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El pescador que ‘pescó’ la condena más injusta

Tomás Martínez arrastra las secuelas del año que pasó en la cárcel tras verse envuelto injustamente en una operación antidroga en Marbella

Tomás Martínez, en la playa de Cabopino de Marbella el pasado miércoles.Vídeo: FOTO Y J. A. H.

“No me cuente usted historias... a prisión”. Nunca olvidará Tomás Martínez, de 47 años, el día que el entonces juez de instrucción 4 de Marbella lo envió con esa frase a la prisión malagueña de Alhaurín el Grande. La Guardia Civil le llevó esposado ante el juez como un gran narcotraficante. Pero en realidad Tomás solo era un modesto pescador que tuvo la mala suerte de plantar sus dos cañas en una playa que él creía vacía y de la que irrumpió de pronto (era de noche) una enorme lancha con 40 fardos de hachís (más de 300 kilos). Dos guardias lo vincularon con la droga, sin pruebas, y acabó preso casi un año. Era inocente. Aún no ha superado el drama que vivió.

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"Yo estaba pescando, tranquilo, y no tenía nada que ver con todo aquello, pero ni me dejaron hablar", cuenta Tomás a EL PAÍS. 345 días en la cárcel y seis años procesado, hasta que la Audiencia de Málaga dictaminó hace poco más de un año su total inocencia. Estaba allí, pero era ajeno a todo lo que sucedió aquella noche en la playa marbellí de Cabopino (1,5 kilómetros de arena fina bordeada de chalés y cañizales en la que grupos nudistas buscan su lugar en verano huyendo de intrusos).

No había ni un alma esa noche en la playa marbellí de Cabopino. O eso creía Tomás mientras miraba de reojo las luces de neón de sus cañas

La noche del 21 de febrero de 2010 estaba cerrada y caía frío sobre la playa de Cabopino. Tomás se abrigó y se llevó la cena, los útiles y su licencia de pesca. Y se adentró en la arena para gastar los tres kilos de carnada que le sobraron del día anterior. Le atraía el sosiego de la noche esperando que le entrara "alguna dorada".

No había ni un alma esa noche en Cabopino. O eso creía Tomás. Entre las cañas, en montículos de arena y dentro de coches discretamente estacionados en un aparcamiento que se asoma a la playa, decenas de ojos acechaban. Escondidos unos de otros. También a Tomás, ignorante de que era el centro de la escena. Eran ojos de guardias civiles que seguían los pasos de falsos guardias civiles; agentes de la Policía Nacional que vigilaban a guardias que, a su vez, perseguían a otros guardias por sospechas de que hacían la vista gorda ante la llegada de lanchas de hachís al litoral malagueño. Y aún había más ojos esa noche en la playa: dos bandas de narcos de subsaharianos y marroquíes que se disputaban el cargamento. La intención de una de las bandas, en connivencia con los falsos guardias, era arrebatarle la mercancía a la otra tirando de placas.

Todo sucedió muy rápido. Los narcos de la lancha y los otros que tenían retenido a Tomás, empezaron a descargar fardos de hachís a toda prisa en medio de silbidos de "tiros y más tiros" que llegaban del otro lado de la playa

A las diez de la noche todos sabían que se avecinaba la lancha. Todos menos Tomás, distraído, recuerda, con el paso de nubes negras que dejaban ver entre resquicios una luna que menguaba en el horizonte. Y mirando de reojo desde una silla de tipo director de cine las lucecitas de neón de la punta de sus cañas, que se chivan si hay alguna captura. Casi acababa de devolver al mar dos besugos pequeños “cuando se me acercaron por detrás siete u ocho moros. Y uno, en perfecto español", describe Tomás, "me dijo: 'tranquilo, si te estás quieto, no te pasará nada…'. Me quedé sentado, y me quitaron el móvil, acababa de llamar a mi mujer, mientras uno de ellos agitaba una luz hacia el mar. A continuación, casi en silencio, entró la lancha. Era de color negro, enorme, y de ella se bajaron varias personas”, describe Tomás.

Todo sucedió muy rápido. Los de la lancha y los que tenían retenido a Tomás, empezaron a descargar fardos a toda prisa que portaban a una furgoneta del aparcamiento. "Minutos después, vi varias luces que corrían por la playa hacia donde yo estaba al grito de 'Alto a la Guardia Civil', y ruidos de tiros y más tiros...". Sin moverse de la silla, rememora Tomás, “alcé los brazos, muy asustado, y pensando para mis adentros: 'Dios mío, que no me peguen un tiro, que no me peguen un tiro...'”. Y a la vez una estampida “de personas que salían de entre las cañas perseguidas por guardias”. La quietud de la playa se tornó en una suerte de ruleta mafiosa con semejanzas con el camarote de los Hermanos Marx, pero a cielo abierto.

“Pillaron a 12 esa noche”, señala Tomás. También fueron a por él: “Tú eres el pescador, ¿verdad? Cierra la boca y túmbate boca abajo como los demás”, le gritó un guardia. "Me pisó el cuello con la bota en la arena”, dice con enfado sobre el trato que recibió. Y ni caso a sus lamentos de inocencia. “Mientras estaba tumbado, otro guardia me dijo que me habían estado observando y que sabían que yo no tenía nada que ver con aquella gente. Pero llegó otro guardia que parecía su jefe y le soltó: 'espósalo, y pa'dentro”.

Comiendo con las manos: no había cubiertos

Aquel año en la cárcel de Alhaurín y los tres días en los calabozos fueron muy dolorosos para Tomás. Tras ser arrestado, comió con las manos la comida que le ponían en las bandejas “porque no había cubiertos”, señala. "Estuve muchos días con el mono de pesca y sin calzoncillos, y teníamos que limpiarnos el culo con una goma de agua asquerosa".

Al llegar a la cárcel, pidió trabajar “donde fuese, necesitaba tener la mente distraída; al principio, me daba igual, limpié muchos váter llenos de porquerías”.

El caso de Tomás pasó del juzgado número 4, que decretó su prisión al 8 y de este al 11. Varios  juzgados de Marbella y Málaga, cada uno por su lado, iban detrás de esta barca y de otros cargamentos de hachís en playas de la Costa del Sol. La noche de los tiros en Cabopino solo fue una operación más perpetrada por una extensa red de narcos que traían lanchas llenas de hachís y otras drogas a Málaga y Cádiz en connivencia con guardias civiles. En esta operación cayó luego, ocho meses después de Tomás, el exjefe antidroga de la Guardia Civil de Málaga Valentín Fernández, entre otros agentes, que también estuvo en Cabopino. Penas de hasta diez años de cárcel por facilitar la entrada de drogas.

A Tomás le acusaron de ser un aguador, el que avisa a la lancha de si hay guardias en la playa, con el argumento de que la lancha irrumpió en la playa casi entre las luces de neón de sus dos cañas, separadas varios metros. “Todo mentira, esas luces están en la parte trasera de la caña, las veo yo desde atrás, pero no se ven desde el mar”.

La Audiencia de Málaga censuró las exiguas pruebas del fiscal, que le pidió siete años de cárcel y 13 millones en multas, y le absolvió. El fiscal se basó en que dos agentes declararon que Tomás, al llegar la lancha, no se movió del lugar. "¿Y cómo iba a moverme si me habían dicho los moros que me mataban si lo hacía?", expone. “Es normal que en las costas haya personas que pescan durante la noche, su coche fue registrado esa misma noche y solo llevaba útiles de pesca, nada que ver con drogas” replicó el tribunal al fiscal sobre Tomás. Y quedarse quieto ante algo inesperado "es una táctica de defensa normal", razonó el tribunal malacitano.

“¿El pescador ese es tuyo?”, pregunta un jefe de los narcos a otro. “No, mío no”. “Pues mío tampoco, entonces no es de nadie…”, resolvió.

Fue su abogada, María Jesús Yáñez, la que, leyendo el sumario tras levantarse el secreto, descubrió y elevó al juez, el del 8 en aquel momento, otra prueba de que Tomás era inocente. Un pinchazo telefónico interceptado aquella misma noche entre los cañizales de la playa de Cabopino, instantes antes de la llegada de la lancha. “¿El pescador es tuyo?”, pregunta un jefe de los narcos a otro. “No, mío no”. “Mío tampoco; pues entonces no es de nadie…”.

Tomás salió en libertad provisional casi al año, pero tuvo que esperar otros seis hasta el juicio. Una treintena de acusados se sentaron con él en el banquillo de la Sección Segunda de la Audiencia de Málaga. Siete acusados fueron absueltos. Y Tomás, que no se ha recuperado aún de todo aquello. En su entrevista con EL PAÍS, recuerda y llora. Lo perdió todo al entrar en la cárcel: el trabajo, no pudo pagar la hipoteca y le quitaron la casa. Al salir de la cárcel, cogió a su mujer y a sus hijas y se fue a Galicia, "a 1.200 kilómetros de aquí, adonde no viera a nadie (...) He llegado a odiar a mi país...". Ahora pide al Estado 220.000 euros de indemnización por los 345 días que estuvo preso y las secuelas psicológicas que padece. El Consejo del Poder Judicial ha emitido un informe sobre este asunto en el que señala que, al tratarse de un supuesto error judicial, solo un tribunal ordinario debe evaluar el monto de la indemnización, si es que llega algún día.

"Mi niña pequeña se echaba mi colonia para oler a su padre"

EL PAÍS acompañó la mañana del pasado miércoles a Tomás al mismo lugar, la playa marbellí de Cabopino, donde se gestó su cautiverio. “Nunca había vuelto a esta playa y nunca más volveré aquí”, relata, mirando de reojo el mar.  Ni del cubo, ni de las cañas de pescar, ni de su silla tipo director de cine ha vuelto a saber nada desde que se lo llevaron preso aquella noche cerrada y de nubes negras de febrero.

Ahora vive en el municipio de Alhaurín el Grande, pero al otro lado de las rejas. Desde allí, con ayuda de Lorena, su mujer, trata de olvidar el destrozo personal y emocional que le causó estar aquella noche y a esa hora en tan inadecuado lugar. Y los váteres de la cárcel que limpió durante meses hasta que los funcionarios le nombraron presidente del módulo de respeto, y las manchas de sangre que vio en las paredes de algunas celdas que compartió como vigía de presos que querían quitarse la vida. Y los tres días terribles que pasó en los calabozos de la Guardia Civil de Málaga, comiendo con las manos de la bandeja compartimentada que le daban mientras era conducido ante el juez.

Y se le abre el alma y rompe a llorar cuando se acuerda de lo mal que lo pasaron sus dos hijas, de entonces de nueve y once años, porque él no estaba en casa: “Mi hija pequeña se echaba colonia de la mía, para oler a su padre…”. "Ni una semana faltaron sus dos hijas para ver a su padre mientras estuvo en la cárcel, ni una", cuenta Lorena, la madre. Cuando Tomás llora, a ella también se le saltan las lágrimas. "Hemos sufrido mucho", se justifica Lorena.

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