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Barcelona respondió con acierto al terrorismo etarra

La ciudad conoce bien el terrorismo: sufrió el mayor atentado de la historia de ETA, el de Hipercor que dejó 21 muertos y medio centenar de heridos

Luis R. Aizpeolea
Una de las víctimas del atentado de Hipercor es evacuada por policias y voluntarios.
Una de las víctimas del atentado de Hipercor es evacuada por policias y voluntarios.ANTONIO ESPEJO

Barcelona conoce bien el terrorismo. Sufrió el mayor atentado de la historia de ETA, el de Hipercor que dejó 21 muertos y medio centenar de heridos. La huella que ETA dejó en Cataluña, en su historia, asciende a más de 50 muertos. En junio recordamos la matanza del Hipercor de Barcelona al cumplirse su 25 aniversario y cómo a ETA no le salió gratis. El aldabonazo del Hipercor, con su brutal indiscriminación y su impacto ciudadano, generó los pactos antiterroristas de Madrid y Ajuria Enea, la unidad de todos los demócratas, nacionalistas y no nacionalistas, contra ETA. A su amparo creció el aislamiento de la banda; tomó impulso la movilización social contra ella; aumentó el respaldo político y social a las Fuerzas de Seguridad en Euskadi que reforzaron su eficacia y se produjeron las primeras disensiones importantes en Batasuna.

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ETA volvió a atacar en Barcelona y provincia con la cercanía de los Juegos Olímpicos de 1992. En mayo de 1991 consumó otra de sus matanzas al estallar un coche-bomba en el cuartel de la Guardia Civil de Vic (Barcelona), con 10 muertos. A los pocos días, las Fuerzas de Seguridad desarticularon el comando y poco después, en marzo de 1992, detuvieron a la cúpula de ETA en Bidart (Francia) lo que impidió a la banda actuar contra las Olimpiadas, que se celebraron pacíficamente. ETA volvió a perder.

Pero Barcelona marcó un tercer hito contra ETA. Fue con su respuesta ciudadana, tras el asesinato del exministro socialista Ernest Lluch en la capital catalana en octubre de 2000. En enero de ese año, ETA había iniciado una campaña terrorista muy intensa, tras la ruptura de su tregua de 1998-99. Además de matar a policías y militares, como venía haciendo, intensificó su ataque a concejales y políticos no nacionalistas. La unidad de los partidos contra ETA estaba debilitada como consecuencia del pacto de Lizarra de 1998 entre PNV y Batasuna.

En esa situación, el PSOE -con José Luis Rodríguez Zapatero y Alfredo Pérez Rubalcaba- intentó reforzar la unidad antiterrorista con un nuevo pacto en el verano de 2000. El presidente del Gobierno, José María Aznar, se mostraba reacio. En ese momento, ETA asesinó a Lluch. La conmoción del asesinato echó a Barcelona a la calle y registró una de las grandes movilizaciones de su historia. Además del rechazo al terrorismo etarra, los barceloneses pidieron a los partidos que dialogaran y se unieran. Allí estaban Aznar, Zapatero, Jordi Pujol y los demás. Al mes se acordó el Pacto Antiterrorista que promovió la ilegalización de Batasuna y la potenciación de la Ley de Víctimas que supuso, en aquellas circunstancias, un claro avance en el fin de ETA. Aquel llamamiento de los barceloneses a la unidad de los políticos y sus instituciones, con resultados tan fructíferos, hoy, con otro terrorismo global y más complejo, se vuelve a repetir -ahí están todos sus gestos solidarios- y mantiene todo su sentido.

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