Muere la periodista Malén Aznárez
La presidenta de Reporteros sin Fronteras fallece en Madrid a los 74 años. Fue redactora jefa de Sociedad y Defensora del Lector en EL PAÍS
Estoy escribiendo esta necrológica porque Malén me lo pidió, o más bien me lo mandó, como la buena periodista de dirección que era, antes de entrar en quirófano para intentar librarse del tumor cerebral que le acababan de descubrir. Siempre fue una fuerza de la Naturaleza, una mujer libre y audaz con un dominio admirable de su realidad, y esa reciedumbre se mostró en todo su esplendor en los días anteriores a la peligrosa operación, cuando dejó arregladas su vida y su muerte hasta el más mínimo detalle sin perder en ningún momento el sentido del humor y la sonrisa. El melodrama no iba en absoluto con ella.
La conocí en 1971, cuando ambas empezábamos nuestra carrera periodística. Ya entonces me deslumbraron su lucidez, su socarrona sensatez, su pasión por el periodismo, su fuerza vital arrolladora. Se la veía imparable y, en efecto, desarrolló una carrera brillante. Esta santanderina nacida en 1943 fue la primera mujer en dirigir una cadena de periódicos en España, los 26 diarios de Medios de Comunicación del Estado (entre 1982 y 1984). Tras ser adjunta a la dirección de Radio Nacional de España, dirigió los servicios informativos de esta radio pública (también ahí fue la primera mujer en ocupar el puesto). En 1988 se integró en la redacción de EL PAÍS, en donde fue redactora jefa de Sociedad, Defensora del Lector y reportera y entrevistadora para El País Semanal, así como profesora del Master. Actualmente era presidenta de Reporteros Sin Fronteras, cargo para el que fue elegida en 2011 y en el que trabajó, me consta, hasta la extenuación. Murió, pues, como siempre había vivido: siendo solidaria, comprometida y luchando por un mundo mejor. Era una guerrera.
Malén Aznárez, que me sacaba algunos años, me enseñó muchas cosas. Aprendí a separar la paja del trigo, a valorar los ingredientes verdaderamente importantes de la vida: la amistad, el amor por el trabajo bien hecho, el arte, los pequeños placeres, la cultura. Me mostró el pinar de Valsaín, cerca de Madrid, y la belleza de la música de Dvorák. Siendo yo aún muy joven me explicó que el temor al futuro nos impedía disfrutar del presente, y que había que vivir el hoy con plenitud y gozo. Además fue mi modelo de alta ejecutiva. Cada vez que alguien soltaba la tópica cantinela de “las mujeres no sabéis mandar”, yo la ponía de ejemplo: cómo que no, ahí está Malén Aznarez, que manda mucho y además muy bien, con equidad y respeto; con responsabilidad, imaginación y serena eficacia.
Pero lo mejor de Malén era que, teniendo una carrera tan importante como la suya, sin embargo de lo que ella se sentía verdaderamente orgullosa era del puñado de viajes que había hecho como reportera de EL PAÍS. Fueron viajes dificilísimos, exóticos, muy peligrosos, como el primero de los dos que realizó a la Antártida, cuando estuvo a punto de naufragar en un barquito mísero agitado por mares infernales; o como la expedición a Níger y Chad, el más duro de sus periplos africanos. Era intrépida, estoica, resistente; era ese tipo de persona que disfruta viviendo unas aventuras que a los demás nos ponen los pelos de punta, y que luego es capaz de narrarlas de tal manera que te mueres de risa al escucharlas. Por desgracia no llegó nunca a redactar el libro que pensaba hacer sobre sus viajes. Una pena, porque además escribía maravillosamente bien.
Le encantaba vivir y supo morir, y ambas cosas son un gran don. Con estremecedora coincidencia, nos ha dejado justo al año de que falleciera su marido, Manuel Antolín, otro valiente. Yo le agradezco al destino haber podido disfrutar de Malén Aznárez durante varias décadas. “Y tú, Rosa, vas a escribir mi necrológica”, me ordenó. Y aquí estoy.
Malén Aznárez ha muerto este domingo en Madrid. La capilla ardiente se instalará en el tanatorio de la Paz, en Tres Cantos, el lunes a las cinco de la tarde. La ceremonia de despedida tendrá lugar en el mismo tanatorio el martes a las 12.00
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