‘Pastorear’ los incendios forestales
Cuanto más eficaces se hacen las autoridades españolas en extinguir pequeños fuegos, más contribuyen a la formación de otros incendios más grandes
España es el país con más medios aéreos de extinción por hectárea forestal del mundo. Cantidades ingentes de fondos públicos se destinan a mejorar y aumentarlos, mientras que los presupuestos destinados a la prevención se reducen cada año, ignorando que los grandes incendios forestales son la consecuencia de la acumulación de excedentes de vegetación, el denominado combustible forestal. Las políticas de lucha contra incendios seguidas hasta ahora son generalmente reactivas y cortoplacistas, y ofrecen respuestas de contención, pero no soluciones.
El ciudadano está convencido de que nos estamos quedando sin bosques, cuando la realidad es que España es el tercer país del mundo tras China y EE UU en el que más aumentó la superficie forestal durante la pasada década. Con un crecimiento anual de 118.500 hectáreas, según datos de la FAO, nuestros espacios forestales se han duplicado en los últimos 100 años. En España contamos con 27 millones de hectáreas de superficie forestal, el 55 % del territorio, aunque lo que ocurre no es que aumenten los robledales, los hayedos o los alcornocales, sino que nuestros campos y montes se están matorralizando.
El fuego es un proceso químico que requiere la simultaneidad espacial y temporal de tres componentes: combustible disponible, fuente de calor suficiente para iniciar la reacción y un agente oxidante o comburente que la mantenga. El denominado Triángulo del Fuego nos recuerda constantemente que solo podemos actuar frente al combustible (la vegetación forestal), puesto que el oxígeno del aire (comburente) está siempre presente, y las fuentes de ignición (calor) son demasiado fáciles y abundantes en nuestros días.
Pero el daño potencial de un incendio no se debe a su inicio sino a su crecimiento, y este depende de nuevo de tres variables: la orografía, puesto que el fuego se desplaza leyendo el paisaje; el combustible que lo alimenta y las condiciones meteorológicas que lo dinamizan, por lo que el Triángulo de la Propagación apunta de nuevo al combustible como nuestra única opción de manejo, pues no podemos modificar las condiciones orográficas ni meteorológicas de nuestros montes.
Los términos “resistencia” y “resiliencia”, muy utilizados en psicología, están íntimamente ligados, pero son conceptos distintos. Resistencia es la capacidad de soportar las adversidades, mientras que resiliencia es la de recuperarse de ellas.
La lucha contra las llamas necesita un cambio de modelo en la extinción
Conocemos como especies pirófitas a las que han desarrollado sistemas que les permiten cohabitar con los incendios. Podemos agruparlas en pasivas, que son las resistentes al fuego (cortezas gruesas o corchosas, troncos grandes o muy altos, u hojas gruesas y con gran capacidad de acumulación de agua…) y activas, que son las resilientes (diseminaciones explosivas tras los incendios, nuevos brotes a partir del tronco quemado o cortado, germinaciones masivas a partir de semillas latentes, refoliación...). La resiliencia implica, por tanto, una elevada capacidad de autosucesión.
Lo ideal es que nuestros montes permanezcan resistentes a los regímenes naturales de incendios, y muy resilientes para su rápida recuperación ante los incendios extraordinarios. Los paisajes mediterráneos son de los más resilientes del mundo, dado que la inmensa mayoría de sus especies han desarrollado mecanismos de regeneración tras los incendios de gran eficacia. Nuestras especies arbóreas son también bastante resistentes gracias a cortezas gruesas o corchosas, a portes robustos y grandes secciones que soportan el paso frecuente de fuegos de suelo rápidos.
Gestionar bien el fuego pequeño es 'vacunar' el monte contra el grande
El problema es que la acumulación de matorral y combustible fino en torno al arbolado, por abandono de usos y exceso de celo en la extinción de los incendios que deberían constituir su régimen natural, hace que el fuego se instale más tiempo junto al tronco y acabe por prenderlo arruinando así la resistencia inicial de las especies y comprometiendo la capacidad de autosucesión del sistema.
Política y socialmente suele relajarnos identificar la causa de cada incendio, pero esa es una reacción injustificada, puesto que las causas de la ignición son independientes de las de la propagación. Ni el rayo ni el mechero del terrorista ambiental suponen per se un gran incendio, son las condiciones del monte las que lo propician.
Cuanto más eficaces somos en la extinción de los pequeños incendios, más contribuimos a la formación de grandes incendios, puesto que estos se encontrarán con más superficie y carga forestal para su desarrollo. De ahí la necesidad urgente del cambio de paradigma en el tratamiento de los incendios forestales, sustituyendo el objetivo tradicional de acabar con cada conato en el menor tiempo posible y a cualquier coste por el más lógico, sostenible y sensato de ordenar lo inevitable, puesto que los incendios forestales en el ámbito mediterráneo son algo tan seguro como el agostamiento estival de pastizales.
Paradójicamente, el aumento y mejora de los medios de extinción nos hace más eficaces en ese cometido, pero mucho menos eficientes al aumentar el gasto. Ello, además, resta resistencia a nuestros montes al acumular más carga para el próximo incendio, propiciando ecosistemas más vulnerables (menos resilientes) al aumentar la severidad y el daño potencial de ese próximo e inevitable gran incendio que tarde o temprano llegará. Aprender a convivir con los pequeños incendios evitará los grandes, así de simple.
La protección de las personas y sus bienes ha de ser la prioridad absoluta en la actuación ante los incendios. Condiciona siempre su tratamiento, pero, una vez salvaguardada la población, cada incendio fortuito supone una oportunidad de gestión para la prevención de próximos eventos en peores circunstancias. Es decir, el fuego bien gestionado es una herramienta para la única solución a nuestro alcance, el manejo de la vegetación. Lo que propongo, sí, es pastorear los incendios como si de ganado se tratase para generar discontinuidades que, amén de propiciar el deseado paisaje en mosaico, vacune el monte contra el gran incendio fortuito.
El manejo de los combustibles forestales es la piedra angular también de la prevención inteligente, basada en el estudio y conocimiento del comportamiento del fuego, frente a la prevención clásica e intuitiva, basada en la creación de cortafuegos en función de delimitaciones administrativas, o de otros usos que tan reiteradamente se han demostrado inútiles. Las quemas prescritas y el pastoreo de los incendios son una herramienta sensata y eficiente para hacer ingeniería forestal cercana a los procesos naturales, propiciando un régimen de incendios compatible y sostenible en los montes, lo que a su vez favorece los hábitats de las especies autóctonas, las más resilientes.
La identificación de los lugares donde el fuego se multiplica para la determinación y tratamiento de los puntos estratégicos de gestión, nos permitirá propiciar el confinamiento de los incendios en la cuenca de propagación donde surjan, optimizando cada euro invertido en prevención.
La redacción de planes de extinción anticipada nos permitirá, además, ejecutar los trabajos de preextinción que hagan seguras y eficientes las operaciones de extinción futuras, como la caracterización y adaptación de puntos de agua, accesos, lugares de anclaje táctico, rutas de escape, zonas seguras o puntos de aterrizaje y recogida de personal.
Por todo ello creo que la necesaria actualización de principios en la lucha contra incendios pasa por el cambio de paradigma en la extinción y la ordenación preventiva, basada en el conocimiento científico sobre el comportamiento del fuego forestal. La experiencia nos ha demostrado que no es eficiente acometer la planificación preventiva de forma paralela a la ordenación productiva de los montes. Con demasiada frecuencia un gran incendio ha tirado por tierra los planes de ordenación de montes aprobados.
Es conveniente que en el marco de la economía verde circular se redacten y ejecuten cuanto antes planes de ordenación con el objetivo de prevenir los grandes incendios forestales mediante la puesta en valor de los recursos naturales y el aprovechamiento de los excedentes de biomasa. Y que sean la ciencia forestal y el conocimiento sobre el fuego la base de la prevención; planes en definitiva que generen montes y paisajes resistentes y resilientes.
La puesta en valor de nuestros recursos forestales permitirá la sostenibilidad económica de las labores preventivas necesarias para limitar el desarrollo de los incendios forestales mediante la segmentación del paisaje, sin depender de los siempre escasos presupuestos de las Administraciones públicas. Solo así conseguiremos reducir el riesgo de ruina técnica que para una comarca puede llegar a suponer un gran incendio y nuestro entorno forestal podrá ser, como antaño, una oportunidad real de generación de riqueza, creación de empleo y dignificación de la vida rural.
Alejandro García Hernández es máster en Ciencia y Gestión Integral de Incendios Forestales.
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