman ni un segundo en el interés de la Cámara (y de España), y por eso ha hecho desfilar a todo el elenco de presuntos implicados andaluces. Esta persecución oral llegó a su paroxismo este jueves, cuando compareció José Antonio Griñán, expresidente de la Junta. Ahí repitió Aznar su acostumbrada abundancia retórica, que consiste en preguntar y responderse a la vez sobre la desvergüenza de estos dirigentes socialistas que, según esta acusación senatorial, han llevado a Andalucía a la ruina.

Fueron preguntas a las que el interrogador añadía consideraciones que hacían, por cierto, innecesaria incluso la presencia del invitado. Griñán era, por evocar un título de Vladímir Nabokov, un invitado a su decapitación. Lo grave no es el tono que adoptó, esta vez también, el portavoz senatorial del PP; lo extraordinario es que la Alta Cámara haya mantenido esta comparecencia tres días antes del final de una campaña electoral en la que puede incidir lo que se diga en investigaciones parlamentarias de esta naturaleza.

Cuando Ben Bradlee tuvo en sus manos los papeles del caso Watergate iba a comenzar la última campaña electoral de Richard Nixon, implicado gravemente en la investigación llevada a cabo por Bernstein y Woodward. The Washington Post pospuso la publicación de esas armas que hubieran influido en aquella campaña decisiva. La delicadeza que hubo entonces en el lado del periodismo no ha aparecido, en el caso del Senado español, en quienes están obligados a que el juego sea limpio o por lo menos aseado. Para la historia de los desmanes parlamentarios queda esta triste imagen en la que importantes padres, y abuelos, de la Patria asisten a una reunión intransitiva en que la que se decapita a un mudo. Materia para Nabokov. Y para Kafka.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_